¿Cómo pensaron el campo los argentinos?
Roy Hora
Siglo XXI
Selección y comentario por Marcos Novaro, estudió Sociología y Filosofía en la UBA y actualmente es investigador principal del CONICET y dirige el Centro de Investigaciones Políticas (Cipol) y el Archivo de Historia Oral de Argentina Contemporánea en el Instituto Gino Germani. Sus últimos libros son La Argentina en el fin de siglo (Ariel, 2010); Historia de la Argentina 1955-2010 (Siglo XXI, 2010), y Peronismo y democracia (2014, Edhasa).
Uno (mi selección)
La gran empresa tiene mala prensa en la sociedad argentina. El estudio de Hora rastrea esa mala imagen en un sector en particular, el campo, en que la concentración de la propiedad no gravita especialmente, pero respecto al cual sí ha imperado la opinión de que sus destinos, y por extensión los del país, han estado signados por la voluntad arrolladora de una oligarquía terrateniente muy concentrada, atrasada y parasitaria. (...)
(sigue mi comentario)
Hora reconstruye paralelamente el desarrollo del “campo”, como sector productivo y sociedad pampeana, y las visiones que sobre él circularon y lograron imponerse en distintos momentos de nuestra historia, centradas alternativamente en el desafío de construir instituciones republicanas y ciudadanos acordes con ellas, el ansia de justicia social, y las claves para alcanzar el desarrollo económico. El texto de todos modos tiene una densidad y solidez mucho mayor en su primera parte, referida a los períodos de la historia argentina que el autor mejor domina, que en la segunda, la que va del experimento peronista a la actualidad, en que se ofrecen más bien pantallazos y reflexiones bastante más precarias de lo que la propuesta inicial anuncia y lo que hubiera podido resultar de un trabajo historiográfico más exhaustivo. Temas centrales del debate económico y político de las últimas décadas, como las retenciones a las exportaciones, la revolución tecnológica e integración productiva, y la “primarización” de la economía son apenas mencionados. Nada de eso desmerece el gran valor de un trabajo que se atreve a analizar uno de los costados más peculiares de nuestra cultura anticapitalista, la generalizada idea de que las empresas, mientras más grandes sean, resultan más dañinas para el desarrollo, el progreso social y la misma democracia.
Dos (la selección)
“La Argentina respira campo. Es el país de las grandes estancias y el hogar de la que en sus años de apogeo fue la clase terrateniente más opulenta de América Latina. Nación de eximios jinetes, forjó un poderoso mito ecuestre —el gaucho— que celebra a las clases populares de la campaña. Gran potencia agrícola, ayer del trigo y hoy de la soja, llegó a vanagloriarse de su condición de "granero del mundo"…. Hace ya mucho tiempo, sin embargo, que ese mundo rural es más evocado que conocido, más imaginado que experimentado. De hecho, otras dimensiones de la vida pública reflejan cuán central ha sido la ciudad en el desarrollo histórico de nuestro país. Para 1900, a la vez que se vanagloriaba de sus dorados trigales y sus valiosos ganados, la Argentina poseía una de las tasas de urbanización más elevadas del planeta, además de ciudades enormes y vibrantes como Rosario o Córdoba y sobre todo Buenos Aires, la mayor urbe de América Latina…” (13)
Tres
“… no sorprende que la concentración del suelo pampeano se haya convertido, desde muy temprano, en uno de los objetos de crítica preferidos de los descontentos con el orden existente. El vasto eco alcanzado por la denuncia de la gran propiedad que impuso su marca sobre las mejores tierras del país suele concebirse como uno de los triunfos ideológicos más significativos de nuestra izquierda. De hecho, desde las contribuciones al tema que dio la pluma de Juan B. justo a comienzos del siglo XX, los actores ubicados en el margen izquierdo del arco político no solo alzaron la voz contra el latifundio sino que se preciaron de haber colocado esta problemática en el centro de la discusión pública” (16).
Cuatro
“El universo de los enemigos de la gran propiedad fue más vasto de lo que nuestra imaginación histórica gusta reconocer…. Enemigos de la concentración del suelo en pocas manos y del arcaísmo productivo habitualmente asociado a ella, nuestros liberales aspiraron a torcer las fuerzas del mercado con el fin de incidir sobre el patrón de desarrollo agrario… ni siquiera los compañeros de ruta y los herederos políticos de Julio A. Roca y Roque Sáenz Peña se excluyeron del consenso antilatifundista” (17-8).
Cinco
“La modestia de los esfuerzos orientados a combatir la gran propiedad, además de estar asociada a la primacía de una manera moderada y reformista de concebir a la sociedad, debe ser relacionada con un conjunto de factores cuya gravitación fue cambiando con el transcurso de las décadas. El más relevante de ellos es que, contra lo que sugieren las posiciones que enfatizan la rigidez de la estructura agraria y sus limitadas potencialidades productivas, el patrón de crecimiento centrado en las exportaciones rurales no sólo tuvo un notable dinamismo económico sino que, a lo largo de extensos períodos, también exhibió una considerable capacidad inclusiva. Aunque distribuyó sus frutos de manera muy desigual, el desarrollo agrario pampeano no fue un proyecto para pocos. Por más de un siglo, la explotación de esta vasta pradera hizo de la Argentina el país más exitoso de América Latina no sólo en materia económica sino también social. La gran estancia fue parte central de un entramado productivo dinámico y complejo, cuya expansión trajo importantes mejoras para vastos sectores de la población rural y urbana y que, por largas décadas, generó más acuerdos que conflictos.. los principales impugnadores de las desigualdades del campo siempre tendieron a exagerar el grado de concentración del suelo, y a negar la importancia de las explotaciones agrícolas de menor tamaño con las que, en líneas generales, las empresas de gran escala tenían más puntos de colaboración que de conflicto” (25-6).
Seis
“Estas miradas (se refiere a las de las décadas de 1920 y 1930) nos revelan que el campo ya no servía como punto de observación a partir del cual imaginar el porvenir de una nación cada vez más urbanizada, que dependía de él para crecer y prosperar, pero en la que los habitantes rurales de las provincias pampeanas no representaban siquiera un tercio de la población total de esa región” (90).
Siete
“(Desde 1960) el chacarero pobre y el agricultor en pequeña escala perdieron relevancia entre las categorías sociales más significativas en la región pampeana. El ocaso del mundo de los chacareros arrendatarios debilitó las presiones para acceder al suelo surgidas del interior de la sociedad rural y volvió cada vez menos audibles las voces que convocaban a forjar un campo dominado por la agricultura familiar… Para entonces (la) invitación a batallar contra el atrasado latifundio en nombre de agricultores explotados por un sistema semifeudal se asentaba sobre una imagen anacrónica del campo, cuyos parámetros seguían fijados en los años de la Gran Depresión. Los voceros de eta postura, sin eco alguno en los distritos agrícolas tampoco parecían capaces de advertir que los agricultores propietarios que todavía residían o trabajaban en el campo no solo no se sentían interpelados por esta consigna sino que de sus filas estaban emergiendo muchos de esos productores de nuevo tipo que… conformaban un sector de peso creciente en la vanguardia tecnológica de una agricultura en crecimiento” (180-1).
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