Es el tema protagónico en los medios y las redes sociales en Argentina estos días. Es un tema que nos debe preocupar y ocupar aún luego de que hayan bajado las temperaturas. Sobre este tema, el rol del cambio climático y las acciones que se necesitan impulsar profundizamos en esta edición de PLANETA.
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Cuando era chica la mayoría de mis cumpleaños los pasé bajo la lluvia. Este fin de semana intenté celebrar como se pudo en algún lugar bajo un aire acondicionado. Llegué a este mundo en 1988, el año exacto en el que las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanzaron las 350 partes por millón (ppm). Era lo que los científicos habían catalogado como "el límite máximo deseable". 35 años después, nuestras actividades han incrementado esas concentraciones a 419ppm. No sorprende que, al mejor estilo COP, la celebración de mi cumpleaños haya sido una negociación y disputa por la mesa mejor ubicada ante el aire acondicionado.
Argentina atravesó la semana pasada su octava ola de calor en esta temporada de verano. La octava. El promedio de la última década fue de cuatro o cinco olas de calor por temporada. En 2023 estamos, a mitad de febrero, en la octava y todavía no podemos decir que sea el número final con el que cierre.
La ciudad donde vivo, Buenos Aires, tuvo este domingo 12 de febrero su temperatura más alta registrada desde 1961: 38.1°C a las 16 horas. La persistencia del calor fue una constante. No hubo una diferencia entre la mañana, el mediodía, la tarde, la noche. La ducha breve con agua fría se volvió la rutina para bajar la temperatura corporal. Yiyo -el perro que transito- me miraba con cara de "cuándo termina esto". Y yo sólo podía pensar en qué respuesta le daría. Si esto recién empieza...
"No creo que nosotros veamos los impactos dramáticos, sino que los verán las próximas generaciones", me decía un amigo en uno de los festejos por mi cumpleaños. Se mostraba consciente de que ya había cambios, pero no identificaba que ya hubiera impactos dramáticos. En mi respuesta no pensé en otro mejor ejemplo de impacto dramático ya presente que las olas de calor. Son la demostración del cambio climático en su máximo esplendor, son un alerta de la acción climática que aún no se está haciendo y esa ambiciosa que se necesita. Y sobre eso los invito a profundizar a continuación.
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¿Esto es por el cambio climático? Esta octava ola de calor puntualmente aún no lo podemos decir. La probabilidad o intensidad de ocurrencia de un evento climático por el cambio climático es algo que se estudia una vez concluido el evento. Por lo que es de esperar que en los próximos días conozcamos el rol que el cambio climático tuvo en esta octava ola de calor. Dicho eso, sí sabemos muchas cosas...
En lo local, ya la World Weather Attribution nos decía a fines del año pasado que las olas de calor que se vivieron en noviembre y en diciembre en Argentina, Paraguay y otros países vecinos fueron 60 veces más probables de ocurrir debido al cambio climático. Fueron dos olas de calor consecutivas a fines de noviembre y comienzos de diciembre -o sea, aún no había comenzado el verano- que marcaron récord en los países de la región sudamericana. En la segunda ola de calor, las temperaturas superaron los 40°C en 24 locaciones de Argentina. En algunas localidades la ola de calor llegó a durar siete días.
Tenemos entonces: inicio temprano, temperaturas cada vez más elevadas, mayor duración, frecuencia de repetición en poco tiempo. Esto nos lleva a lo global.
El más reciente reporte del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) sobre las bases físicas (que analizamos en PLANETA) evidenciaba que el cambio climático antropogénico (aka por nuestras actividades) ya está afectando a eventos climáticos extremos en cada región del planeta. Es decir, no hay lugar del planeta ajeno a sus impactos, y ahora, no en las futuras generaciones. Puntualmente, el reporte muestra que, producto del cambio climático, las olas de calor se han vuelto más frecuentes e intensas en la mayoría de las regiones desde 1950.
¿Qué quiere decir eso? El principal impacto del cambio climático es el de intensificar las variables de las que de dependen los eventos climáticos. Esto explica que sí hace muchas décadas también había olas de calor, pero no, no eran olas de calor con las mismas características que las que padecemos hoy.
Con el aumento de la temperatura global y los cambios en el sistema climático, las olas de calor están siendo: a) más frecuentes, hay más episodios en una temporada; b) más duraderas, persisten por varios días con sus extremos, c) más calurosas: sus temperaturas son cada vez más elevadas.
Las proyecciones indican que esta tendencia a la intensificación de las olas de calor continuará, pero, aún cuando se está cerrando cada vez más por nuestra inacción o acción insuficiente, aún tenemos una ventana de oportunidad. Eso nos lleva al siguiente apartado.
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¿Qué nos enseña todo esto calor insoportable? Mucho. Desde ya que, si las olas de calor se están intensificando por el cambio climático, debemos reducir con más ambición las emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs). Sabemos que los compromisos asumidos por los gobiernos aún no son suficientes para lograr limitar el calentamiento por debajo del 1,5°C y que la más reciente conferencia COP27 dejó un sabor muy amargo respecto de cómo trabajar en esa mayor ambición en mitigación. Dubai tendrá en diciembre la oportunidad -o el desafío- de cambiar eso.
Reducir con ambición las emisiones implica hacer cambios drásticos en todos los sectores y con todos los actores involucrados. Por sobre todo, implica lo que el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, repite una y otra vez: terminar con nuestra adicción a los combustibles fósiles, de cuya explotación se basa mayoritariamente el sector energético responsable del 73.2% de las emisiones globales.
Reducir con ambición las emisiones nos ayudará a limitar una mayor intensificación de las olas de calor. Ahora bien, las olas de calor ya son hoy más intensas y ello amerita mejorar el otro eje de la acción climática: la adaptación.
La Organización Mundial de la Salud subraya que "las olas de calor se encuentran entre los eventos climáticos más peligrosos, pero rara vez reciben la atención adecuada". Lo que quiere decir es que son más peligrosos para la salud humana. La exposición a un calor extremo por un tiempo constante puede provocar síntomas graves como agotamiento, dolor de cabeza y deshidratación severa. También puede dar lugar a un golpe de calor. Las olas de calor pueden resultar mortales. Según la organización, entre 1998 y 2017, más de 166.000 personas murieron a causa de las olas de calor.
El impacto de las olas de calor en la salud de las personas depende de los medios de subsistencia, el acceso a agua potable y segura para mantenerse hidratadas, la disponibilidad de la infraestructura necesaria para estar en un ambiente ventilado (es decir, contar con un ventilador o aire acondicionado, o con conexión a la red eléctrica para poder enchufar ese tipo de dispositivos).
El cambio climático intensifica las olas de calor impactando cada vez a más personas y profundizando las desigualdades ya existentes. Entre 2000 y 2016, el número de personas expuestas a olas de calor aumentó en unos 125 millones. Esto nos recuerda que la acción climática debe ser justa, incluir a todos -especialmente a aquellos que están en mayor situación de vulnerabilidad- y no dejar a nadie atrás.
Más y mejores políticas de adaptación a las olas de calor ya intensificadas por el cambio climático es lo que se necesita en este tiempo de crisis climática y ecológica. Ello puede incluir, entre múltiples acciones: garantizar la infraestructura para ambientes ventilados o acondicionados y el acceso a agua segura, reforzar los sistemas de salud, trabajar los temas de salud y cambio climático en conjunto.
En las ciudades hay un mayor desafío. Allí donde se concentra más de la mitad de la población mundial, allí el calor es un poquito bastante peor. Las olas de calor intensificadas se encuentran con el crecimiento de la edificación, la expansión de una urbanización escasamente planificada, el predominio del asfalto y hormigón por sobre los espacios verdes y el resultado de todo esto: un efecto de isla de calor, en el que se absorbe mayor radiación solar, mayor calor. Entonces, las islas de calor amplifican el impacto de las olas de calor como las que estamos viviendo.
Entonces, en ese párrafo tan problemático tenemos también las señales de los cambios que hay que impulsar en las urbes y que deben tener como eje mayor cantidad y calidad de espacios verdes y de vegetación, aliados claves en mantener más frescas las ciudades. Un reciente estudio fue muy claro: plantar más arboles en las ciudades puede reducir muertes prematuras relacionadas con el calor extremo.
No, no estoy terminando esta edición de la newsletter en modo "Todos nos vamos a morir" cual Don't Look Up. Estoy terminándola con el llamado a actuar para evitar más muertes. ¿Empezamos?
A poquito del Día de los Enamorados, les dejo tres recomendaciones de documentales que nos invitan a reconectar con la naturaleza, nuestro rol en ella y el necesario involucramiento en la acción: Una vida en nuestro planeta (Netflix), Jane (Disney Plus) y la serie Our Planet (Netflix).
Un saludo hasta la próxima edición y gracias por los saludos de cumpleaños que me enviaron 🥰
Tais