Mañana es el Día del Estudiante, y llegan la primavera, el calor y las celebraciones. Por mucho que pueda alegrarnos el comienzo de la estación hoy, es una fecha que se festeja desde antes del año 1200 AC. Por supuesto, los griegos lo explicaron.
Todo andaba espectacular, tanto en la vida de los dioses como en la de los humanos. Acá abajo, los mortales podíamos servirnos de los frutos de los árboles, los pescados del mar y la cosecha de la tierra sin tanto trabajo y esfuerzo. Allá arriba, Zeus (el dios del Olimpo) y Démeter (diosa de la fertilidad y de las cosechas) habían tenido una hija dulce y encantadora, de una belleza embriagante.
Esta hija llamada Perséfone fue aislada en los prados, custodiada para que permaneciera para siempre virgen y soltera. Ningún problema para ella, que disfrutaba de la naturaleza, de cazar mariposas, de andar por ahí. Esto fue así hasta que, un día la tierra se abrió en dos. De esa ranura salió un carruaje con cuatro caballos y el conductor la secuestró.
Tal como cuenta Stephen Fry en su libro Mythos, la desaparición de Perséfone fue inexplicable, repentina y total. Su madre Deméter la buscó incansablemente con la ayuda de su amiga Hécate, que tenía antorchas que podían iluminar hasta el último rincón de la Tierra. Eso sí: inspeccionar todos estos rincones llevó su tiempo.
En lo que duró aquella búsqueda desesperada, Deméter se olvidó de todo lo que cuidaba: las flores se marchitaron, y las semillas y los tallos dejaron de crecer. Los humanos estaban hambrientos y desesperados, cosa que no impactaba mucho en el mundo de los dioses, salvo por el insomnio que les causaban sus gritos.
En una conversación casual entre dioses (sí, parece que tienen de esas), el sol titán Helios comenta que no sabía que la desaparición era tan misteriosa para todos los demás. Él lo había visto, “el ojo del sol lo ve todo", dijo casi encogiéndose de hombros. Quien la había agarrado de abajo de la tierra era Hades, el dios de los muertos y del inframundo.
Todo estaba a tiempo de resolverse con una simple negociación. Zeus, dios del sobremundo, bajó a hablar con su hermano y lo amenazó. Si no devolvía a Perséfone, la gente dejaría de morir o no le entregarían más espíritus. El gobernador de los dioses barajaba en voz alta varias opciones para liquidar el reino del inframundo, cosa que Hades prefería no hacer.
Perséfone, por su parte, recibió la grata noticia del trato, aunque en el fondo tenía algunas dudas. Ella parecía algo enojada, pero también algo seducida por su secuestrador. Tan buena relación tenían que aceptó comer un poco de la granada que le ofreció Hades, para que “no se lleve una mala impresión de él” y así demostrar que no había rencor. Precisamente, comió seis granos.
“Decretado está que aquel que pruebe la comida del infierno volverá a él”, se jactó Hades cuando se presentaron los rescatistas de parte del dios del sobremundo. “Ha comido seis granos de la granada, así que seis meses al año se quedará conmigo”.
La euforia de Deméter ante la aparición de su hija se notó en el mundo de inmediato. En este momento reinó la fertilidad, los frutos y el regocijo. El mundo floreció de nuevo. Esta felicidad, sin embargo, tenía fecha de vencimiento. En seis meses, cuando Perséfone tendría que volver al inframundo, la tristeza de su madre haría que el pasto se reseque y las hojas caigan.. Este ciclo da al mundo un nuevo ritmo.