La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños.
Al Álvarez
Fiordo
Federico Lorenz, historiador y escritor. Nació en Buenos Aires, viaja a Patagonia toda vez que puede. Publicó ensayos, libros históricos y de ficción. Es profesor de Historia e investigador del CONICET.
Uno (mi comentario)
Estamos ante una pieza ensayística compleja y muy bien armada sobre un tema que nos lleva al borde de lo atávico: la noche. La nocturnidad como espacio de lo desconocido y territorio del miedo ancestral nunca desterrado del todo.
(sigue mi comentario)
“La noche” es un trabajo muy minucioso en el que vamos de la neurofisiología a la literatura, pasando por la psicología y el estudio de la vida cotidiana. De qué maneras, por ejemplo, la implementación de la iluminación eléctrica cambió los hábitos de los seres humanos. Con solvencia y sin prejuicios Álvarez combina los registros de distintas disciplinas, con la finalidad de construir un objeto de análisis tan denso como la propia oscuridad. La sensación final, desde la Prehistoria a las más modernas ciudades del Norte, es que persiste en la nocturnidad un territorio que la cultura no ha podido someter y sí, en cambio, narrar de distintas formas, para volverlo tolerable.
Álvarez hace un recorrido que va de la Historia a la Filosofía, las corrientes literarias y los estudios sobre la fisiología de los sueños. Acompaña en su patrullaje nocturno a policías de Londres y Nueva York, y produce unas increíbles descripciones de la vida urbana que nada tienen que envidiar a los fragmentos literarios que monta, como un relojero, para mostrar la persistencia de la noche como enigma y desafío en la cultura.
“La noche” es uno de esos libros que abre una cantidad de preguntas de la mano de datos curiosos que adquieren sentido por la mirada erudita del que los hilvana de forma amena. Como su objeto, el libro tiene numerosas capas y sentidos. Y como a los sueños, el error sería tomarlo de manera literal. Es potente por lo que sugiere y connota, ya que arroja la pregunta acerca de cuánto de lo primitivo pervive en nosotros.
Dos (la selección)
En los últimos cien años hemos perdido contacto con la noche. Quizá el feto que vive en el vientre la conozca, pero hasta la noche del vientre es iluminada por el rojizo resplandor que penetra el cuerpo de la madre cuando se quita la ropa. La oscuridad de veras -la subterránea, la de una habitación sellada o la negrura artificial de una prueba de privación sensorial- es una experiencia de orden diferente y para las personas del siglo XX, en condiciones de eliminarla apretando el botón, es más que nada una fuente de terror:
Tres
La innovación de Freud consistió en leer los sueños como mensajes, no de los dioses, sino del inconsciente del sujeto. No por eso estaba más lejos de la tradición. Tan vigorosamente como para Artemidoro, los sueños eran para él mensajes plenos del significado secreto (lo denominó «contenido latente») que para ser entendidos necesitaban ser interpretados. También era tradicional su creencia temprana en que, como «la mayoría de los sueños adultos remitían a deseos eróticos» (las cursivas son suyas), prácticamente todo objeto que apareciera podía interpretarse como símbolo sexual.
Cuatro
Todas las ciudades son colecciones de barrios que fueron pueblos, cada uno con estilo y carácter propios. Esto es literalmente cierto de Londres, que en su crecimiento se fue tragando un pueblo tras otro -Hampstead, Highgate, Wimbledon, Croydon, Kingston, Orpington, West Wickham-, en una expansión que apunta hacia St. Albans y Watford en el norte y a la costa en el sur y el este. Cada pueblo digerido se convierte primero en un suburbio y más tarde en parte del cuerpo de la ciudad; pero para el ojo del nativo sigue siendo inconfundible. Los coches de la comisaría de Kentish Town patrullan áreas que bien podrían ser provincias separadas: las calles bulliciosas e iluminadas de Camden Town y Kentish Town, el sector de las prostitutas alrededor de la estación de King’s Cross, sórdidos edificios comunales y kilómetros cuadrados de sombrías casas de clase media; también patrullan caminos aledaños a Highgate Hill, donde, por encima de estanques, magníficas mansiones sombrías atisban la bruma de Hampstead Heath y uno cree estar en el campo.
Cinco
Los norteamericanos siempre han derrochado luz eléctrica =quizá porque fueron los primeros en beneficiarse a larga escala de los inventos de Edison- y uno de los efectos subsidiarios de su despilfarro ha sido la creación de belleza donde antes no la había. De día, el norte de Nueva Jersey es un campamento de nómadas industriales: refinerías de petróleo, explanadas de depósitos y contenedores, alambrados, montañas de chatarra automovilística, restaurantes de cemento, bares y gasolineras que parecen inaugurados ayer y dispuestos a cerrar mañana. Por la noche, la desolación se recama de luces de colores y parece un país de hadas. Por la noche, los delicados encajes de luces de los puentes ferroviarios forman círculos imperfectos con los delicados encajes de luces de los ríos contaminados. Por la noche, desde el aire, grises pueblos de planicie titilan como joyas y el vacío se vuelve festivo y tachonado de estrellas. Más que ningún otro país, Estados Unidos ha entrado en la noche y la ha transformado en un acontecimiento.
Seis
Considerado bajo esta luz, el pensamiento onírico es una versión democrática, accesible a todos, de esa especie de pensamiento subliminal, instintivo, pre-verbal, que en las personas creativas solemos llamar inspiración. No obstante estas personas deben cumplir después el esmerado proceso de traducir las intuiciones a formas lógicas o en general comunicables: ecuaciones matemáticas, enunciados filosóficos, cuadros, poemas, jugadas de ajedrez. La interpretación de los sueños no es sino una variación entre otras de este tema trabajoso.
Siete
Estar loco significa vivir en un mundo cerrado, alucinatorio, tan poderoso que la realidad no puede siquiera filtrarse; y precisamente así se siente el soñador cuando es presa de un sueño. Pero el soñador se despierta, y lo que le queda es la irredimible rareza de algo que, en sueños, le pareció perfectamente racional. Desde que los seres humanos se cuentas los sueños, la flagrante discontinuidad entre esos dos mundos -el mundo al cual el dormido abre los ojos y la distorsionada, desorientada tierra fantástica que acaba de dejar, poblada de presencias tan extrañas como vívidas, donde el tiempo estalla hacia dentro y hechos imposibles parecen normales- ha sido una fuente perpetua de desconcierto. La proporción de Shakespeare de que «la imaginación del loco, la del amante y la del poeta / son de la misma materia concisa» no le eriza el pelo a nadie, porque nadie toma al poeta o el amante muy en serio. Pero resulta muy difícil convivir con la idea de que el sueño es el umbral de la locura para todos.
En SIETE PÁRRAFOS, grandes lectores eligen un libro de no ficción, seleccionan seis párrafos, y escriben un breve comentario que encabeza la selección. Todos los martes podés recibir la newsletter, editada por Flor Ure, con los libros de la semana y novedades del mundo editorial.