Un evento alertó a la sociedad norteamericana respecto al vínculo entre adolescentes, redes sociales y salud mental el mes pasado. El cirujano general (que es el puesto político del principal portavoz en materia de salud pública en el gobierno) emitió un comunicado alertando sobre la falta de información que tenemos acerca de la seguridad del uso de las plataformas. El fenómeno se ve agravado por el hecho de que casi todos los y las adolescentes las usan. De hecho, un estudio divulgado por Psychology Today estima que un 95% de la población entre 13 y 17 años forman parte de este universo digital.
El comunicado tiene 25 páginas e incluye apartados con evidencia científica sobre los riesgos potenciales, preguntas cruciales que aún no han sido resueltas y algunos disparadores sobre qué pueden hacer los políticos, las compañías tecnológicas, los padres/madres/cuidadores, los mismos adolescentes y, finalmente, los desafíos para los investigadores.
El problema de la falta de evidencia científica y las preguntas que no hemos podido responder hasta ahora es uno de los nudos principales. En esta nota de The Atlantic (titulada “No one knows exactly what social media is doing to teens”) enfatiza que la gran cantidad de estudios sobre esta tríada –redes sociales, bienestar y adolescencia– utilizan distintas unidades de medida, variadas hipótesis y carecen de un abordaje interdisciplinario que habilite un consenso entre todos los científicos que se abocan a la cuestión.
Otra de las dificultades al momento de estudiar el uso de redes es que varía enormemente de situación a situación, no sólo en términos demográficos, sino hasta en las mínimas diferencias,como la etapa vital, las costumbres familiares, entre otras. Todas estas diferencias pueden llevarnos a plantear que hay tantos modos de uso de redes sociales como personas.
Sin embargo, los principales riesgos que se advierten en el comunicado estadounidense son dos: el daño por exposición a contenidos y el daño por un uso problemático. Respecto al primero, se dice que los contenidos extremos, nocivos o inapropiados son fácilmente accesibles para niños y adolescentes, ya sea a través de clics directos, de intercambios no deseados o de diseños algorítmicos. Esta clase de contenidos son aún más riesgosos para menores que ya experimentan condiciones previas de salud mental.
Si bien este punto abarca contenidos más “exóticos”, como plataformas que muestran y normalizan algunos actos de autolesión, también incluye un aspecto clave y mucho más difundido, que es la insatisfacción con el propio cuerpo y la constante comparación con aspectos hegemónicos de famosos, modelos e influencers, así como su asociación con los trastornos alimenticios.
Otra de las advertencias que da el comunicado es que las plataformas están diseñadas para maximizar el engagement, lo que puede generar desregulaciones en el comportamiento o interrumpir hábitos saludables de un adolescente. La cuantificación de la popularidad mediante likes, las notificaciones push-up y el autoplay en plataformas como Tiktok son algunos de los mecanismos diseñados para que no nos apartemos de nuestros teléfonos. Al respecto, algunos investigadores creen que estas exposiciones pueden sobreestimular el centro de recompensa del cerebro: cuando la estimulación se vuelve excesiva, puede provocar conexiones comparables a las que se activan con otras adicciones.
En nuestro país, este tema fue abordado recientemente en el programa El despropósito. Allí, la periodista Julia Mengolini –con humor pero también con preocupación– analizó cómo las redes sociales y la puesta en escena constante de cuerpos “en forma”, con filtros y ediciones nos hacen enfocarnos constantemente en nosotros mismos. Según reflexionó, para las juventudes previas a internet la preocupación por el propio cuerpo ya era excesiva, debido a que los mandatos culturales de belleza nunca faltaron. Sin embargo, con el estímulo de las redes, ha llegado a niveles extremos.
Ahora bien, tal como recomienda The Atlantic, estas inquietudes no tienen por qué llevarnos a presentar a las redes sociales como una fuerza destructiva que hay que detener de lleno. También sabemos que tienen sus beneficios para formar comunidades, para comunicarnos y conocer personas de ambientes distintos a los nuestros, incluso para estimular la creatividad. Mientras los investigadores avanzan hacia una perspectiva más informada y matizada sobre las plataformas, nosotros podemos concentrarnos en algunos consejos de uso seguro:
- Los responsables políticos pueden enfocarse en invertir en investigación, programas de alfabetización digital y en impulsar regulaciones que garanticen la mayor seguridad posible para los menores de edad que navegan por internet.
- Las compañías tecnológicas deberían ser transparentes y compartir la información disponible acerca del impacto sanitario de plataformas y las estrategias empleadas para garantizar la seguridad y el bienestar de sus usuarios.
- Respecto a los padres, madres y cuidadores, se aconseja que establezcan límites para el uso de redes, ya sea en cuanto a horarios o zonas libres de tecnología que estimulen las relaciones cara a cara, además de tener en cuenta su propio uso y su rol como modelos para los menores.
- Para los niños y adolescentes, la recomendación es que nunca mantengan en secreto las situaciones de acoso, bullying o violencia digital de las que estén al tanto, que pidan ayuda a un adulto cuando esto suceda, y que tengan cuidado con lo que comparten, ya que toda la información sobre ellos y ellas mismas que compartan tiene un valor y los puede afectar en el futuro.