A fines de julio, el Observatorio de Psicología Social Aplicada de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires hizo una encuesta. El objetivo era conocer cómo la crisis económica que atraviesa el país está impactando en el estado de ánimo de la población. El informe concluye:
"Las sucesivas y cíclicas crisis económicas que nos vienen acompañando desde hace por lo menos 20 años, (…) han tenido un impacto corrosivo en nuestra salud mental, tanto emocional como cognitiva. Hoy, los argentinos estamos muy desorientados (dominados por la incertidumbre), angustiados, ansiosos, impotentes, temerosos y paralizados por un presente tan cambiante que nos empuja a la vera del camino de nuestras vidas. Estamos encerrados en una encrucijada patológica: el presente es un terremoto y el futuro absolutamente incierto."
En la encuesta, la palabra más usada por los argentinos y argentinas encuestados a la hora de definir su estado de ánimo fue “incertidumbre”.
Sin embargo, la incertidumbre no es un sentimiento exclusivo nuestro. En los tiempos que corren la incertidumbre es uno de los sentimientos compartidos por toda la humanidad. En un mundo globalizado e hiperconectado, no lidiamos sólo con lo que pasa en nuestro metro cuadrado sino también con incertidumbres globales, como la pandemia y la crisis climática. Si a eso le sumamos preocupaciones en torno a variables de nuestra vida personal, entonces hay una especie de muñeca rusa de incertidumbres.
Para comprender por qué a las personas nos molesta la incertidumbre hay que observar la evolución. Durante la mayor parte de la historia, los humanos fueron cazadores-recolectores y vivían en grupos en los que cada individuo tenía roles preestablecidos. Existían riesgos concretos, como ser atacados por animales o quedarse sin comida, pero la incertidumbre era más acotada. A través de los años, el cerebro humano evolucionó para ser muy bueno en reconocer patrones y construir hábitos, y se volvió muy reticente a la falta de certezas. Resultado: cuando las cosas son menos predecibles y por ende menos controlables, tenemos una sensación de amenaza, de riesgo inminente, que desencadena en nuestro cerebro el mecanismo de ‘‘lucha o huida‘‘.
Así lo explica Delfina Ailan, licenciada en psicología del instituto de Neurología Cognitiva, INECO: ”El mecanismo empieza en el hipotálamo. Ahí se produce una hormona que se llama factor liberador de corticotropina, que llega a la glándula pituitaria y la estimula para liberar otra hormona denominada adenocorticotropina. Esta hormona se libera en la sangre y llega a las glándulas suprarrenales, donde se libera cortisol y aldosterona. Estas son dos hormonas que proveen energía al cuerpo para poder lidiar adecuadamente con la situación que se percibe como peligrosa. una vez cumplida su función, el cortisol reingresa al cerebro y se una a receptores para poder frenar la respuesta de estrés. Cuando estos receptores no funcionan adecuadamente, el cerebro sigue produciendo hormonas del estrés. Y esto es lo que ocurre en algunos estados de estrés crónico y ansiedad‘‘.
Es bastante paradójico que nuestro cerebro no esté ‘‘cableado‘‘ para lidiar cómodamente con la incertidumbre, considerando que en el fondo siempre estuvo ahí (no tenemos manera de saber lo que va a pasar en los próximos segundos, y ni que hablar en los próximos años). Si vamos a tener que lidiar toda la vida con cierta cuota de incertidumbre, entonces ¿cómo le hacemos frente? En este episodio de FOCO, el podcast de RED/ACCION, distintos especialistas en salud mental reflexionan al respecto:
- Miguel Espeche, psicólogo especialista en vínculos;
- Corina Pryor, psicóloga de adultos y adolescentes;
- Delfina Ailan, licenciada en psicología del instituto de Neurología Cognitiva, o INECO;
- Agustina Iglesias, licenciada en psicología,
- y Guillermo Bruschtein, psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina y Especialista en Psiquiatría.
Si querés escuchar este episodio, hacé click acá.
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