Asegura Paul McCartney que la melodía de Yesterday, la canción más escuchada y versionada de los Beatles, le llegó mientras dormía. El común de los mortales solemos tener sueños más mediocres, aunque a nosotros nos parezcan apasionantes y los contemos alegremente a riesgo de dormir a nuestros interlocutores.
Porque como explicaba José T. Boyano, profesor de Psicología de la Universidad de Málaga, las aventuras que corremos bajo las sábanas están teñidas por el color de una emoción predominante, y esto es imposible de transmitir a alguien que no las ha vivido. Los eventos emocionalmente cargados son los que más posibilidades tienen de reaparecer de una manera u otra en la “sesión de noche”, aunque luego las conexiones neuronales recuperen escenas y personajes en los que hace mucho que no pensábamos.
Pero ¿tienen algún sentido estas peripecias nocturnas, aparentemente gratuitas? Todo apunta a que debe ser vital soñar. Si no, no se explicaría que lo hagan todos los animales de sangre caliente, aves y mamíferos. Según los indicios, es el momento en que consolidamos los recuerdos: las áreas encefálicas activadas durante las experiencias diurnas vuelven a activarse durante el sueño y se fortalecen las conexiones. No en balde, las lecciones más importantes de la vida (hablar, reconocer objetos…) las aprendemos de niños, que es cuando más dormimos.
Hasta la fecha, la ciencia no puede decir mucho más sobre los sueños, que siguen envueltos en ese halo de misterio que ha fascinado a la humanidad a lo largo de los tiempos. El principal obstáculo es que los investigadores no pueden acceder directamente a la experiencia onírica… ¿O sí?
De hecho, ya se ha dado el primer paso: un grupo de neurocientíficos franceses han conseguido comunicarse con voluntarios mientras dormían. Estos respondían a sus preguntas con gestos –sonrisas y ceños fruncidos– previamente acordados.
Los investigadores ensayaron primero sus técnicas con soñadores lúcidos, aquellas personas conscientes de que están viviendo un sueño y que incluso pueden controlarlo. Según nos contaba la psicóloga Laura Río Martínez, de la Universidad Internacional de Valencia, es un “superpoder” real al alcance de unos pocos, pero susceptible ser entrenado.
Otra modalidad intrigante es la de los sueños recurrentes, cuyos argumentos suelen ser variaciones de un limitado repertorio de situaciones: persecuciones, pérdidas de los dientes, caídas al vacío, apariciones públicas en ropa interior… A menudo se producen en periodos de estrés y posiblemente reflejan preocupaciones que nos inquietan durante el día.
Aunque para malestar el que producen las pesadillas, y no solo por su contenido desagradable o terrorífico. Un reciente estudio nos revelaba que sufrirlas con frecuencia es un mal augurio a ciertas edades. De acuerdo con sus resultados, las personas de mediana edad que las experimentaban todas las semanas cuadriplicaban el riesgo de padecer deterioro cognitivo en los diez años siguientes, mientras que los ancianos tenían el doble de posibilidades de sucumbir a la demencia.
La buena noticia es que las pesadillas reiteradas se pueden tratar con diversas terapias psicológicas o farmacológicas. No solo para tener noches más plácidas, sino también para prevenir que las horas de vigilia se conviertan en otro mal sueño.
*Pablo Colado, Salud + Medicina, The Conversation
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.