Beneficios y riesgos del inflamasoma, pieza clave de los procesos inflamatorios - RED/ACCIÓN

Beneficios y riesgos del inflamasoma, pieza clave de los procesos inflamatorios

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El inflamasoma, complejo molecular presente en las células, tiene un papel crucial en la defensa contra patógenos, pero su activación crónica está vinculada a diversas enfermedades. Compuesto por sensores, adaptadores y efectores, desencadena respuestas inmunitarias al detectar peligros celulares.

Beneficios y riesgos del inflamasoma, pieza clave de los procesos inflamatorios

Citoquinas (proteinas proinflamatorias) liberadas por los poros de una célula, proceso en el que intervienen los inflamasomas. Juan Gaertner / Shutterstock

A escala molecular, el cuerpo humano es tan complicado como interesante y diverso. Entre las miles de moléculas existentes podemos diferenciar aquellas que aportan beneficios de las que causan daños, pero no siempre es fácil.

Sin ir más lejos, el inflamasoma tiene una doble cara. Presente en el líquido interior de cada célula (el llamado citosol), este complejo multiproteico es capaz de detectar patógenos intracelulares e inducir la respuesta de defensa para eliminarlos.

No obstante, y aunque normalmente nos defiende frente a infecciones, su activación crónica constituye un importante factor de riesgo para una gran variedad de enfermedades cuyos daños pueden ser irreversibles.

Un puzle que salva vidas

El inflamasoma está formado por tres tipos de componentes: un sensor (que “siente” el peligro), un adaptador (ensambla las piezas del inflamasoma, a modo de pegamento molecular) y un efector (el encargado de mediar la respuesta).

Los sensores identifican una amplia gama de patógenos y las señales de daño producidas por las propias células infectadas, que pueden atravesar las membranas celulares y alcanzar el citosol.

Divididos en tres grandes grupos, todos los sensores poseen la capacidad de formar inflamasomas y desencadenar la activación de la respuesta inmune. En la actualidad, el más estudiado se llama NLRP3, pero otros están empezando a acaparar la atención debido a su importante papel en la regulación y desarrollo de diversas patologías.

El inflamasoma funciona así: cuando los sensores detectan un peligro, interaccionan con la proteína ASC, que tiene una función adaptadora y recluta otras proteínas con función efectora, las llamadas caspasas.

Los distintos componentes del inflamasoma presentan dominios (las unidades básicas de las proteínas, que pueden plegarse, funcionar y evolucionar de forma independiente) que encajan entre sí como si fueran piezas de un puzle. De esta manera, la interacción es escalonada y específica.

Por ejemplo, ASC presenta un dominio denominado PYD capaz de encajar con otro dominio PYD presente en el sensor. Y, a su vez, ASC presenta un dominio CARD que interacciona con el correspondiente dominio CARD de la caspasa.

Tijeras moleculares

Las caspasas se encuentran inactivas en el citosol, en lo que se llama “estado de zimógeno”. Pero cuando son incorporadas al inflamasoma, sufren cambios en su estructura que las convierten en proteínas efectoras y activas.

Su función es proteolítica, es decir, actúan como tijeras que rompen las proteínas para activar otras proteínas llamadas gasderminas y las citoquinas proinflamatorias.

Las gasderminas se ensamblan para crear poros en las membranas de las células. Esto permite la liberación de las citoquinas al exterior celular, induciendo más inflamación y, finalmente, la muerte de la célula.

Sin embargo, la activación del inflamasoma no siempre desemboca en la muerte celular: también puede conducir a un estado de activación prolongada de las células inmunitarias. Y entonces empiezan los problemas.

Código rojo, algo va mal

Numerosas publicaciones científicas demuestran que la desregulación del inflamasoma está implicada en múltiples enfermedades. No sólo en patologías infecciosas o agudas, sino también en las dolencias inflamatorias crónicas.

Esta personalidad “oscura” de nuestro protagonista puede precipitarse por culpa del microambiente que se genera en el órgano enfermo y los tipos celulares implicados en el proceso inflamatorio.

Las enfermedades inflamatorias crónicas son aquellas que implican procesos inflamatorios lentos y prolongados, que duran desde semanas hasta años. Generalmente, su alcance y efectos varían según el origen de la lesión y la capacidad del cuerpo para reparar y superar el daño.

Entre las causas más comunes destacan los trastornos autoinmunes o autoinflamatorios, la exposición recurrente a sustancias tóxicas y episodios recurrentes de inflamación aguda. Este proceso afecta a muchas enfermedades, como las cardiovasculares, las gastrointestinales, las metabólicas, las neurodegenerativas, las psicológicas y el cáncer.

Además, los hábitos poco saludables contribuyen al desarrollo de la inflamación. Su condición crónica es más frecuente en aquellas personas que consumen alcohol, fuman, presentan sobrepeso, llevan una vida sedentaria o, especialmente, experimentan estrés crónico, algo bastante frecuente en la sociedad actual.

Las enfermedades no transmisibles, entre las que se encuentran las inflamatorias crónicas, son la causa de muerte más frecuente en el mundo. Consideradas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la mayor amenaza para la salud, 3 de cada 5 personas fallecen debido a estas patologías.

Hábitos saludables para que el inflamasoma no se desmande

En general, la inflamación crónica no tratada tiene un pronóstico desfavorable. Su mortalidad y sintomatología dependen tanto de la causa específica como de factores externos.

El tratamiento precoz de la inflamación ayuda a prevenir o mejorar el pronóstico de multitud de enfermedades, pero también resulta fundamental la prevención: llevar una dieta saludable, realizar actividad física, dejar de fumar y disfrutar de una buena rutina del sueño ayudan a que el inflamasoma solo se active para cumplir su papel de eliminar agentes infecciosos.

Es básico que nuestra sociedad conozca las enfermedades inflamatorias crónicas y cómo intentar prevenirlas.


Ana María Conesa Hernández, del Departamento de Biología Celular e Histología de la Facultad de Biología de la Universidad de Murcia, ha colaborado en la elaboración de este artículo.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.