Desde los inicios de la carrera espacial en 1957, el firmamento estrellado se ha visto perturbado por los tránsitos periódicos de los satélites artificiales. Hoy en día su número se ha multiplicado de tal manera que ha sido fuente de preocupación creciente de los astrónomos profesionales.
Recientemente, la Unión Astronómica Internacional preguntó a la Comisión sobre la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos (COPUOS, por sus siglas en inglés), un organismo clave de la ONU, acerca de si la observación astronómica puede considerarse una forma de exploración del espacio exterior. Y ha tenido una respuesta legal positiva.
A partir de este punto, considerada la observación astronómica como una forma de exploración espacial, los Estados que han firmado acuerdos en el Tratado del Espacio Exterior, comprometidos a evitar procesos que causen interferencia en el estudio del espacio, han de poner atención a los satélites artificiales. Las Naciones Unidas reconocen su importancia y aceptan examinar los problemas y desafíos que plantean las grandes constelaciones de satélites.
La invasión de los microsatélites
La llamada democratización del espacio, que abre interesantes perspectivas para empresas que desarrollan microsatélites o cubesats, hace que el número de satélites en órbita baja no pare de crecer.
Las interferencias que provocan estos pequeños satélites resultan alarmantes para los profesionales de la astronomía que nos dedicamos a rastrear el firmamento en grandes campos angulares, tanto en programas de descubrimiento y seguimiento de asteroides y cometas como en el estudio de objetos galácticos y extragalácticos. Dificultan la investigación en el rango óptico, pero también en otras bandas del espectro electromagnético.
Las consecuencias de las constelaciones de satélites
Las constelaciones de satélites como las que lleva años lanzando SpaceX con su programa Starlink todavía complican más el escenario. Y ya se anuncia una segunda generación de Starlink.
Un estudio de la SEA, empleando la cámara Baker-Nunn del Telescopio Fabra-ROA Montsec, con sus más de seis grados de campo y en 30 segundos de integración, concluyó en 2020 que sería esperable al menos una traza de satélite por cada imagen tomada durante el crepúsculo. Con el Sol a 25º por debajo del horizonte, esos satélites artificiales aparecen entre el 20 % y el 70 % de las veces, perturbando los programas telescópicos de rastreo. Estas estimaciones pronto se quedarán cortas.
Los trenes de satélites Starlink son tan preocupantes que diversos organismos internacionales ya han exigido tomar medidas, particularmente pintarlos de manera que posean una capacidad reflectiva (albedo) mucho menor a la actual.
La alteración del espectro radio
No sólo el rango visible está en peligro: además de reflejar la luz del Sol, los satélites emiten en frecuencias que afectan a la radioastronomía.
En 2018 SpaceX, OneWeb y el Comité de expertos en frecuencias para radioastronomía (del cual España es miembro) elaboraron el informe 271 para proteger la banda primaria de radioastronomía entre 10.6 y 10.7 GHz, restringiendo también los radioenlaces de bajada de la megaconstelación de satélites en la banda 10.7-12.75 GHz.
Asimismo se decidió proteger la línea espectral de radioastronomía en la banda 14.47-14.5 GHz de los enlaces de subida de los satélites que emiten en frecuencias cercanas. La protección de esas bandas fundamentales en radioastronomía fue incluida más tarde en una decisión del Comité de Comunicaciones Electrónicas.
Pese a esas medidas, todavía hay aspectos que preocupan del desarrollo de esas constelaciones de satélites y las interferencias que pueden producir en diversas áreas de la radioastronomía. Al fin y al cabo, evitar la interferencia en radiofrecuencias de miles de satélites no es un problema menor.
Últimas acciones: ¿hay margen para la esperanza?
Las operaciones de misiones espaciales en el espacio exterior las rige una normativa internacional refrendada por la ONU en 1966. Es conocida como el Tratado del Espacio Exterior y recoge consideraciones fundamentales para la exploración del espacio circundante a nuestro planeta.
Las preocupaciones sobre el futuro que espera a la astronomía y que miles de astrónomos en todo el mundo hemos trasladado a la Unión Astronómica Internacional han dado pie a ese importante paso de la ONU que nos hace ser moderadamente optimistas. Realmente se necesitan acciones muy rápidas para paliar el efecto de estos microsatélites en nuestro cielo.
El impacto medioambiental de los satélites artificiales
Es fundamental estudiar adecuadamente, antes de ponerlos en órbita, el impacto de todos estos microsatélites en nuestra propia biosfera. Es preciso establecer límites y regular los programas que impliquen inundar el entorno terrestre de microsatélites.
Ya sea por la propia vida útil, o bien por los efectos en la ionosfera originados por las tormentas geomagnéticas inducidas por grandes fulguraciones solares, esos miles de satélites que vuelan sobre nosotros están condenados a caer de nuevo a la Tierra.
Por su pequeño tamaño, se desintegrarán eficientemente en la atmósfera sin suponer un riesgo directo. Pero sus restos pulverizados suponen una fuente más de contaminación para la atmósfera y la biosfera. Recientemente ya se abordó el problema que puede surgir como consecuencia de la acumulación del aluminio en la capa de ozono.
Confiemos en la posibilidad de que trabajemos unidos y se analicen fríamente las consecuencias a medio y largo plazo que tendrán esas constelaciones de satélites. El desarrollo tecnológico no puede estar reñido con nuestra supervivencia en el planeta Tierra. Nadie debería olvidar que no tenemos un planeta B.
*Josep M. Trigo Rodríguez, Investigador Principal del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias, Instituto de Ciencias del Espacio (ICE - CSIC)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.