Desde hace más de dos décadas, Abel Menapace y su hijo Leandro practican una ganadería que busca el equilibrio con el ambiente en el Gran Chaco argentino. Ambos ingenieros agrónomos dirigen una explotación en la ecorregión de Cuña Boscosa, que ocupa más de un millón de hectáreas en el extremo norte de la provincia de Santa Fe.
Este proyecto familiar combina la gestión de los bosques autóctonos con la producción ganadera, con el fin de respetar la biodiversidad, y lleva el nombre de San Francisco de Asís, en honor al monje del siglo XII Francisco de Asís, patrón de la ecología.
Aquí se entremezclan especies arbóreas autóctonas, como el quebracho colorado y blanco y el algarrobo. Su biodiversidad ha atraído y acogido a la fauna de la región: unas 200 especies de aves comparten espacio y alimento con zorros, coipos, ñandúes y armadillos, entre muchos otros animales. “La diversidad es vida, es lo opuesto al monocultivo”, dice Abel.
Situada a unos 20 kilómetros de la ciudad de Malabrigo, a su vez a unos 280 kilómetros al norte de la capital provincial, Santa Fe, la explotación de los Menapace es un ejemplo de integración con éxito de la ganadería y los bosques. La explotación no sólo ha conseguido transformar sus suelos, antes agotados, sino que también ha contribuido a convertir sus 214 hectáreas en un enorme almacén de carbono.
El papel de los bosques autóctonos
Los bosques autóctonos son proveedores de servicios ecosistémicos esenciales para los seres humanos y otras especies. Contribuyen a mitigar el cambio climático, ayudan a regular los recursos hídricos, ofrecen opciones de subsistencia a las comunidades locales y mejoran la seguridad alimentaria y el desarrollo económico regional.
Argentina tiene una superficie de 47,9 millones de hectáreas de bosques nativos, que están bajo la protección de la Ley de Bosques de 2007 del país, que establece la zonificación de los usos de los bosques para equilibrar las necesidades de producción y la conservación de la naturaleza.
La provincia de Santa Fe abarca aproximadamente 13 millones de hectáreas, de las cuales 1,7 millones son bosque nativo y están protegidas por esta ley: 372.687 hectáreas están bajo la categoría I o “roja”, que requiere una conservación estricta que prohíbe cualquier cambio en el uso del suelo; y 1,3 millones de hectáreas bajo la categoría II o “amarilla”, que permite actividades productivas consideradas compatibles con el cuidado de la naturaleza. La explotación de los Menapace se encuentra en tierras de categoría II.
A principios del siglo XX, la explotación de los recursos forestales del norte de Santa Fe estaba dominada por empresas británicas. Denominada la época de “La Forestal”, en honor a una empresa británica de la época, este período de actividad extractiva cambió para siempre el mapa natural y social de la región.
Este proceso fue retratado en detalle en un libro de 1965 del escritor santafesino Gastón Gori. Relata cómo un enorme bosque de “oro rojo” que cubría más de dos millones de hectáreas fue talado a hachazos y machetazos para satisfacer los mercados internacionales, en busca de tanino para las curtiembres y troncos para fabricar durmientes de ferrocarril o postes. Las cicatrices de la temprana explotación a la que fueron sometidos sus ecosistemas aún son visibles en la zona.
El establecimiento Menapace es un ejemplo de producción sostenible vinculada a su comunidad: las tierras están abiertas a investigadores, organizaciones civiles, escuelas y universidades. Abel ha explicado el ethos de la granja en su propio libro, que reúne años de trabajo: “La idea es poner en valor la oferta del bosque nativo, su renta en madera, frutos, forrajes, flores melíferas, esencias medicinales, colorantes, ambientes para paseos, servicios ambientales y al mismo tiempo, en forma integrada y en el mismo ecosistema, introducir ganado, mejorando el ambiente y obteniendo una renta ganadera”.
Más bosques, menos emisiones
El 60% de los bosques nativos de la Cuña Boscosa santafesina está clasificado como poco o mal apto para la ganadería, mientras que el resto es apto. Esto significa que se necesitan entre tres y cinco hectáreas por vaca en producción, explica el ingeniero agrónomo Germán Castro. Trabaja en una de las estaciones experimentales del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, ubicada 40 km al sur de la ciudad santafesina de Reconquista.
Los Menapace consiguieron invertir esta ecuación: hoy, el 70% de sus tierras de cultivo están clasificadas como buenas o muy buenas para la ganadería, mientras que el 30% restante sirve de refugio a la biodiversidad. La proporción de animales por hectárea nunca es superior a 1:1, lo que significa que en los momentos de mayor actividad pueden gestionar más de 150 cabezas de ganado; a principios de 2024, tras tres años de grave sequía, la cabaña se redujo a la mitad, a unas 75 cabezas.
La palabra clave es gestión, explica Abel. En primer lugar, reconocieron que tenían que intervenir en el bosque para mantenerlo activo, pero esa intervención debía basarse en el respeto a las especies autóctonas. “Cada componente del ecosistema cumple una función”, añade.
Estos esfuerzos son clave para reducir el impacto de la ganadería como fuente contaminante: según el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero 2021 de Argentina, el sector agrícola, ganadero y forestal representa el 39% de las emisiones del país. Si se desglosa por subsectores, la ganadería aparece como la actividad con mayores emisiones, representando el 22,2%, casi el doble que el siguiente subsector, el transporte (13,9%).
Tanto la conservación de importantes porciones de biodiversidad autóctona como el tipo de pastoreo utilizado hacen que la explotación Menapace minimice sus emisiones de gases de efecto invernadero y tenga unas emisiones comparativamente inferiores a las de muchas otras explotaciones ganaderas, además de que sus tierras contribuyen al secuestro de carbono. Esto podría ayudarle a estar más en consonancia con la estrategia climática a largo plazo de Argentina, por la que el país se ha comprometido a alcanzar la neutralidad de carbono para 2050.
“Cuando caminas por el campo ves el carbono, está ahí delante de tus ojos, en el mantillo [una capa de materia orgánica formada por la descomposición de materia vegetal y animal], en las hojas, en los troncos, en los pájaros y mamíferos. Está en todo el sistema y en la diversidad que estalla por todas partes”, dice Castro.
Observación y manipulación
La clave del planteamiento productivo de la explotación de Menapace es el manejo de bosque con ganadería integrada -conocida por sus siglas MBGI-, una estrategia de producción sostenible utilizada en algunas explotaciones de Argentina que integra las actividades ganaderas y forestales. Con este método, las vacas pueden contribuir de algún modo a la regeneración del ecosistema, en lugar de limitarse a degradarlo.
Aquí la producción ganadera es una consecuencia y no un objetivo
Abel Menapace, productor ganadero
El MBGI integra el bosque nativo en su producción “como agente proveedor de servicios ecosistémicos”, como la regulación hídrica, la conservación del suelo y la fauna silvestre y el secuestro de carbono, explica Castro. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria monitorea regularmente los campos de los Menapace para establecer el impacto de estas prácticas en las emisiones del ganado.
Abel y Leandro Menapace describen el bosque como un ecosistema con muchos componentes, cada uno de los cuales tiene una función. Si el bosque está sano, todo el sistema está equilibrado. “Aquí la producción ganadera es una consecuencia y no un objetivo, trabajamos en función de todo el ecosistema, no centrados en la vaca”, dice Abel. Uno de los elementos clave de la MBGI es el pastoreo rotativo, que en la explotación de los Menapace se realiza en 90 parcelas. Cada día, las vacas se desplazan de una parcela a otra, encontrando alimento fresco y permitiendo la recuperación de las otras parcelas.
Fernando Aiello, investigador en ciencias agropecuarias y docente de la Universidad Nacional del Litoral de Santa Fe, especializado en manejo de pastizales naturales, conoce la experiencia de los Menapace. “Hacen un trabajo muy interesante a través del pastoreo rotativo, gracias al cual pudieron recuperar especies invernales que crecen debajo de los árboles del bosque, especies forrajeras nativas [plantas que come el ganado], algo raro en los bosques donde se privilegian las pasturas de verano”, explica.
Resistencia al cambio climático
En la explotación de los Menapace, la producción y la conservación van de la mano, coexisten y se potencian mutuamente, según Aiello. Según él, el pastoreo rotativo permite reforzar el sistema de producción frente a fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más frecuentes e intensos a causa del cambio climático.
La zona central de Argentina atravesó tres años consecutivos de déficit hídrico entre 2020 y 2023 impulsado por el fenómeno climático de La Niña. A pesar de ello, la granja de los Menapace pudo mantener la fertilidad del suelo gracias a la cobertura de hierba y mantillo, así como a un uso eficiente del agua. “Obtuvieron resultados muy positivos en comparación con sus vecinos”, afirma Aiello.
“La acumulación de buenas prácticas basadas en el pastoreo rotativo y la observación de las especies forrajeras y los árboles a lo largo del tiempo han permitido a Abel y Leandro construir un sistema muy sano, estable y fiable, algo esencial en un escenario de cambio climático en el que se alternan el exceso de agua y las sequías prolongadas”, añade el especialista.
En términos de emisiones, al priorizar la presencia de árboles jóvenes y adultos en crecimiento activo sobre los árboles demasiado maduros, además de los pastos de invierno, estos agricultores han podido mantener una elevada actividad fotosintética durante todo el año. “Es una situación muy favorable para el secuestro de carbono. Tienen mucha actividad fotosintética; el campo está siempre verde y activo y eso está muy ligado a la captación de carbono”, afirma Aiello.
El ganado puede ser un emisor de gases de efecto invernadero, o puede ayudar a capturarlos. Todo depende de cómo se haga
Germán Castro, agrónomo
Castro, aunque aún no tiene los datos de captura de carbono de los Menapace, dice no tener dudas de que es al menos el doble de lo que se emite: “Cada hectárea tiene unos 100 árboles, más de 400 arbustos, abundante pasto. Todo esto es pura captura de carbono”. Añade que el suelo de la finca es un enorme reservorio de carbono, ya que recibe continuamente una gran cantidad de materia orgánica. “El ganado puede ser un emisor de gases de efecto invernadero, o puede ayudar a capturarlos. Todo depende de cómo se haga”, afirma Castro.
Aunque el grado en que el pastoreo puede contribuir a la captura de carbono en los pastizales sigue siendo objeto de debate entre los científicos, los esfuerzos de la familia Menapace por aplicar prácticas más sostenibles se acogen con satisfacción y se reconocen como un paso positivo en la dirección correcta. En un momento en que Argentina se enfrenta a la necesidad de ecologizar su agricultura a largo plazo, su trabajo podría servir de lección al sector en general.
Este artículo ha sido elaborado con el apoyo del Proyecto Net Zero Argentina de Earth Journalism Network, Periodistas por el Planeta, Claves21 y Banco de Bosques.
Este artículo fue publicado originalmente en Diálogo Chino.