Hay libros que, por un período de tiempo, se encuentran en cada subte, en cada bondi, en cada vidriera y en cada mesada de librería. Este es el caso con Los reyes de la casa, el último de Delphine De Vigan.
Su gran éxito y difusión pueden deberse —además de que es un thriller de esos que te hacen quedarse hasta altas horas para leer un capítulo más— a que la trama es una aguda radiografía del pasado, presente y posible futuro de la sobreexposición en redes sociales.
Para ser más precisos, la protagonista Mélanie Claux se crió a base de reality shows y soñó siempre con ser una de las participantes de Gran Hermano, Date My Mom o cualquiera que la aceptara, pero no parecía ser material para la televisión. Sin embargo, encuentra la posibilidad de hacer real sus aspiraciones al mismo tiempo en que todos empezamos a tener una cámara, una computadora y acceso a YouTube en casa. Esto la lleva a convertirse en la realizadora el éxitoso canal Happy Break, donde sus hijos Kimmy y Sammy son las estrellas.
Un video viral lleva a un estudio en casa, horas de grabación rutinarias y planes que serían el sueño de cualquier niño ("hoy Kimmy y Sammy intentan comer todos lo que puedan en Mc Donalds", "hoy Kimmy y Sammy eligen todos los productos del supermercado mientras sean naranjas"), excepto cuando se convierte en un trabajo y obligación. Muchos videos de unboxing y montañas de juguetes recibidos por grandes marcas después, la desaparición de Kimmy hace que su historia se cruce con la de la policía Clara Rousel.
Todo lo que acabo de contarte no es spoiler; esta desaparición es prácticamente el punto de inicio (y el momento a partir del cual no se puede dejar el libro en la mesa). Por un lado, uno de los puntos más cautivantes de la narración es su parte detectivesca, en la que se indaga si fue un secuestro, quiénes conocen la dirección de los niños influencers y quiénes podrían ser sus enemigos (otros padres que conducen canales sobre sus hijos, las personas que luchan porque se termine el trabajo infantil puertas adentro, y muchas otras posibilidades).
Por el otro, la escritora francesa logra exponer un punto de vista casi sociológico, en el que se extraña de las cosas que ya tenemos naturalizadas en cuanto a compartirlo todo. Este novedoso punto de vista es posible gracias al personaje de Clara Rousel, que nunca "agregó amigos", "se suscribió" a ningún canal ni posteó "una historia". En su investigación, Rousel descubre que, gracias a la convicción de que somos más libres que nunca de contar nuestra propia historia y armar nuestro relato de vida en redes, nos atamos más que nunca a la vigilancia constante, nos dejamos ser observados por todo el mundo en todo momento. Nadie tuvo que obligarnos, sino que lo hacemos por iniciativa propia, en una línea digna de Michelle Foucault.
Sin dudas, aquí la ficción no se aparta para nada de la realidad. En una investigación reciente de The New York Times se analizaron 2,1 millones de publicaciones de Instagram, monitorearon meses de chats en línea de pedófilos profesos y entrevistaron a más de 100 personas, incluidos padres e hijos.
“Buscando el estrellato en las redes sociales para sus hijas menores de edad, las madres publican imágenes de ellas en Instagram. Las cuentas atraen a hombres sexualmente atraídos por los niños y, a veces, pagan para ver más. (…) Miles de cuentas examinadas ofrecen información inquietante sobre cómo las redes sociales están remodelando la infancia, especialmente en el caso de las niñas, con el estímulo y la participación directa de los padres", advirtió su publicación.
La combinación de estos ejes, canalizados a la perfección por las perspectivas de Mélanie y Clara, una insider y una outsider, es el elemento que hace de esta publicación de Anagrama una lectura irresistible, tanto por su trama como por su implacable retrato de la contemporaneidad.