Tendemos a considerar la alegría, el miedo o la tristeza como emociones exclusivas del ser humano, pero la ciencia nos está descubriendo paso a paso que esta afirmación es del todo incorrecta.
El 7 de julio de 2012, un grupo internacional de neurocientíficos se reunió en la ciudad inglesa de Cambridge y elaboró la conocida Declaración de Cambridge sobre la Consciencia. Resumidamente, los expertos establecieron que nuestra especie no es la única en poseer la base neurológica que da lugar a la consciencia. Es decir, los animales no humanos tienen capacidad para sentir y, por lo tanto, pueden comportarse con intención.
Eso se aplica también a la capacidad de experimentar el sentimiento que aquí nos ocupa: la ansiedad. Tanto en perros como en personas, es simplemente una forma de responder ante ciertas situaciones problemáticas. Pero cuando supera cierta intensidad o desborda la capacidad de adaptación, se convierte en patológica.
Señales de alarma
¿Y cómo podemos detectar que nuestro perro se encuentra en ese estado? Diferentes formas de comportamiento indican su voluntad de huir de la sensación de inquietud, nerviosismo, inseguridad y malestar.
La ansiedad se pone en marcha cuando el perro tiene una expectativa de que algo malo va a ocurrir. Esto hace que se active el sistema nervioso simpático, responsable de las respuestas del organismo ante situaciones peligrosas o estresantes y de que el animal manifieste una conducta intensa.
Cuando la ansiedad es patológica, los síntomas que podemos encontrar son: un continuo estado de alerta, hiperactividad, lamido excesivo, caída del pelo, problemas digestivos, aullidos, temblores, gemidos, ladridos excesivos, miedo exagerado, agresividad y comportamientos destructivos que pueden aumentar cuando se quedan solos.
En cuanto a las situaciones capaces de provocar esa ansiedad patológica, también son múltiples: miedo a quedarse solos, a los ruidos como los petardos, tormentas o tráfico… Cualquier percance que supere su capacidad de adaptación o que se repita de forma frecuente puede desencadenarla.
Muchas veces se trata de problemas generados por la incomprensión humana de sus necesidades, como especie y como individuo.
Diagnóstico y tratamiento
Mantenida en el tiempo, la ansiedad patológica puede provocar enfermedades como trastornos en el sistema gastrointestinal, aumento en la incidencia de tumores o alteraciones del sistema inmunológico, a lo que hay que sumar el deterioro en la convivencia entre especies. Por no hablar de la tristeza y frustración que nos genera ver sufrir a una mascota y no saber cómo ayudarle.
El primer paso para abordarla, una vez diagnosticada por el veterinario, es la terapia conductual, dirigida por un especialista en comportamiento o etólogo. Solo si el caso particular lo requiere, recurriríamos a la administración de medicamentos, controlada también por un veterinario. Podría compararse a la intervención del psicólogo y el psiquiatra en humanos: mientras que el primero es un experto en comprender la conducta, el psiquiatra se ocupa de las enfermedades mentales y su tratamiento farmacológico.
Aunque cada caso tiene sus particularidades, la terapia enfocada al comportamiento debería incluir los siguientes objetivos:
- Bajar los niveles de estrés del perro.
- Enseñarle a gestionar situaciones problemáticas.
- Darle recursos de calma.
- Desensibilizarle de las señales precursoras que le induzcan ansiedad. Por ejemplo, el hecho de que cojamos las llaves o nos pongamos la chaqueta o los zapatos puede ser interpretado como el paso previo a quedarse solo. Debemos hacerle ver que no significa necesariamente que vayamos a irnos.
- Adjudicarle un rol claro dentro de la familia. Tenemos que hacer actividades con él para que se sienta integrado, como dar paseos o compartir juegos en los que disfruten perro y tutor.
- Conferirle independencia social. Es decir, no podemos estar todo el tiempo con él o resolverle todos los problemas.
Si el proceso de aprendizaje se complica porque los niveles de ansiedad son demasiado altos o por las circunstancias particulares del animal, cabe complementarlo con fármacos. Por ejemplo, podría ser conveniente acudir a ellos cuando el perro experimenta ansiedad al quedarse solo y, debido al trabajo de los tutores, tiene que estar un mínimo de ocho horas sin compañía. No puede estar en un continuo estado de angustia.
También hay que entender que, igual que en nuestra especie, hay circunstancias que generan estrés prolongado –que deriva en “ansiedad estado”– y perfiles o formas de ser más ansiosas por naturaleza –la denominada “ansiedad rasgo”–.
La búsqueda de las causas de la angustia patológica y su manejo no deben ir exclusivamente dedicadas controlar las consecuencias mediante fármacos, sino también a mejorar la atención que les damos como seres sensibles, sociales y con necesidad de una actividad adecuada a cada individuo.
Mónica Kern, educadora canina, especialista en el adiestramiento de perros de asistencia y voluntaria en la entidad de intervenciones asistidas con animales “Perruneando Madrid”, ha colaborado en la elaboración de este artículo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.