La finalidad principal del deporte durante las primeras etapas formativas, sea en la escuela o en los clubes deportivos, debería ser contribuir a la educación integral de los jóvenes a través de su práctica y aprendizaje. Para ello, es imprescindible huir de planteamientos tradicionales más típicos del deporte de adultos, y apostar por una enseñanza vinculada a valores educativos.
Para conseguir esta difícil tarea, hay varios principios pedagógicos y metodológicos que cumplir:
- Defender la especificidad de la etapa de iniciación deportiva, con unas características propias que le dan su verdadero sentido educativo y deportivo. Esto quiere decir, entre otras cuestiones, que el deporte se debe adaptar a todos los jóvenes, permitiendo participar a los más hábiles y menos hábiles, exigiendo a cada uno en función de sus posibilidades.
- Entender la iniciación como una etapa que, además de formar parte del proceso de formación general del deportista, tiene un fin en sí misma por la importancia y por la repercusión que tiene en el desarrollo educativo y deportivo de los jóvenes jugadores. Cada chico y chica debe disfrutar cada día en sus sesiones de entrenamiento, sin pensar demasiado a largo plazo. Eso ya vendrá, y dependerá de muchos factores que se tendrán en cuenta cuando llegue el momento.
- Es necesario plantear que la enseñanza del deporte desde esta nueva perspectiva debe ser concebida bajo una óptica de formación y no de rendimiento a corto plazo. El reto es que se sientan valorados y capaces, y que el deporte mejore la salud física y psíquica de todos los participantes.
En este sentido, los principales objetivos deberían ser educativos, la importancia se deberá centrar en el proceso, y se evitará la especialización temprana. Desde el punto de vista didáctico, este proceso se abordará desde métodos activos y de indagación donde los alumnos y las alumnas serán los verdaderos protagonistas.
Nuevos modelos deportivos
Esta visión crítica más educativa y humanista del deporte durante la edad escolar requiere del diseño de nuevos modelos deportivos específicos y adaptados a las necesidades e intereses de los jóvenes practicantes.
Un trabajo de reciente publicación sintetiza, a partir de las evidencias científicas actuales, las características que debería incluir un modelo de deporte de base: modificación de los reglamentos, participación activa de los jóvenes, percepción de eficacia, variabilidad, diversión, escuela de familias, programa específico de valores, formación a largo plazo, o fomentar hábitos saludables de vida.
Competir o no competir
De todos los aspectos que hay que tener en cuenta en este proceso de formación de los jóvenes deportistas, la competición es, desde el punto de vista educativo, el elemento más controvertido de todos.
Aunque puede tener valores positivos importantes cuando es bien utilizada (diversión, aprendizaje, tolerancia, compañerismo…), también puede tener numerosos contravalores que se deberían evitar (violencia, sobreentrenamiento, intolerancia, ansiedad…)
La competición puede ser una parte esencial de la práctica deportiva, pero en el ámbito escolar habría que modificarla y adaptarla a la edad y nivel de los jugadores, teniendo muy presente las finalidades educativas que pretendemos alcanzar. La competición, en esta etapa, debe utilizarse siempre como un elemento importante de enseñanza y también, cómo no, de motivación y de diversión.
En esta línea, se puede usar en los entrenamientos, diseñando tareas que simulen situaciones reales de competición reducida para el aprendizaje de los distintos contenidos técnicos y tácticos. También se utilizará el elemento competitivo en las distintas actividades para favorecer la motivación de los chicos y chicas.
Por otro lado, la competición oficial en la que se participe, si es el caso, debe plantearse con unas características educativas específicas (quitar transcendencia a los resultados, analizar las mejoras en determinadas áreas, planificar la participación homogénea de los jugadores, etc.), y además debe ser programada de forma que los jugadores se vayan incorporando a la competición de forma progresiva.
Por ejemplo, el primer año de entrenamiento plantear sólo partidos amistosos en los que se programe de otra forma el número de partidos, la participación, las reglas, el resultado y la clasificación, etc. A partir del segundo año de entrenamiento se pueden incluir ya partidos oficiales con reglamento más estandarizado.
Evaluar el progreso y la actitud
El entrenamiento debe planificarse de forma integral, atendiendo a los ámbitos físico-motriz y psico-social de los jugadores. Para ello, se hace necesario una planificación diferente que tenga en cuenta las habilidades deportivas, pero también la condición física relacionada con la salud, el aprendizaje progresivo de las reglas, el desarrollo de valores educativos o la incorporación progresiva de la competición.
La metodología para conseguir llevar a cabo esta planificación debe:
- Buscar constantemente la máxima participación.
- Utilizar estrategias lúdicas.
- Fomentar la creatividad y hacer pensar al alumnado.
- Desarrollar su condición física de forma saludable.
- Colaborar y ayudar al proceso de socialización tan importante en estas edades.
Por otro lado, la evaluación deberá centrarse en el proceso que se lleva a cabo, y valorar la actitud y el progreso, no los resultados.
En definitiva, que en cada sesión de entrenamiento, todos los chicos y chicas aprendan divirtiéndose y desarrollando valores educativos.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.