Rolo me llama. Camino tres pasos. Llego. Ya estoy del otro lado del mostrador. La frontera divide el espacio: de un lado están los enfermos y del otro los sanadores. Rolo, el enfermero, cliquea play en YouTube. El video, gira.
Jonás Gutiérrez está en el borde del campo. Van 20 minutos del segundo tiempo. El juez de línea marca el cambio. Sale Ryan Carter, que camina lentamente hacia el banco de suplentes. El Galgo Gutiérrez, 333 días después, regresa: vuelve a jugar profesionalmente al fútbol. Jonás y Ryan chocan palmas y se besan mutuamente en la mejilla. Jonás toca el césped y se persiga dos veces en el nombre del padre.
Rolo me mira buscando mi complicidad aunque yo no lo mire. Yo solo lo escucho. Me vuelvo a hipnotizar con el video que vi la noche anterior en TV. Me muerdo el labio inferior en absoluto silencio. Rolo relata el video que sólo tiene audio ambiente. La ovación de los 52 mil espectadores que gritan como si fuera el gol del campeonato en el estadio Saint James Park.
“Es emocionante. El gesto de Jonás, sus ojos. La gente… ¡Mirá la gente! Como gritan esos ingleses. Ese gordito que se para, está sacado, grita sin parar. Y lo de Coloccini, qué gesto, le cede la cinta de capitán. Pero pará, pará… Hay una última imagen, donde se ve un suspiro de Jonás. ¡Pará, mirá, ahí! ¡Ese suspiro! ¡Cuánto dice ese suspiro de Jonás!”, Rolo, el enfermero de 27 años, relata, entre detalles y exclamaciones, el video que se viralizó en YouTube: “Emoción en la Premier League: Jonás Gutiérrez volvió a jugar en el Newcastle tras ganarle al cáncer”
El video termina y Rolo hace silencio.
Cualquier palabra que pueda emitir no tiene sentido. Y aún más porque estamos en la sala de oncología de la Clínica Pergamino. Cualquier palabra no completa ningún hueco, ningún dolor, ninguna incertidumbre, y más aún cuando saque mis ojos del monitor de la PC para volver a mirar del otro lado del mostrador, del lado donde están los enfermos de cáncer haciéndose quimioterapia. Cualquier palabra no puede ponerle adjetivos a los sentimientos encontrados que fluyen como ríos desesperados por mis venas, y más aún porque entre los pacientes que están haciéndose la quimioterapia está mi vieja.
Hoy es jueves 5 de marzo de 2015, mañana de niebla en Pergamino, la ciudad pujante del noroeste de la provincia de Buenos Aires. Hoy es el día después de la fecha en que nadie recordará que Newcastle perdió 1 a 0 frente al Manchester United, en un partido de la Premier League de Inglaterra. Hoy es un día para celebrar la vida de la mano de Jonás, el exjugador de Vélez que detectó su enfermedad luego de que mayo de 2013, cuando jugaba para Newcastle contra Arsenal, el futbolista chocó contra el defensor Bacary Sagna y sufrió una inflamación que derivó en dolor, molestias y una serie de estudios clínicos que cuatro meses después del golpe le pusieron nombre a la dolencia. La palabra maldita, el diagnóstico que nadie quiere recibir: cáncer en el testículo izquierdo. Hoy es, también, el último día del primer ciclo de quimioterapia me recibe mi mamá, luego de la detección del cáncer hace dos meses atrás.
El video finaliza. Mabel, mi vieja, que aún continuaba sentada en un mullido sillón verde en el Centro de Día de la clínica, donde más de quince pacientes a diario se realizan el tratamiento de quimio, se pone de pie y se incorpora en la conversación: “Recuerdo un programa especial que hicieron en TN, lo entrevistaron a Jonás y al finalizar el conductor le dijo que tenía una sorpresa: aparecieron todos sus amigos pelados, yo lloré como una marrana”. Eso dice mi vieja.
Rolo, el enfermero que hace más de tres meses que trabaja en el área, nos despide. Durante la mañana húmeda y soporífera había sonado un disco completo de Andrés Calamaro. “Yo le trato de poner onda, siempre musicalizo la mañana, a veces Abel Pintos, pero me gusta Calamaro, también”, dice Rolo con una amplia sonrisa.
La sala es blanca, posee dos piezas con camas para aquellos pacientes que deben someterse a una quimio prolongada y aprovechan para dormir o relajarse mientras el medicamente endovenoso ingresa en el cuerpo para frenar a la enfermedad. Hay un amplio ventanal que da hacia el este, a espaldas de la clínica, cubierto con cortinas que frenan los rayos de sol de la mañana.
Rolo dice que le gusta su trabajo, que disfruta con la gente más grande, se divierte y las hace divertir. “Pero también viene mucha gente joven, tal vez hoy no vinieron tantos”. Los “tantos” que llegan a ese lugar -que parece una kermés de pacientes- esperan que el tratamiento haga efecto. Hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños que no temen pronunciar la palabra cáncer.
La primera batalla que hay que ganar es la del mito. Desmitificar el mal. Los periodistas -durante mucho tiempo- bautizamos al cáncer con distintos eufemismos: “la larga dolencia”, “el mal mayor” y demás oraciones esquivas. Jonás Gutiérrez, el futbolista que regresó, al principio mantuvo su diagnóstico en silencio, a la gente que lo veía pelado le decía que había hecho una promesa. Pero un día decidió contar su historia. “Yo cuento la historia porque a pesar de que es una situación delicada, no hay nada malo. Y esto puede ayudar a la gente. A que luche, a ser fuerte. Son piedras en el camino pero son pasables. Y de ahí siempre se sale más fuerte”.
Y yo decido escribir este relato como una especie de exorcismo, como un ritual de amor y agradecimiento: un puñado de palabras que me recuerdan -mientras suspiro ahora mismo- que aún estamos vivos.
Para vos, vieja, que partiste, y que nos enseñaste que la enfermedad no es mal si se la enfrenta con dignidad.