¿Que cuántos años tengo? / ¡Qué importa eso! / ¡Tengo la edad que quiero y siento! / Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice, / sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
José Saramago
Preguntamos mucho por la edad, esa edad cronológica que es tan fácil de calcular, tan cuantitativa, tan matemática. Para contestar basta con restar al año actual el de nacimiento. Pero ¿qué aporta ese dato? ¿Ofrece mucha información?
La verdad es que no, solo sirve para encasillar a una persona en un modelo predeterminado social y culturalmente, y caracterizarlo con atributos que quien interroga tiene fijados para el número resultante. La edad cronológica de una persona aporta poca información y los atributos asignados a ese individuo están altamente sesgados.
Hay un dato, también numérico, pero mucho más interesante que la edad cronológica: la edad subjetiva. Aporta más información y tiene un gran peso en el bienestar físico y emocional y, por tanto, en la edad de las células que marcan nuestro envejecimiento biológico.
Qué es la edad subjetiva
Se entiende por edad subjetiva los años que una persona siente que tiene. Determinada por cómo nos sentimos y cuál es nuestra respuesta emocional, se relaciona con el estado cognitivo, los pensamientos y conductas asociadas a esa forma de sentir. Diferentes estudios indican que este concepto coge realmente peso a partir de que cumplimos los 50.
Un trabajo realizado por el investigador alemán Markus Wettstein determina que “la edad subjetiva se está volviendo más joven y permanece más estable en la mediana edad y los adultos mayores de hoy”.
Porque, curiosamente, este efecto está aumentando con el tiempo: los individuos con fechas de nacimiento más recientes tienden a exhibir un mayor sesgo de edad subjetiva en comparación con las generaciones anteriores. Es decir, la gente se siente más joven hoy que hace diez o veinte años. Y es una excelente noticia, como veremos.
Impacto positivo en la salud
El paso del tiempo, de forma inevitable, pasa su factura a nuestras células. No es posible detener el proceso, pero sabemos que ciertos determinantes, como el entorno o el estilo de vida, pueden ralentizar el proceso de envejecimiento.
En esta línea, distintos estudios evidencian que sentirnos más jóvenes de lo que marca el carnet de identidad tiene un gran impacto positivo en nuestro organismo. Una investigación de la Universidad de Carolina del Norte, liderada por el doctor Matthew Hughes, incluso concluyó que la edad subjetiva es un buen predictor del bienestar y la salud.
En lo que se refiere a la salud mental, varios estudios sugieren que actúa como factor de protección específico frente a los trastornos afectivos como la depresión. Un análisis transversal con una muestra de 1 608 adultos realizado en Estados Unidos vinculó la percepción de juventud con una valoración mas positiva de la propia memoria.
Y por si fuera poco, un estudio realizado en Corea del Sur en 2018 concluía que las personas mayores con espíritu juvenil no sólo mostraban un mayor volumen de materia gris en la circunvolución frontal inferior y en la circunvolución temporal superior, sino que también disfrutaban de una edad cerebral más joven. Los hallazgos refuerzan el papel de los mecanismos neurobiológicos de la edad subjetiva como un importante marcador de la salud neurocognitiva al final de la vida.
En definitiva, la evidencia científica vincula esa sensación de juventud con una mejor salud física y cognitiva, mayor bienestar, mayor salud sexual, mayor resiliencia al estrés y menores riesgos de mortalidad. Para maximizar ese efecto positivo, el desajuste entre la edad cronológica y la subjetiva debe ser de al menos unos diez años, lo que podemos entender por una generación.
¡Me siento rejuvenecer!
¿Y qué ocurre si, por el contrario, me siento más viejo de lo que soy? ¿Qué puedo hacer para cambiar esa sensación? Promover una edad subjetiva más joven es factible mediante intervenciones que pueden ser aprendidas y trabajadas:
- No pensar en el envejecimiento como una limitación para seguir marcándonos metas, sino como una nueva etapa en la que cultivar la felicidad, buscar nuevos retos y sacar partido a nuestra experiencia y a todo lo logrado en la vida.
- No temer las dificultades: debemos afrontarlas y seguir aprendiendo de ellas. Es lo que se entiende por resiliencia. La experiencia brinda un saber para que los obstáculos a los que nos enfrentamos puedan solucionarse más fácilmente. O, al menos, su entendimiento nos aportará serenidad y capacidad para gestionarlos.
- Seguir siendo curiosos, tener ganas de aprender y seguir conociendo gente, promocionar las relaciones sociales, generar proyectos y disfrutar de ellos. En este punto, y siempre con el respeto a uno mismo y a la pareja o parejas si se tienen, la sexualidad adquiere un peso fundamental. Es necesario tener curiosidad, experimentar, no estancarse, abrirse y disfrutar del sexo. No en balde, es un indicador clave de salud.
- Huir en lo posible de la soledad y sentirse apoyado. Contar con vínculos sociales fuertes y felices.
- Hacer de nuestra profesión y/o ocupación una actividad gratificante. Este punto es esencial y está directamente relacionado con la edad subjetiva: si no encontramos sentido a nuestro trabajo u ocupación, pasaremos la vida esperando la jubilación o que la actividad finalice. Es decir, estaremos pensando en el futuro, desearemos ser más viejos de lo que somos. Este pensamiento nos generará un estrés crónico, decepción o incluso vulnerabilidad, lo que nos conducirá a sufrir un envejecimiento prematuro.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.