A nivel internacional, Ruth Barder Ginsburg fue una de las abogadas más importantes para las mujeres de Estados Unidos y, sin duda, marcó una huella para todas las que soñaban con ejercer la profesión. Pero en Argentina la mujer que abrió este camino fue María Angélica Barreda.
Nació el 15 de mayo de 1877 en la ciudad de La Plata, provincia de Buenos Aires. Su padre, Alberto Barreda Hernández, era profesor de gimnasia y esgrima, y murió cuando Angélica era tan solo una adolescente. Fue su madre, Rita Fernández de Barreda, quién se quedó a cargo de ella y sus hermanas tras la pérdida.
La joven cursó sus estudios secundarios en la Escuela Normal Nacional N°1 , dirigida por Mary O´Graham, una profesora de Boston que vino en la época de Sarmiento. Para ella, su camino estaba claro: rodeada de libros y no de tareas domésticas. Al comienzo, le comentó a su madre que quería estudiar Medicina. Sin embargo, esta carrera no estaba su ciudad y tampoco tenía los medios para irse a vivir a la Capital Federal.
Entonces, optó por Derecho. Aunque con mucha resistencia social, se inscribió en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata. Esto sucedía en el contexto de comienzos del siglo XX cuando aún las mujeres no formaban parte de la vida pública y laboral, sino más bien se resguardaban para la maternidad y otras labores consideradas aptas para su género.
“Se distinguían como femeninas las tareas que requerían delicadeza, sumisión, repetición, tolerancia, todos ellos considerados rasgos 'naturales' de las mujeres”, explicó Silvina Gerbaldo, Capacitadora en Superintendencia de Riesgos del Trabajo, en un artículo publicado por el Ministerio de Trabajo. “El vigor muscular, la velocidad y la habilidad eran signos de masculinidad”, profundizó.
Gracias a su perseverancia, pero también al esfuerzo que hizo su madre viuda para que Angélica pueda estudiar, en 1909 obtuvo el diploma como abogada a sus 22 años. Algo que para ella significó un gran paso, a su vez y sin saberlo también fue un gran paso en materia de educación para las mujeres. Una nueva posibilidad de ejercer una profesión se había abierto.
El camino para recibirse, sin embargo, no fue fácil. De acuerdo con un artículo de La Defensa, una revista en línea del Instituto de Estudios Legislativos, entre clases y lecciones Angélica sufrió la desestima de algunos compañeros y profesores por su género. En los exámenes fueron muchos los profesores que la hostilizaron. Pero ningún comentario fue obstáculo: ella terminó sus estudios y decidió que ese sería solo el comienzo de una larga carrera.
Su siguiente paso fue, como hacían muchos abogados de la época, solicitar la matrícula nacional en la provincia de Buenos Aires. En palabras generales, la matrícula que solicitan los abogados es una acreditación o licencia que les permite ejercer legalmente la profesión de abogacía en una jurisdicción específica.
A diferencia de su título universitario, se le negó esta posibilidad y su solicitud fue rechazada. Pero parecía ser que para Angélica el rechazo fue una oportunidad para demostrar sus capacidades. El conflicto no descansó en esa carta que recibió con la negación de su matrícula, sino que escaló hasta las autoridades.
Según informó un artículo de Página12, la joven se pronunció en contra del Procurador General, el encargado de desempeñar funciones esenciales en la administración de la Justicia. Este sostenía que para que las mujeres ejercieran como abogadas debía dictarse una ley que las autorizará de manera explícita.
“Nuestra legislación no es feminista y está en pugna con las aspiraciones de la recurrente. Desde tiempos remotos se ha suscitado esta cuestión, relativa a resolver si la mujer puede abogar. En Roma no se tuvo prevención contra el sexo y se les permitió abogar, distinguiéndose en el ejercicio de tan noble profesión Hortensia y Amasia. Pero la experiencia demostró que la privilegiada facultad conferida a la mujer comportaba grave daño en juicios y a la sociedad, y se les prohibió abogar”, dictó el fallo en su contra.
Entonces, la Dra. Barreda presentó un escrito ante la Suprema Corte, la máxima autoridad judicial de la provincia, que contaba con 18 fojas que explicaban la razón por la cuál sí merecía la matrícula al igual que todos sus colegas hombres.
Según un artículo del CONICET que pertenece a la iniciativa Mujeres en la ciencia, en materia legal sostuvo que la Corte provincial no tenía la facultad para juzgar la validez de un diploma otorgado por una universidad nacional bajo la Ley del Congreso. Aseguró que, una vez otorgado el título, el que lo obtiene está habilitado para el ejercicio de la profesión y los tribunales no tienen más misión que aceptar este hecho.
“Algunas personas […] piensan que conferir el diploma de abogado a la mujer no significa crear la mujer abogado sino la mujer hombre, absurdo ante el cual se detienen como ante un sacrilegio demoledor”, concluyó la abogada en su dictamen. “[...] Entre nosotros, la mujer ha triunfado en las otras profesiones y continuará conquistando palmo a palmo la regla igualitaria que persigue la justicia”, terminó con fuerza.
Luego de sus palabras, la Corte Suprema no pareció tener otra opción. O, más bien, una razón lógica para volver a denegar la matrícula. Según informó un artículo del Ministerio de Justicia, con un fallo dividido obtuvo el permiso que reclamaba. Así, hizo historia: fue la primera abogada matriculada en la historia de Argentina y la que cedió el paso para que la pasión de otras mujeres en este campo florezca como una oportunidad real.
Su carrera fue larga. Participó en más de 500 juicios, fue Jefa de Asuntos Legales de la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires y asistió en 1916 al Congreso Americano del Niño. Además, nunca dejó de estudiar: se formó como traductora en cuatro idiomas: inglés, francés, italiano y portugués.
También fue una activista en la lucha por los derechos de la mujer y participó en la Asociación de Universitarias Argentinas (AUA), una organización fundada en 1904 cuyo objetivo era promover el acceso de las mujeres a la educación superior. Un hecho que para muchas era inconcebible.
Barreda participó del Primer Congreso Femenino Internacional, que fue convocado por la AUA en donde presentó el trabajo “La mujer en el comercio”. Allí propuso reformas al Código Comercial par buscar la participación autónoma femenina en el ámbito mercantil y pidió, con éxito, al Congreso Femenino un pronunciamiento favorable a sus conclusiones.
La Dra. Barreda dejó de ejercer en el año 1952 a sus 75 años. Trabajó hasta que no pudo. Murió el 21 de julio de 1963 en La Plata, su ciudad natal. En 2015, La Nación publicó un estudio que evidenció cuál era la carrera más elegida por las mujeres: abogacía. Gracias a María Angélica Barreda.