Hace unos años le pude poner nombre a esas interacciones que tuve con diferentes personas que me dejaban con una sensación extraña de “creo que me acaban de insultar y no me di cuenta”. Una frase muy común que escucho desde que tengo memoria es: “no sos gorda, sos linda” cuando me quejaba de mi peso. Y no es verdad, soy gorda y soy linda, las dos cosas no tienen porqué estar disociadas pero detrás de esa frase bien intencionada, había una asociación muy obvia de la gordura con la fealdad, y como soy gorda (es una realidad), esa frase solo me dejaba preguntándome, ok entonces, ¿soy fea?
Otro día hablaremos del valor que se le da a la belleza, pero hoy, hablamos de esos comentarios problemáticos “bien intencionados” o microagresiones. El término microagresiones se originó en 1970 en la Universidad de Harvard. Fue introducido por primera vez por Chester M. Pierce, profesor de la institución. Pierce usó el concepto para describir los insultos y comentarios negativos que había presenciado hacia la gente negra:
“Estos ataques [raciales] a la dignidad negra y la esperanza negra son incesantes y acumulativos. Cualquiera puede ser asqueroso. De hecho, el principal vehículo del racismo en este país son las ofensas cometidas por los blancos contra los negros de esta manera gratuita e interminable. Estos delitos son microagresiones. Casi todas las interacciones raciales entre negros y blancos se caracterizan por humillaciones de los blancos, realizadas de manera automática, preconsciente o inconsciente. Estos mini desastres se acumulan. Es la suma total de múltiples microagresiones de blancos a negros lo que tiene un efecto generalizado para la estabilidad y la paz de este mundo”, explicaba.
Y aunque Pierce utilizó este concepto para ejemplificar el racismo internalizado de la sociedad estadounidense, años después la sociedad lo adoptaría como una forma de describir agresiones verbales no intencionales con carácter racista, sexista y homofóbico. Pero, ¿por qué no intencionales? porque las microagresiones en sí, no son intencionales, y ninguno de nosotros está exento de en algún momento haber sido el victimario.
Esos mini desastres de los que habla Pierce pueden venir en la forma de un cumplido (desde la perspectiva del victimario) pero decirle a una mujer que es “fuerte para ser mujer” no es un comentario positivo, implica una debilidad inherente del género femenino; decirle a una mujer negra que “es linda para ser negra”, tampoco lo es porque no tan en el fondo de esa premisa está una noción que asocia la negritud con la fealdad. Ahora que entendemos el concepto, entendamos que las microagresiones también son minimizar la experiencia de alguien diciendo “no es para tanto”, asumir que todas las personas de una misma raza o género son iguales, o hacer preguntas inapropiadas sobre la cultura o religión de alguien como “¿de dónde sos, posta?”
Las microagresiones vienen de los prejuicios internalizados tan arraigados en nuestra educación que no notamos que están ahí hasta que alguien se atreve a señalar nuestras faltas. Y si las microagresiones vienen de los prejuicios, cómo podemos evitar ser quién tira esas bombas disfrazadas de bondad:
- Piensa antes de hablar si lo que vas a decir puede afectar a los demás.
- Aprende a reconocer estereotipos, te ayudará a identificar los comentarios y comportamientos que los refuerzan.
- Haz preguntas. Nadie es perfecto pero conocer la perspectiva de otras personas te puede ayudar a entender porque tu comentario puede ser problemático.
Una vez que entendí y supe ponerle nombre a esos comentarios como microagresiones, logré responder a quienes las emiten para evitar que las reproduzcan nuevamente. No es nuestro trabajo educar a quienes nos rodean pero todos necesitamos deconstruir y construirnos. Porque podemos crecer juntos.