Valeria Sol Groisman es Licenciada en Comunicación y ha desarrollado ese rol de comunicadora desde distintas plataformas: es periodista, docente universitaria y gestora cultural. Trabajó en el diario La Nación, redactó discursos políticos para una de las más importantes consultoras de opinión pública y dictó clases en espacios terciarios y universitarios. También dirigió Academia Abierta, un centro de estudios de divulgación científica y cultural y fue secretaria de Cultura de la Sociedad Hebraica Argentina. Actualmente integra el consejo editorial de la revista BeCult, el comité editorial de la Revista Barbarie y la comisión directiva de Infociudadana.
También es escritora. Hasta ahora, había publicado obras de no ficción. Pero recientemente salió a la luz Barullo, su primera novela.
—Escribiste ensayos, textos periodísticos, discursos políticos. ¿Cómo fue la experiencia con la ficción? ¿Fluyó? ¿Cambió mucho tu rutina, tu forma de escribir?
—Me encantaría decir que fluyó (o que fluye), pero creo que la escritura es algo bien distinto a la idea de un líquido que brota con facilidad. Mis trabajos siempre estuvieron relacionados de algún modo con las palabras, con la comunicación y también con la incomunicación. Sin embargo, es muy distinto hacer periodismo, articular un discurso o divulgar ciencia que ponerte a inventar un mundo que no existe. Y acá viene la parte curiosa: me resulta mucho más fácil trabajar con hechos comprobables, pero me siento más cómoda y más yo misma cuando escribo ficción. La explicación quizás venga de la lectura de ficción, que es prácticamente la única actividad que sostengo ininterrumpidamente desde chica
—¿Te da la ficción una oportunidad de abordar de modo distinto ciertos temas?
—Sí, claro. En un texto periodístico o de divulgación se intenta escribir desde una supuesta objetividad para no comprometer la información con la mirada propia. En la ficción, en cambio, nada de eso importa. No hay reglas a las que haya que ceñirse, salvo las que uno inventa al interior del texto. Entonces aparecen la emoción, la duda, la incoherencia, la contradicción. En Barullo hay dos relatos que podrían contraponerse, pero que conviven bien: la autobiografía y la ciencia (todos los datos que aparecen en el libro son reales, verificados). Maca, la protagonista, intenta entender lo que le pasa, y, paralelamente, aparece un discurso racional, basado en evidencia, que viene a decir: ojo con Maca. Es un juego entre un narrador fiable y otro no tan fiable, y al final es el lector el que decidirá si se queda con alguno de los dos.
—¿Cómo nació Barullo?
—Es mi primera novela publicada, pero antes hubo muchos otros textos y esos textos son la página en blanco a la que por suerte no me tuve que enfrentar. Creo que vengo escribiendo Barullo desde hace años, de hecho empezó como un cuento. La escribí primero en mi cabeza, porque tengo la costumbre de contarme a mí misma, para adentro, lo que después voy a pasar a la hoja. Barullo es la historia de un miedo: el miedo a no llegar a escribir. Y de ahí la ansiedad, que no es otra cosa que el miedo a la muerte.
—¿Cómo aparece la ansiedad en el relato?
—La ficción apela a los sentimientos, a la gratificación sensorial, a la identificación. Para escribir sobre la ansiedad me pareció imprescindible no solo contar sino mostrar e incluso provocar en el lector la sensación de encierro, de aturdimiento, de terror que siente una mente en estado de ebullición, de ansiedad. La forma del texto remeda la manera en que vive una persona ansiosa.
—¿Por qué el nombre Barullo para la novela?
—Barullo es el ruido que nos aturde. Vivimos infoxicados: un estudio bastante reciente advierte que consumimos una cantidad de información equivalente a nueve películas por día. Es muchísimo, y es algo de lo que hablo en mi libro anterior, Desmuteados. Para gestionar esa cantidad apabullante de discursos solemos recurrir a atajos mentales, sesgos cognitivos, que se presentan como nuestros aliados, pero pueden resultar siendo todo lo contrario. A ese ruido que llega desde afuera se le suma el ruido interno: ideas, ocurrencias, recuerdos, deseos, emociones. Todas las voces con las que nos hablamos a nosotros mismos. En el libro cito a Teju Cole, que dice que perdimos el hábito de escucharnos y que la literatura en primera persona recupera ese diálogo.
—¿Qué te motivó a escribir esta novela?
—Como decía, Barullo nació como un cuento y su título original fue Como si nada. En el cuento, el miedo aparecía muy embrollado con la ansiedad. Es que cuando sentimos miedo lo único que queremos es que el malestar se termine. Esta idea fue tornándose más compleja en la medida en que empecé a investigar. Y ahí apareció la hipótesis de que la ansiedad puede ser la metáfora que explique nuestra forma de estar en el mundo, que puede que sea la patología de salud mental que mejor represente esta época. De hecho, según la OMS, la ansiedad es la enfermedad de salud mental más prevalente del mundo y la que más crece. Así que lo que me motivó a escribirla fue la necesidad de explorar los límites entre lo que se considera normal y lo que se considera patológico, la dificultad que tenemos de hablar de lo que sentimos (y la facilidad con la que soltamos la lengua cuando nos duele la rodilla o la cadera) y el lugar de "personaje secundario" que le adjudicamos a la salud mental en comparación con la salud física o la salud con mayúsculas. No creo que la literatura deba tener una utilidad concreta ni que deba cumplir un rol social o político, pero sí considero que cuando hacemos ficción también creamos realidad.
—¿Cómo describirías el libro?
—Es un libro ansioso que busca incomodar, en el buen sentido. En la era de las redes sociales estamos muy acostumbrados a vivir en pose, a decir lo que está bien visto, lo que es tolerado, lo que nos permite pertenecer a cierto grupo social, sostener nuestra imagen. Barullo intenta alejarse de esos mandatos. Lo que cuenta Maca puede resultar muy fuerte, casi violento, pero es genuino. Para Maca, la escritura es un experimento de libertad de expresión absoluta. Y, en ese sentido, podemos leer su narración como una especie de diario íntimo, un género literario sin lectores, y que paradójicamente hoy vive un auge a través de las literaturas del yo. Barullo es una novela que habla del miedo, de la ansiedad, pero también de la soledad. Y como dice Peter Orner, "por más cómodos que estemos en la soledad, (como humanos) no podemos evitar la tentación de mirar por la ventana, de ir hacia el ruido y escuchar las voces".
—¿En qué te inspiraste para pensar el personaje de Maca?
—Maca es un pastiche. El nombre lo saqué de un personaje de una serie, su personalidad es una construcción a la que fui llegando a medida que iba escribiendo y su adicción a la lectura es muy mía, lo admito. Mi intención fue crear un personaje que pueda representar de manera singular un sentir universal. La primera persona de Maca podría ser la de un lector o lectora, la mía, no sé, la de cualquiera. Siempre pienso que lo curioso del momento en que vivimos es que se nos vende la ilusión de que somos seres únicos pero en esencia somos muy parecidos. Compartimos un mismo repertorio de emociones.
—Barullo refleja la ansiedad. ¿Creés que los lectores y lectoras pueden identificarse con pasajes del libro?
—Ojalá que sí. Esa fue mi intención al escribirlo. Aunque lo que más ansío —valga la particular elección del verbo— es que leerlo afloje. En algún punto todos somos vulnerables, solo que algunos no tienen pudor en mostrarse rotos y otros se la dan de Terminator. Creo que no nos hace bien impostar felicidad, ni a nivel individual ni como sociedad.