Esta historia se publicó originalmente en Global Press Journal.
BUENOS AIRES, ARGENTINA — Todas las mañanas, Ada Beatriz Rico se levanta muy temprano y desayuna con las muertas.
Se prepara un mate y se sienta a rastrear a las mujeres que fueron asesinadas el día anterior en todo el país. Bucea entre reportes de compañeras, agencias de noticias, diarios serios y portales amarillistas en búsqueda de la información que incluirá en su base de datos: nombre, edad, lugar, arma, relación con el agresor, hijos, hijas, denuncias previas.
De vez en cuando lee algo que le duele más de lo habitual. Se levanta, camina hasta el balcón, mira sus plantas y busca despejarse antes de seguir.
“En el informe se resume: golpeada, apuñalada, baleada, incinerada, pero en el medio está todo lo que le hicieron hasta llegar a ese estado y nosotras lo tenemos que leer. Es cruel. Algunas compañeras ingresaron y no pudieron continuar”, dice Rico.
La activista de 68 años mantiene esta rutina todos los días de su vida – domingos, feriados y vacaciones incluidas – desde 2008, cuando, junto a dos compañeras, decidió que, al no haber estadísticas oficiales sobre femicidios hasta entonces, ellas se encargarían de contarlos.
Rico es presidenta y cofundadora de La Casa del Encuentro, una asociación civil feminista ubicada en Buenos Aires que trabaja para prevenir, registrar y erradicar la violencia de género.
La Casa del Encuentro fue la única organización de Argentina en contar femicidios hasta 2015, cuando la Corte Suprema de Justicia, el más alto tribunal del país, creó su propio registro.
“Mi idea, qué inocente que era”, dice Rico con una sonrisa, “era que existieran estadísticas oficiales, porque esto es un trabajo muy complejo. Le corresponde al Estado, no a la sociedad civil”.
La Casa del Encuentro presentó el primer informe de femicidios del país el 25 de noviembre de 2008, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, recuerda Rico. Producirlo fue una tarea artesanal y agotadora: ella sola revisaba 40 medios por día.
Pese al esfuerzo, el documento tuvo sus falencias. Poco después del lanzamiento, llegó a la asociación la familia de Adriana Marisel “Lili” Zambrano, una mujer asesinada por su ex pareja meses antes en Palpalá, un pueblo de la provincia de Jujuy, al norte del país, pidiendo que se sumara su nombre al informe.
A inicios de 2009, la asociación presentó un informe corregido, recopilando todos los casos del año anterior. El documento fue muy difundido por la prensa y se tuvo que tomar una decisión importante: dejar ahí la investigación o continuar con los relevamientos.
Rico estaba cosiendo una bandera para pedir justicia por Zambrano cuando tomó la decisión. “Miré la foto de Lili y yo sentí que ella me miró. Fue tremendo. Ahí dije, ‘Yo voy a hacerlo por vos’”, recuerda Rico. “Esa misma noche decidí que íbamos a tener el observatorio”.
A partir de ahí, siguieron publicando informes de femicidios anuales – y mejorando el sistema. Actualmente registran todos los asesinatos a mujeres que aparecen en la prensa y van haciendo el seguimiento para determinar si fue un femicidio.
La activista explica que cada año el observatorio registra entre 50 y 60 femicidios más que las estadísticas oficiales de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Rico dice que falta “perspectiva de género en la justicia”.
Desde 2008, la organización también impulsa leyes que han aumentado las penas para femicidas, promueven la prevención de la violencia de género y aseguran la manutención de los hijos e hijas de quienes han muerto por femicidio.
En 2010, abrieron las puertas del Centro de Asistencia, Orientación y Prevención Integral en Violencia Sexista y Trata de Personas de la Asociación Civil La Casa del Encuentro, brindando asesoramiento gratuito y contención a personas que han experimentado violencia de género y trata de personas. “Venían familiares y venían mujeres [pidiendo] que las atiendan y nosotras no teníamos un equipo”, cuenta Rico.
El centro funciona gracias al aporte de cerca de 30 psicólogas, trabajadoras sociales y abogadas voluntarias que hacen equipo para acompañar, asesorar y contener a personas en situación de violencia de género.
“Me cambió la visión de la carrera. Ahora trabajo desde la perspectiva de género y el feminismo”, dice Daniela Morínigo, psicóloga y voluntaria, sobre su experiencia con la asociación. “No he encontrado la grupalidad y la pertenencia que hay en la casita en otros espacios feministas”.
Florencia Copparoni, abogada y voluntaria de la organización, agrega que la grupalidad es clave también para mejorar la atención y contenerse mutuamente.
Ambas destacan el compromiso de Rico con la causa. “Está en todas las marchas, en todas las reuniones. Es su vida”, dice Morínigo.
“El teléfono de emergencia es su celular", dice Copparoni.
Rico dice que se siente muy orgullosa de todas las voluntarias que pasan por la asociación y que espera que puedan continuar con su trabajo cuando ella ya no esté.
“Pienso molestar bastante todavía, pero me encantaría que La Casa del Encuentro continúe porque es un proyecto más allá de quienes la fundamos”, concluye.
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