El reclamo por más fondos para reducir las emisiones y abordar los efectos del cambio climático es algo que suele unificar posiciones entre los gobiernos de América Latina. Sin embargo, la mayoría no sabe realmente cuántos fondos necesita, lo que dificulta poner los planes climáticos en marcha, sostiene Sandra Guzmán, fundadora del Grupo de Financiamiento Climático para Latinoamérica y el Caribe (GFLAC), una organización que promueve la transformación del sistema financiero a uno más sostenible.
Guzmán, que estudió Finanzas Sostenibles en la Universidad de Oxford y es doctora en Ciencia Política por la Universidad de York, está detrás del Índice de Finanzas Sostenibles de GFLAC, que identifica el nivel de inversión pública dedicada al cambio climático de cada país de la región. De acuerdo a los datos de 2022, ninguno de los 20 países más emisores de América Latina ha logrado alcanzar altos niveles de finanzas sostenibles. Países como Ecuador y México tienen los menores niveles de finanzas sostenibles ya que sus ingresos dependen en parte de los combustibles fósiles.
En una entrevista con Diálogo Chino, Guzmán sostuvo que los países no sólo deben pedir más fondos a los países desarrollados sino también comenzar un proceso de transición de sus economías para generar fuentes de ingreso no contaminantes. Además, Guzmán pidió avanzar en la reforma del sistema financiero. Para ello, las instituciones financieras deben poner el cambio climático y la protección de la naturaleza al centro de su trabajo y abordar los altos niveles de endeudamiento, agregó.
Diálogo Chino: ¿Por qué es importante que los países de la región sepan cuánto les va a costar el cambio climático?
Sandra Guzmán: A nivel internacional, hemos venido discutiendo desde América Latina la necesidad de tener más financiamiento para el cambio climático. Sin embargo, hay una gran laguna de información y todavía no sabemos cuánto realmente necesitamos. Al analizar los planes climáticos de los países de América Latina, se ve que muy pocos han hecho estimaciones de cuánto les cuesta el cambio climático. Los pocos que lo hicieron, como Colombia y México, sólo midieron los gastos en mitigación y no en adaptación.
Si bien nunca vamos a tener el número certero ya que las necesidades de hoy van a ser diferentes de las de mañana, tener estimaciones de financiamiento te ayuda como país a tener y llevar adelante un plan climático más ejecutable. Estamos en un momento crítico para identificar cuánto se necesita.
Históricamente, los compromisos de financiamiento, como la meta anual de US$100 mil millones de los países desarrollados acordada en 2009 [en la COP15 de cambio climático], fueron políticos y sin fundamento metodológico. Pero a medida que hemos avanzado en el cambio climático, fue claro que el costo asciende a miles de millones de dólares. Ahora los países están en la etapa de diseño de una nueva meta que debe aprobarse este año y tiene que tener en cuenta las necesidades de los países en desarrollo.
¿Fue esa falta de información de los costos del cambio climático lo que te llevó a crear el Índice de Finanzas Sostenibles?
Hace 18 años empecé a hacer monitoreo de financiamiento climático, preguntándome de dónde venían los fondos y adonde se asignaban. Así, me di cuenta que lo importante no es solo movilizar más dinero. La verdadera transformación pasa también por reducir el financiamiento que aumenta las emisiones. Analicé el presupuesto nacional de México por muchos años. Mientras que los fondos para fósiles son enormes, lo destinado para el clima es ínfimo. No se puede combatir el problema del cambio climático si tu dinero se sigue inyectando en las acciones que lo generan.
Durante mi doctorado, una de las preguntas de estudio era qué evita que países en desarrollo integren el cambio climático en sus finanzas públicas. Ello me llevó a crear el índice. El objetivo es identificar las brechas para luego emitir propuestas de dónde están las áreas de oportunidad. Queremos que los países dejen de depender tanto del financiamiento internacional y que podamos generar nuestros propios ingresos y vías de sostenibilidad financiera con fortalecimiento de las finanzas públicas.
En la COP28, Colombia y Brasil, dos países cuyos ingresos dependen en cierta medida de los combustibles fósiles, presentaron planes para crear nuevas fuentes de ingreso sin emisiones, como la bioeconomía. ¿Cuán factible es llevar adelante esa transición?
Es un hecho que los países en determinado momento van a tener que hacer una transición. Los recursos fósiles son finitos. Lo hemos visto en México, país que tuvo un boom petrolero pero hoy le cuesta cada vez más sostener a la industria fósil. No sólo es posible transitar, sino que es urgente y necesario.
No vamos a cerrar la llave del petróleo de un día para el otro, pero seguimos sin hacer uso de sus ingresos para invertir en la transición energética. Lo que generamos por los fósiles deberíamos invertirlo en renovables, protección de los bosques y bioeconomía pero no está pasando en muchos países. Es importante seguir empujando por más financiamiento climático pero nunca va a alcanzar si los países no están preparados con planes para salir de la dependencia de los fósiles. El mensaje es que las economías a nivel nacional empiecen a transitar su transición, y que eso se irá apalancado por el financiamiento internacional.
En 2013, Ecuador propuso que no explotaría las reservas petroleras del Parque Nacional Yasuní a cambio de una compensación de la comunidad internacional. Sin embargo, los fondos no se lograron. ¿Es posible pensar hoy en un esquema similar que sí funcione?
Yasuní nos dejó el reconocimiento de la población de que proteger la naturaleza en su conjunto es prioritario. Como sociedad ese es un mensaje político muy grande. El problema fue la respuesta internacional.
Las condiciones todavía no están dadas pero Yasuní deja un precedente que las instituciones financieras van a tener que enfrentar de alguna manera. El sistema económico y financiero como fue originalmente concebido no sirve. Iniciativas como Yasuní o los canjes de deuda por naturaleza son sólo un pequeño viento de alivio. Tenemos que trabajar en cambios más estructurales, como que los bancos multilaterales coloquen al cambio climático y la naturaleza en el centro de sus operaciones.
Las discusiones por una reforma del sistema financiero internacional se han acelerado en los últimos años en el marco de la Iniciativa de Bridgetown de la Primera Ministra de Barbados Mia Mottley. ¿Qué avances se han logrado y que falta?
El reconocimiento de que las instituciones financieras son ineficientes era importante ya que se crearon en un contexto que ya no responde a la realidad actual. Ello generó una discusión sobre la deuda, que tiene atorados a muchos países. Los países desarrollados están obligados a dar financiamiento a los países en desarrollo, pero si esos fondos llegan en forma de préstamos incrementa el problema de la deuda. La reforma tiene varias líneas.
Por un lado, la respuesta urgente a la deuda de los países que no pueden pagar y están en un punto de quiebre. Hace falta un esquema que permita condonar deudas a través de esquemas como el canje de deuda por naturaleza. Por otro lado, está la parte más estructural. Tenemos que cambiar la forma en la que las instituciones financieras operan. El cambio climático y la protección de la naturaleza deben estar al centro de su trabajo. Además, deben ofrecer mejores y diferentes condiciones de financiamiento. Hoy sólo quieren invertir en grandes proyectos de infraestructura financiados por gobiernos y no en pequeños proyectos descentralizados de estados, ciudades y comunidades.
Los fondos destinados a reducir emisiones son mucho más altos que los fondos destinados a la adaptación al cambio climático. ¿De qué manera se puede revertir en el marco de la reforma a las instituciones financieras?
Cuando empezó la conversación sobre el cambio climático en Naciones Unidas, el foco central estaba en la reducción de emisiones y eso marcó la tendencia en financiamiento. La mitigación significa un cambio tecnológico, que si bien reduce emisiones, también permite generar ingresos a las empresas. Eso también explica por qué hay más fondos para mitigación. Los donantes no quieren invertir en adaptación porque no genera capital y es muy intangible. Les gusta mostrar lo que han logrado con sus inversiones y eso es difícil con la adaptación, que forma parte de un proceso.
Tenemos que caracterizar mejor las medidas de adaptación, medir su costo y verlas como una alternativa para la mejora del bienestar
A ello se suma las dificultades de caracterizar la adaptación. Mejorar la producción de alimentos es una medida de adaptación pero no la llamamos así, es desarrollo o reducción del hambre. Tenemos que caracterizar mejor las medidas de adaptación, medir su costo y verlas como una alternativa para la mejora del bienestar. No es solo adaptarse al calor con el aire acondicionado, sino adaptarse a la existencia de un fenómeno que no se va a ir. Todas las personas tienen que internalizar que vamos a vivir en un contexto de cambio climático y que la adaptación está asociada a niveles de bienestar y supervivencia. No planear en función de lo que viene es estar ciegos a una realidad inminente.
La COP28 dio pasos en la reforma del sistema financiero con la operacionalización del Fondo de Pérdidas y Daños. ¿Qué quedó pendiente y en qué se deben centrar las discusiones en las próximas cumbres climáticas?
Esperábamos ver el cumplimiento de la meta de US$100 mil millones de los países desarrollados pero todavía no se logró. Más allá de que ese monto no es suficiente, es una señal política importante. Si no cumplen con eso, ¿cómo van a cumplir con la nueva meta de financiamiento que tendría que ser por lo menos cinco veces eso? Eso genera descontento e incertidumbre.
Por otro lado, el reconocimiento de que hay que detener la producción y consumo de los fósiles en el Balance Global es algo muy significativo. Nos marca la senda de adonde tenemos que ir. El hecho de que el Fondo de Pérdidas y Daños se haya operacionalizado tan rápido, a un año de que se anunciara su creación, también es importante. Este año se tiene que definir la nueva meta de financiamiento. No va a ser de billones o trillones pero va a dar una señal al sistema financiero. Es importante que la meta no sea solo cuantitativa sino también cualitativa y responda al desbalance entre mitigación y adaptación.
Artículo publicado originalmente en Diálogo Chino.