Este aumento en la longevidad no siempre va acompañado de calidad de vida y buena salud. Con el envejecimiento, las capacidades físicas y mentales se pierden gradualmente y crece el riesgo de sufrir enfermedades. De hecho, las tasas de dependencia también están aumentando año tras año. Por esta razón, el envejecimiento poblacional genera un desafío sin precedentes para los sistemas de salud en todos los países.
El envejecimiento saludable a menudo se entiende como un estado positivo libre de enfermedad donde se pueden distinguir individuos sanos y enfermos. Pero entenderlo así suele ser problemático en edades avanzadas, ya que la mayor parte de personas mayores tienen una o más enfermedades, pero las pueden tener controladas y que influyan poco en su día a día.
Por esta razón, la Organización Mundial de la Salud cambió el paradigma y definió el envejecimiento saludable como el proceso de fomentar y mantener a lo largo de los años la capacidad funcional que permite el bienestar en la vejez.
La base del envejecimiento saludable
La capacidad funcional se define como “los atributos relacionados con la salud que permiten a una persona ser y hacer lo que es importante para ella”. Está compuesta por la capacidad intrínseca de la persona (la combinación de sus capacidades físicas y mentales), su entorno (incluyendo el entorno físico, social y político) y las interacciones entre la persona y el entorno.
El proceso de envejecimiento óptimo es aquel que mantiene la capacidad intrínseca alta a lo largo de los años. Sin embargo, si a lo largo de este proceso la persona sufre un declive en su capacidad intrínseca, un entorno favorable puede suplir estas deficiencias y mantener la capacidad funcional.
No obstante, ciertas personas pueden sufrir tal declive que, incluso en un entorno favorable, no son capaces de emprender las tareas básicas de la vida diaria por sí solas. Entonces requieren a otra persona, lo que se denomina dependencia del cuidado.
Este cuidado puede darse en la propia casa, quizás con alguna adaptación, o reubicándose a un entorno más preparado. El 80 % de personas mayores prefiere vivir en su hogar o comunidad, probablemente porque tienen un sentido de conexión, seguridad y familiaridad.
Sin embargo, envejecer en el hogar puede no ser la mejor opción para aquellas personas aisladas, las que vivan en un entorno desfavorable o con demasiados niveles de cuidados. Es en estos casos cuando la opción de ingresar en una residencia se vuelve necesaria.
Los sistemas de salud no están siguiendo el ritmo
Aunque estamos ante una rápida transición hacia un envejecimiento poblacional, los sistemas de salud no están siguiendo el ritmo y no están preparados para cumplir con los objetivos de envejecimiento saludable.
El principal objetivo del sistema de atención convencional ha sido manejar o curar las enfermedades de las personas. Este sistema ha funcionado relativamente bien: ha permitido aumentar la esperanza de vida de la población, pero ha provocado que la población esté viviendo más tiempo con menos salud y calidad de vida.
Prolongar la salud a lo largo de los años y reducir la brecha entre la esperanza de vida y los años de vida saludables debe convertirse en el nuevo objetivo de los sistemas de salud. Para ello, hace falta potenciar la capacidad funcional de las personas. De hecho, centrarse en la promoción de la capacidad intrínseca de las personas mayores es más eficaz que priorizar la gestión de enfermedades crónicas específicas. Incluso, puede ayudar a evitar tratamientos innecesarios, polifarmacia y sus efectos secundarios.
Asimismo, la atención residencial convencional se ha basado en un modelo médico de prestación de servicios que opera más como un hospital que como una casa. Probablemente debido a que los residentes geriátricos son una población extremadamente compleja y vulnerable, con altos niveles de dependencia física, deterioro cognitivo, multimorbilidad y polifarmacia. Así, el cuidado se ha centrado principalmente en mantener con vida a las personas mayores y en satisfacer sus necesidades básicas, como bañarse o vestirse, a expensas de los objetivos de un envejecimiento saludable.
No obstante, sabemos que la capacidad funcional de los residentes decae muy rápido y que la dependencia del cuidado podría ser el gasto económico más importante de estas instituciones. Del mismo modo, las residencias deberían redefinirse hacia un rol más positivo y proactivo, donde la atención busque la optimización de la capacidad intrínseca de las personas y ofrezca un entorno favorable para compensar la posible falta de capacidad.
¿Qué políticas de salud necesitamos?
Para satisfacer estas necesidades de envejecimiento poblacional se requieren cambios significativos en nuestras políticas de salud. Hace falta aplicar estrategias de prevención, educación y promoción de la salud a nivel de toda la población, no solo para las personas mayores. El envejecimiento saludable engloba todo el ciclo de la vida.
Una de las claves de promover la salud a largo plazo es fomentar estilos de vida saludable. Esto incluye fomentar la actividad física regular, una dieta equilibrada, la reducción de hábitos tóxicos como fumar o consumo de alcohol, e incluso factores no físicos, como el manejo del estrés, del sueño, el optimismo, reír, aprender, estar conectado socialmente o tener un propósito en la vida.
Consecuentemente, los pacientes deben pasar de ser receptores pasivos de la sanidad a convertirse en participantes activos de su salud y planificación de la atención. Para ello, deben estar bien educados sobre la optimización del estilo de vida, tener conocimientos médicos suficientes y tomar el control sobre sus objetivos de salud.
Pau Moreno Martin, Fisioterapia, Universitat de Vic – Universitat Central de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.