Desde Aristóteles hasta hoy los pensadores se han preguntado si es por catarsis, por cuestiones sociales o incluso por cuestiones biológicas que podemos apreciar nuestro sufrimiento a partir de música, películas u obras. ¿Por qué nos gustan las canciones tristes? Esta nota del New York Times hace un extenso recorrido para responder a esta pregunta.
En el 2016 se realizó un estudio titulado Cincuenta sombras de azul (un juego de palabras con el título Cincuenta sombras de Grey) con 363 oyentes que categorizaron canciones tristes en tres opciones: el duelo, que incluye poderosos sentimientos negativos como la ira, el terror y la desesperación; la melancolía, que es una suave tristeza, añoranza o autocompasión; y el dulce dolor, una agradable sacudida de consuelo o agradecimiento. Muchos encuestados describieron una mezcla de los tres.
Algunos psicólogos han examinado cómo ciertos aspectos de la música -modo, tempo, ritmo, timbre- se relacionan con las emociones que sienten los oyentes. Los estudios han sugerido que ciertas formas de canción cumplen funciones casi universales. En todos los países y culturas las canciones de cuna, por ejemplo, tienden a compartir características acústicas similares que infunden una sensación de seguridad tanto a los niños como a los adultos.
El Dr. Patrik Juslin, psicólogo de la universidad de Uppsala (Suecia), opina que estos estudios no agregan mucho valor a lo que ya sabemos. En cambio, propuso e investigó la siguiente hipótesis: quizás, como la tristeza es una emoción tan intensa, su presencia puede provocar una reacción empática positiva, sentir la tristeza de alguien puede provocarte algún tipo de reacción pro-social. En esta línea está la teoría del Dr. Joshua Knobe, psicólogo y filósofo de la Universidad de Yale (Estados Unidos) que señala que "si te sentís solo o te sentís aislado", “se produce esta experiencia en la que escuchas algo de música, o coges un libro, y sientes que no estás tan solo".
Para probar esa hipótesis, la científica cognitiva y doctora Tara Venkatesan y George Newman, psicólogo de la Rotman School of Management (país), organizaron un experimento en dos partes. En la primera, dieron una de cuatro descripciones de canciones a más de 400 sujetos. Una descripción era que "transmite emociones profundas y complejas" pero que también era "técnicamente muy defectuosa". Otra describía una canción "técnicamente impecable" que "no transmite emociones profundas ni complejas". La tercera canción se describió como profundamente emotiva y técnicamente impecable, y la cuarta como técnicamente defectuosa y poco emotiva.
Se pidió a los sujetos que indicaran en una escala de siete puntos si su canción "encarna la esencia de la música". El objetivo era aclarar hasta qué punto la expresión emocional en general –de alegría, tristeza, odio o lo que fuera– era importante para la música a nivel intuitivo. En general, los participantes afirmaron que las canciones más emotivas, pero técnicamente defectuosas, eran las que mejor reflejaban la esencia de la música. La expresión emocional resultó ser un valor más destacado que la destreza.
En la segunda parte del experimento, en la que participaron 450 nuevos sujetos, los investigadores dieron a cada participante 72 descripciones de canciones emocionales que expresaban sentimientos como "desprecio", "narcisismo", "inspiración" y "lujuria". A modo de comparación, también dieron a los participantes descripciones de conversaciones emotivas. En general, las conversaciones que los sujetos relacionaban con la música eran también las que hacen que las personas se sintieran más conectadas entre sí en una conversación: amor, alegría, soledad, tristeza, éxtasis, calma, pena.
Mario Attie-Picker, filósofo de la Universidad Loyola de Chicago, que dirigió la investigación, consideró que los resultados eran convincentes. Tras evaluar los datos, propuso una idea relativamente sencilla: quizá escuchamos música no por una reacción emocional –muchos sujetos afirmaron que la música triste, aunque artística, no les resultaba especialmente agradable–, sino por la sensación de conexión con los demás. Aplicado a la paradoja de la música triste, nuestro amor por la música no es una apreciación directa de la tristeza, sino de la conexión con otras personas. El Dr. Knobe y el Dr. Venkatesan se apuntaron rápidamente.
Pero la música triste tiene muchas capas –es una cebolla– y estas explicaciones suscitan más preguntas. ¿Con quién conectamos, on el artista, con nuestro yo del pasado o con una persona imaginaria? ¿Cómo puede ser la esencia de la música triste? ¿No deriva el poder del arte, en parte, de su capacidad para trascender el resumen y ampliar la experiencia?