La edición número 48 de la Feria Internacional del Libro comenzó el 23 de abril y tendrá sus puertas abiertas hasta el próximo 13 de mayo. El evento, que se desarrolla anualmente en La Rural, en Ciudad de Buenos Aires, siempre genera expectativa y, para muchos, funciona como un espacio de divulgación y oportunidad para conocer diferentes libros, autores y editores.
Ahora bien, las librerías independientes viven estas fechas desde una perspectiva particular. La feria puede significar tanto un vehículo para expandir y beneficiar a los actores de la industria literaria como también generar consecuencias y limitaciones para los emprendimientos.
Por un lado, Valentina Zelaya, dueña y librera de Mandolina Libros, señala en diálogo con RED/ACCIÓN que la Feria del Libro la perjudica desde lo económico. En Argentina rige una Ley del Libro la cual establece que hay un precio único de venta al público, que es el que proponen las editoriales, explica. La normativa contempla también que durante el evento literario se puedan hacer algunos descuentos. “Cuando en la feria hay descuentos que pasan la Ley, eso es competencia desleal”, sentencia Zelaya.
Además, comenta que generalmente el catálogo que se ofrece en los stands de la feria tienen muchos (o casi todos) de los libros que se venden en su local. Esto significa una competencia directa por parte de un lugar que tiene mucha difusión, dejando atrás a las librerías independientes desde el punto de partida.
Las preocupaciones crecen especialmente este año, donde el contexto económico genera aún más incertidumbre. Milagros Pérez Morales, librera de Notanpuan, explica a RED/ACCIÓN que las ferias, en general, lo que hacen es correr del medio a la librería. Es decir, quitar el punto de venta y mediador entre el lector y la editorial. “Si esto dura una semana no afecta tanto. En Buenos Aires es casi un mes. Centraliza al público lector durante mucho tiempo”, asevera.
Zelaya detalla que la Feria del Libro es un espacio masivo y para algunos puede ser un poco abrumador. “Frente a eso, la librería ofrece un espacio mucho más íntimo, un lugar para la recomendación personalizada, para la charla, para preguntar en qué momento de lectura está cada uno. Se hace un trabajo mucho más artesanal”, opina.
En este sentido, Pérez Morales asegura que en la feria muchas veces uno puede hablar con editores que conocen lo que están vendiendo. Sin embargo, en varias oportunidades son solo empleados contratados para ese evento. “Es una atención menos personalizada al tratarse de un evento tan grande y tan multitudinario. El librero, a diferencia, te da un espacio para que puedas contarle que estás buscando como lector”, concluye.
Lo positivo de la convocatoria de la feria, según cree Zelaya, es la posibilidad de que gente que no está tan habituada a los libros pueda acercarse, conocer a alguien que le recomiende una lectura y así iniciar su camino. “Son circuitos de consumo totalmente distintos”, afirma.
La librera también identifica a la feria como un espacio clave para la mayoría de los editores, incluso con los que ella trabaja desde su librería. “Generalmente están en la feria y pueden tener ese contacto uno a uno con sus lectores, tener devoluciones para el crecimiento de su catálogo. Eso es algo que nosotros también hacemos como intermediarios de ese vínculo”, comenta.
Además, en esta línea, agrega que "es un momento donde los editores, que son nuestros aliados, logran juntar fondos para seguir editando su propuesta”. Y consigna: “Hay que tener el foco en cómo funciona el circuito del libro y nuestra industria, que es muy colaborativa en general. El árbol no debe taparnos el bosque”.
Pérez Morales entiende que hay ciertos beneficios, pero igualmente propone que se piensen convenios más transparentes y sencillos con las librerías independientes. Así, concluye: “Generar acciones colectivas que habiliten espacios y redes de otra lógica como desarrollan, por ejemplo, en la Feria de Editores Independientes donde se le da lugar al engranaje del mundo del libro”.