Tres años, tres meses y cinco días pasaron desde que se decretó la emergencia de salud pública de interés internacional por COVID-19 el 30 de enero de 2020. Hasta el momento, se informaron siete millones de muertes, pero las autoridades sanitarias globales consideran que el número real es hasta tres veces mayor. Así todo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) acaba de ponerle fin a esta fase del SARS-CoV-2. ¿Y ahora?
El director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo el viernes 5 de mayo que “la semana pasada, el COVID-19 cobró una vida cada 3 minutos y esas son solo las muertes que conocemos”, y agregó: “Este virus llegó para quedarse (...). Sigue matando y sigue cambiando. Sigue existiendo el riesgo de que surjan nuevas variantes que provoquen nuevos aumentos en los casos”.
En principio, al finalizar la etapa de emergencia, ya no es obligatorio para los laboratorios informar los resultados de los test de COVID-19, ni tampoco para los países legalmente vinculantes reportar el número de vacunas ni la tasa de positividad, precisa un artículo en Science. No obstante, “se espera que muchos lo continúen informando voluntariamente”.
Al mismo tiempo, la pandemia continúa desde su declaración el 11 de marzo de 2020 debido a que implica que una enfermedad se extendió a diferentes países y continentes. “Hay un alto grado de infección y la enfermedad se traslada fácilmente de un sector geográfico a otro”, define el Ministerio de Seguridad de Argentina.
Entonces, ¿qué pasará con el COVID-19?
En los últimos años se ha especulado mucho si con el tiempo el virus generará aumentos repentinos, picos, olas, pequeñas ondas, si se asemejará a la influenza, si desaparecerá o si quedará restringido a algunas regiones. Lo cierto es que en las últimas semanas se observó un aumento en las infecciones y en la tasa de positividad, principalmente por un linaje nuevo llamado XBB.1.16.
Al respecto, un artículo de Nature publicado el 1° de mayo advierte que la incesante serie de pequeñas ondas es muy diferente a los patrones de circulación anual más lentos de la influenza y los coronavirus que causan el resfriado, por lo que resulta improbable que el SARS-CoV-2 alcance un ritmo similar al de la gripe en el corto plazo.
“Bienvenidos a la nueva normalidad: la era de las 'ondas pequeñas'. Los científicos dicen que es poco probable que regresen las olas explosivas de COVID-19 que llenan los hospitales. En cambio, los países están comenzando a ver olas frecuentes y menos mortales, caracterizadas por niveles relativamente altos de infecciones en su mayoría leves y provocadas por la incesante agitación de nuevas variantes”, expuso Nature.
Trevor Bedford, biólogo del Centro Oncológico Fred Hutchinson en Seattle, Estados Unidos, aseveró en el artículo que el COVID-19 “será una enfermedad respiratoria de circulación continua”. Es decir que resultará menos estacional que los virus a los que ya estamos acostumbrados.
Sin duda, no podemos predecir lo que sucederá a largo plazo, pero lo que sí sabemos es que los coronavirus de la influenza y el resfriado común causan epidemias estacionales gracias a determinadas condiciones de transmisión, explica Nature. Con el frío instalándose en Argentina, pasamos más tiempo en interiores, ventilamos menos y le brindamos al virus una oportunidad favorable de circular más fácilmente.
Finalmente, como enumera The Conversation, no es momento de olvidar las lecciones de la pandemia. “Abordar sistemáticamente la desinformación, mejorar la ventilación en las escuelas, los lugares de trabajo y otros espacios públicos interiores, y realizar mejoras a largo plazo en las licencias por enfermedad remuneradas son buenas maneras de comenzar a construir sociedades más resilientes en preparación para la próxima pandemia”, sintetiza.