Las letras fueron uno de los primeros espacios que acapararon la voz y los deseos de las mujeres. Muchas veces, manuscritos que podrían haber revolucionado el mundo quedaron en el olvido por la poca oportunidad que había en ese momento para autoras femeninas. Sin embargo, otras lograron ver la luz y ser distinguidas. Una de las primeras fue Edith Wharton.
Nació el 24 de enero de 1862 bajo el nombre de Edith Newbold Jones en Nueva York, Estados Unidos. Se crió en el seno de una familia muy privilegiada: su padre, George, se dedicaba a la venta inmobiliaria mientras que su madre, Lucretia Rhinelander, venía de una de las familias más ricas de la época.
Junto con sus otros dos hermanos más grandes, Frederic y Harry, Edith creció dentro de un mundo casi irreal, que representaba una porción mínima de la sociedad. Cuando se desató la Guerra Civil, su familia decidió mudarse a Europa para escapar de las consecuencias económicas del conflicto. Así, pasó la mayor parte de su infancia entre Italia, Alemania y Francia y se conectó con la cultura del Viejo Continente. Descubrió, también, una pasión por contar historias, según recuerda Women & The American History.
Volvieron a Nueva York en 1872 y la pequeña tuvo la oportunidad de recibir educación formal gracias a su posición económica. De hecho, fue su institutriz quien la motivó para seguir el camino literario. Ella debía enseñarle francés, alemán e italiano, pero al darse cuenta del talento innato que tenía Edith, decidió enfocar el temario de las clases en literatura y escritura. A sus 16 años, publicó su primer poemario titulado Versos.
Pero su carrera se vería interrumpida por su condición de mujer. Aunque su lugar estaba definitivamente en los libros, a sus 17 años quedó sumergida y algo sofocada en la riqueza, el lujo y las normas sociales de la Edad Dorada, Edith pasó los últimos años de su adolescencia en cenas y eventos para buscar un marido. Mientras, su pasión seguía latente.
Tuvo varias interacciones románticas antes de finalmente casarse, pero su belleza no alcanzaba los estándares del momento, lo cual dificultó el proceso. Estuvo comprometida con Henry Leyden Stevens, pero la madre de él rompió la alianza por que consideraba que Edith era “muy intelectual”. Terminó casandose en 1885 con Edward (Teddy) Wharton, un banquero de Boston que había conocido años antes en Maine pero con quien no tenía mucho en común.
Como tenían un respaldo económico, Edith, además de ser mujer, no tenía la presión de trabajar. Junto a su marido vivían entre su casa en Newport, un espacio de veraneo de la alta sociedad, y Manhattan. También viajó a Europa, específicamente a Roma, donde aprendió de arte y diseño. Vio en aquellas disciplinas una profundidad inesperada.
Así, decoró su casa junto con un gran artista de la época, Ogden Codman, con quien luego coescribió un libro de diseño de interiores. “El interés de Wharton por el diseño influyó en su ficción, ya que las casas de sus personajes siempre reflejan sus personalidades”, explica Claire Caroll, experta en literatura, para Thought&Co.
El camino para convertirse en la novelista que deseaba se estaba allanado. Antes, le dio una oportunidad al teatro. Escribió La sombra de una duda, una obra que se iba a estrenar en Nueva York en el año 1901 pero, por alguna razón, la producción se canceló y quedó archivada hasta que se encontró en 2017. Logró traducir otras obras con su amplia gama de conocimiento de lenguas. Pero su destino estaba en la ficción.
En 1905, publicó su primera novela, La casa de la alegría, que fue uno de los libros más vendidos de ese año y estuvo en las listas de los libros más populares por mucho tiempo. El éxito imprevisto la llevó a hacer de esa novela una obra de teatro, pero resultó ser muy disruptiva para la audiencia y no tuvo la misma convocatoria que el libro. En 1911, la editorial Scribner’s publicó su segunda novela, Ethan Frome, también con un alto éxito.
“Edith centró sus escritos en las vidas de los residentes más ricos de Nueva York, un grupo con el que estaba demasiado familiarizada. Criticaba a menudo este mundo”, comenta un artículo de Women & American History. “En La casa de la alegría cuenta la historia de una mujer de 29 años, cuya falta de relación matrimonial la lleva al destierro de la sociedad y a una existencia solitaria. Esto avergonzó al círculo social de Edith, que pronto se distanció de ella”, continuó.
En paralelo, con su marido nunca tuvo mucha afinidad. Se separaron formalmente en 1913, pero ya hacía años que no dormían en el mismo cuarto. Además, Edith tuvo una relación extramatrimonial con el periodista Morton Fullerton, lo cuál generó celos y enojo a Edward. En consecuencia, vendió sin su consentimiento la casa que tenían juntos en The Mount, a la que Edith le tenía mucho aprecio.
Su historia se pone más interesante cuando, ya divorciada decide instalarse en París en 1913, justo a las puertas de la Primera Guerra Mundial. Ahí creó un asilo para refugiados donde recibió a más de 600 belgas huérfanos y también actuó como una corresponsal de guerra: iba al frente y reportaba lo que pasaba para revistas norteamericanas. En efecto, Francia la reconoció con la Legión de Honor, una alta distinción.
Al terminar la guerra, en 1919 se compró una casa en el sur de Francia, específicamente en Sainte Claire du Vieux Chateau. Ahí, comenzó a escribir La edad de la inocencia, su obra maestra. “En La edad de la inocencia se abre una especie de mundo jeroglífico, donde lo real nunca se decía, ni se hacía, ni siquiera se pensaba, sino que sólo se representaba mediante un conjunto de signos arbitrarios", expresa para The New York Times Elif Batuman, escritora y periodista norteamericana.
Aunque no tuvo la misma cantidad de ventas que La casa de la alegría, Edith recibió el Premio Pulitzer en la categoría de ficción por esta novela, convirtiéndose así en la primera mujer en obtener este reconocimiento. Si bien el premio no contaba con el prestigio de hoy, aquello fue un hecho histórico.
“En el centro de su obra está la pasión, esa presencia peligrosa, prohibida y poderosa que la explora a través de la lente cambiante de su propia experiencia”, explica para Center for Fiction la escritora Roxana Robinson. “Su valentía al aventurarse en territorios prohibidos, y su coraje al plasmar lo que encontró, con tanta elocuencia e intensidad, es el verdadero legado de Edith Wharton”, profundiza.
Luego del Pulitzer, Edith escribió muchas otras obras, ya con un nombre reconocido y con porte en la sociedad literaria. En toda su vida, produjo 38 libros. Algunos de ellas fueron The Glimpses of the Moon, The Old Maid, que fue adaptado al teatro por Zoe Akin y ganó un Pulitzer, The Children, Hudson River Bracketed y A Backward Glance. Este último, publicado en 1934, no fue una novela de ficción, sino un recuento de sus memorias.
En agosto de 1937, Edith falleció en su casa de St-Brice, Francia, después de haber sufrido por dos años derrames cerebrales y un ataque al corazón. “En su mundo, el nombre de una mujer sólo debía aparecer impreso y en público tres veces: al nacer, al casarse y morir. Pero creo que estaría encantada con este momento público y perdurable en el que la nombramos como una de nuestras más grandes escritoras: Edith Wharton”, finaliza en su artículo Robinson.