En diciembre de 2015, la central nuclear de Embalse, en Córdoba, dejó de producir energía: terminó el ciclo ideado por los canadienses que la pusieron en marcha en 1984. Sin embargo, la Argentina tiene demasiada experiencia en tecnología nuclear como para dejar que la central simplemente se apagara. Por eso encaró una mega obra y logró lo que sólo siete países del mundo podrían haber hecho: renovó la central, le dio más potencia y el 4 de enero encendió el reactor que generará electricidad para 3 millones de personas durante 30 años más.
Para el país es un hito tecnológico que incluso podría exportarse: en el mundo hay 50 centrales como la de Embalse que necesitarán una renovación y Argentina podría competir en esas licitaciones. La obra, además, ofrece una segunda oportunidad para las centrales nucleares: constituirse en el complemento ideal de las energías renovables, ya que a diferencia de las centrales térmicas de gas o fuel oil, no generan los gases de efecto invernadero que alimentan el cambio climático.
Sólo siete países podrían haberlo hecho
“Lo que pasó en Embalse demuestra que Argentina domina la tecnología CANDU, que es la de la central cordobesa. Y es un hito tecnológico en términos de habilidades y capacidad de organizarse y articular esfuerzos privados y públicos para darle una nueva vida útil a una central nuclear”, considera el físico Diego Hurtado, director del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia y la Técnica de la Universidad Nacional de San Martín.
Francia, China, Estados Unidos, Rusia, Japón y Corea del Sur son los otros países que dominan esta tecnología. También son los únicos que construyen centrales nucleares destinadas a generar energía.
Para entender la dimensión del proyecto que llevó adelante Nucleoeléctrica Argentina, la empresa estatal operadora de las tres centrales que tiene el país, sirve analizar algunas fechas y números. En primer lugar, el plan para extender la vida útil de Embalse empezó a diseñarse en 2005 y la obra en sí demandó tres años. La inversión global fue de US$ 2140 millones, casi cinco veces el presupuesto que el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) tiene asignado para todo 2019.
En el proyecto participaron 650 ingenieros, técnicos y especialistas. Y 4200 operarios. Todo el personal fue entrenado dos años antes de la obra y durante la ejecución de los trabajos.
Explicar la ingeniería de los trabajos llevaría muchas líneas, aunque se puede leer en un documento interno que lo resume. Pero las tareas más relevantes fueron el retubado del reactor, el cambio de los generadores de vapor, el aumento de potencia y la actualización de toda la instalación.
Reduce las emisiones de gases de efecto invernadero
La esencia de una central nuclear sucede en el núcleo del reactor. El de Embalse es de unos cinco metros de diámetro y paredes de acero. Ahí adentro ocurre de manera controlada un fenómeno físico: un átomo muy pesado, el uranio, se parte en dos cuando es bombardeado por neutrones, que son partículas muy pequeñas que conforman el átomo.
En ese proceso, además de los dos fragmentos en los que se divide el átomo, se liberan dos o tres neutrones que a su vez golpean otros átomos de uranio. Ese proceso, llamado fisión, produce una enorme cantidad de energía. Y esa energía es la que calienta el agua, generar vapor y alimentar una turbina que produce electricidad.
Lo podés entender fácil en este video de un minuto:
Con la extensión de vida, Embalse también ganó potencia: pasó a ser de 683 megavatios, un 6 % más que antes. Es decir, cuando en invierno ya esté funcionando al 100 % de su capacidad, producirá energía como para 3 millones de personas. Y a un costo por debajo del promedio actual: US$ 47 el megavatio por hora, mucho menos que los US$ 75 promedio que paga hoy el Estado por la energía.
Con las tres centrales argentinas (sumando Atucha I y II) funcionando a pleno, la energía nuclear pasará a representar el 6 % de la matriz energética. Hoy, sin Embalse, es el 4,8 %.
Pero embalse representa algo más que un hito tecnológico. También, para varios especialistas, es una segunda oportunidad para la energía nuclear por su capacidad de complementar a las energías renovables sin emitir gases de efecto invernadero.
“La energía solar y eólica son intermitentes porque dependen de las condiciones climáticas para su generación. Por eso, las energías renovables deben complementarse con energía de base. Y lo que logramos al sumar energía nuclear es reemplazar en alguna proporción parte de la energía que la Argentina produce con las centrales térmicas, que son las que más gases de efecto invernadero producen”, analiza Julián Gadano, subsecretario de Energía Nuclear de la Nación.
Ocurre que en el país la energía eléctrica se produce en un 65 % por generación térmica, es decir en centrales que operan con combustibles fósiles: gas, fuel oil o carbón. Mientras que las centrales hidroeléctricas aportan un 27,5 % y las nucleares cerca del 5%. El resto, menos del 3% lo aportan las renovables.
Este gráfico muestra la evolución de la producción de energía eléctrica en Argentina, por tipo de fuente, en gigavatio-hora, para el período 1992-2017:
En gran medida por la composición de esta matriz es que el principal generador de gases de efecto invernadero es el sector energético.
“La central de Embalse va a evitar el equivalente de las emisiones anuales de seis centrales térmicas a gas o las emisiones equivalente a 1 millón de autos”, graficaron desde la Secretaría de Gobierno de Ambiente de la Nación.
Un pastilla de uranio (combustible de las centrales nucleares) del tamaño de una moneda de 25 centavos produce la misma cantidad de energía que 40 garrafas de gas natural o que una tonelada de carbón mineral o que 477 litros de petróleo, tal como lo ejemplifica este gráfico:
Para el investigador de la Universidad Nacional del Centro, Gabriel Blanco, experto en emisiones y sus efectos en el cambio climático, las centrales nucleares efectivamente son más limpias en cuanto a la generación de gases de efecto invernadero, pero presentan otras dudas ambientales.
“El principal problema es qué hacer con los desechos combustibles (el uranio se mantiene radioactivo durante 10 mil años y por eso por ahora es almacenado en piletones dentro de los mismo predios de las centrales) y cuáles son los daños ambientales que genera extraer uranio”, remarca Blanco.
Las dudas sobre la cuarta central
La idea de que Argentina construya una cuarta central nuclear sigue en pie y está en la agenda del Gobierno. Sin embargo, para eso hay que pensar en una inversión que no baja de los U$S 6.000 millones. El socio para financiar esa central sería China, como se viene barajando desde hace por lo menos cuatro años, sin embargo por ahora no hay precisiones.
Desde la Subsecretaría de Energía Nuclear simplemente deslizan que en marzo puede haber novedades. “La intención es que Argentina pueda llegar al año 2050 con el 10 % de su energía producida por centrales nucleares”, se limita a decir Gadano.
Si bien Argentina domina gran parte de la tecnología nuclear, proporcionalmente genera menos energía nuclear que la media mundial, que es del 11 %.
Proporcionalmente, de los 30 países que tienen las 448 centrales nucleares del mundo, Francia es el país que más energía nuclear usa (72,8 % del total), seguido de Eslovaquia (54 %) y luego por Bélgica y Hungría (51,2 %). Para Estados Unidos representa el 19,6 %.
Mientras que de América Latina, sólo México (3,5 %) y Brasil (2,6 %) tiene centrales nucleares, pero con una incidencia menor dentro de su matriz energética que la que tiene la Argentina.
La oportunidad de exportar conocimiento
“Lo que se logró en Embalse es sumamente importante. Porque una gran parte de las centrales CANDU están llegando a su fin de ciclo de vida útil. Por lo que la experiencia que obtuvo la Argentina es útil pensando en los reactores que tiene Canadá, Corea del Sur y China. En general todos los países están pensando extender el ciclo de vida. Y Argentina puede salir a ofrecer esos servicios”, considera Carla Notari, fundadora y decana del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson, de la Universidad Nacional de San Martín.
Nucleoeléctrica Argentina podría ser la encargada de salir a pelear ese mercado. Al menos eso aventura Julián Gadano: "Estamos estableciendo contactos para que Nucleoeléctrica tenga un perfil más exportador".
La tradición argentina en tecnología nuclear ya le permitió al país exportar reactores de producción de radioisótopos para uso medicinales a varios países: Perú, Egipto, Argelia y, el último en 2006, a Australia. Mientras que actualmente, la estatal rionegrina INVAP fabrica uno para Holanda.
A eso hay que sumarle el diseño que realiza la Comisión Nacional de Energía Atómica de un pequeño reactor de potencia (para generar energía) que podría ser exportado y sumar operaciones por no menos de U$S 50.000 millones en las próximas dos décadas. Suena exagerado, pero aparece como posible: el prototipo de reactor, llamado CAREM, lo está construyendo la CNEA en Lima, partido de Zárate, y prevén terminarlo en 2021.
Podría convertirse en el desarrollo más importante en toda la historia nuclear nacional. El modelo, llamado CAREM, puede sentar las bases para que la Argentina de pelea en un mercado mundial que podría llegar a demandar 425 reactores de este tipo de aquí a 2035, según un informe de la Agencia de Energía Nuclear de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).