Si lo que cuenta este texto fuera una película, la escena de inicio podría ser cualquiera de las siguientes:
La de Manuel Díaz Ferreiro y otros tres amigos sentados en un bar de la Universidad Nacional de Córdoba y preguntándose, con sincera curiosidad, cómo hacen las personas ciegas o con discapacidad visual para estudiar.
O la de Alejandro Bisi ―ayudante de la cátedra Química y estudiante de Ingeniería en la Universidad Nacional de Entre Ríos― al conocer a Facundo, un chico con atrofia muscular espinal, hijo de la docente titular con la que trabaja, y empieza a pensar en un dispositivo que lo ayude a estar parado una hora al día como parte de su rehabilitación.
Quizás la de Ezequiel Escobar ―estudiante de Ingeniería en Informática, en Jujuy―, cuando conoce a Ariel, un compañero con discapacidad auditiva que debe dejar la carrera porque no puede acceder a un audífono.
O la de Gabriel Marcolongo al prometerse hacer algo para atenuar el desempleo entre las personas con discapacidad.
El guion de esta historia, que son varias historias, seguiría con narraciones en paralelo: contaría que los estudiantes se convirtieron en profesionales y que cada una de estas inquietudes iniciales mutó en distintos proyectos con un fuerte sello inclusivo. Primero pequeños, luego empresas rentables.
Díaz Ferreiro es uno de los fundadores de PROCER, una empresa dedicada al desarrollo de soluciones tecnológicas para personas con discapacidad visual que, a través del uso de la tecnología, ofrece herramientas para la inclusión laboral y educativa.
Bisi desarrolló GiveMove, una empresa de tecnología médica que provee soluciones innovadoras de movilidad y autonomía para niños, adolescentes y adultos con discapacidades motrices de miembros inferiores.
Escobar creó uSound, que busca mejorar la calidad de la audición con productos y servicios basados en tecnología.
Y Marcolongo armó Inclúyeme.com, una empresa con certificación B —que alude a su misión de brindar soluciones a problemas sociales y ambientales— que desde 2013 trabaja en apoyar a organizaciones en el desarrollo de programas integrales de diversidad con énfasis en la inclusión sociolaboral de personas con discapacidad.
Al igual que ellos, Mateo Salvatto, otro emprendedor comprometido con la inclusión, desarrolló Háblalo, una app que asiste a personas con discapacidades o dificultades que afectan su comunicación.
Las tramas paralelas de estos proyectos se cruzaron el último jueves de abril: estos cinco emprendedores fueron convocados a una charla y una posterior mesa de trabajo por el EmprendeIAE, el centro de entrepreneurship del IAE (la escuela de negocios de la Universidad Austral). “Impulsamos este encuentro porque nos parece importante poner luz sobre lo que representa emprender para el bien. En este caso, convocamos a emprendedores que pasaron por el IAE y hoy trabajan desarrollando soluciones en torno a la inclusión de personas con discapacidad, con un modelo rentable, sostenible, buscando crecimiento y expansión”, explica Silvia Torres Carbonell, directora del centro, sobre el evento que contó con 40 personas en forma presencial y 70 que lo siguieron en línea.
Y destaca: “A su vez, queremos ayudarlos a fortalecer sus redes, a que trabajen en equipo y de forma colaborativa, asociándose, complementándose e incluso siendo más eficientes compartiendo recursos y aprendizajes comunes”.
Durante el encuentro se habló de cómo debe ser una mirada integral de la discapacidad, cómo la tecnología y la innovación son herramientas para la inclusión y la importancia de elegir aliados (inversores) para el desarrollo de proyectos.
El ecosistema
Tras la charla abierta al público, los emprendedores participaron de una mesa de trabajo, un primer encuentro promovido por la IAE que ya proyecta otros espacios similares. “Cada emprendimiento tiene un camino distinto recorrido y aspectos más y menos desarrollados. Es importante que trabajen en conjunto para ayudar a ‘acortar distancias’ con el resto de los emprendedores, inspirando a quienes quieren iniciar este camino de emprender con impacto (siendo sustentables y rentables). También que compartan información, redes, contactos que puedan servir entre ellos”, explican desde la universidad.
Los emprendedores no solo coinciden en entender la tecnología como una poderosa herramienta de inclusión: también creen que el trabajo en equipo los potencia.
“Desde hace tiempo trabajamos con el ecosistema de emprendedores de discapacidad y hacemos alianzas con ellos. Entendemos que el tema no lo puede resolver una sola organización: necesitamos trabajar todos juntos”, señala Marcolongo.
Para Escobar, “emprender con impacto social lleva una complejidad diferente en términos de captación de fondos de inversión, procesos regulatorios y sobre todo cuando se trata de productos de innovación, porque normalmente las regulaciones están un paso antes y se hace todo un poco más cuesta arriba”. Por eso, considera que al reunirse con emprendedores “que están en la misma” ayuda “a generar una sinergia, intercambiar experiencias, facilitar contactos y recursos para acelerar tiempos y canales para llegar a los usuarios”.
En esa línea, Díaz Ferreiro señala: “El intercambio consiste en organizar mesas de trabajo para contar experiencias que permitan ‘acortar’ caminos a la hora de desarrollar nuestros emprendimientos, compartir contactos para llegar más fácil y rápidamente a lugares que otros emprendedores han recorrido. Es una experiencia completamente enriquecedora porque hablamos el mismo idioma en cuanto a nuestra misión como empresas, las dificultades son similares y la gratificación del trabajo realizado también. Por otra parte, me encontré con personas muy generosas dispuestas a ayudar y eso siempre es un plus”.
El fundador de PROCER ejemplifica cómo este trabajo colaborativo se materializa en oportunidades concretas: “Inclúyeme.com tiene su eje en la inclusión laboral de personas con discapacidad. En PROCER tenemos dispositivos que ayudan a las personas ciegas a trabajar de manera independiente. Desde Inclúyeme.com nos ayudan a llegar más rápido a las empresas en las que PROCER puede ser de utilidad. O, por ejemplo, nosotros tenemos sede social en Chile y ayudamos a que otro emprendimiento que aún no tiene operaciones en ese país pueda hacerlo de manera más fácil y amigable”.
Bisi suma ejemplos de cómo trabajar en conjunto abre puertas: “Siempre que un emprendimiento alcanza un logro (como que una obra social ahora dé la cobertura de un dispositivo) compartimos la información sobre cómo logramos ese objetivo. O cuando hacemos una presentación en un centro de rehabilitación, convocamos a los demás emprendedores del área de manera que el esfuerzo individual de cada uno sirva de manera colectiva”.
Muchas veces sucede que al divulgar en un centro de rehabilitación la tarea de otros emprendimientos, las personas que trabajan ahí se sorprenden, porque no los conocían. “Es fundamental que, adonde vayamos, no solo hablemos de lo que hacemos, sino de las soluciones que ofrecen otros colegas”, remarca.
Las claves de un negocio inclusivo
Los distintos emprendedores también señalan que si lo que se quiere es resolver un problema que enfrentan personas con discapacidad, entonces la clave pasa por escucharlas, más allá de lo mucho que se conozca sobre tecnología aplicada.
“Hay que incorporar a las personas con discapacidad en todo el proceso de creación de la solución”, sintetiza Marcolongo, quien destaca que en Inclúyeme.com cuentan con varias personas con discapacidad en el equipo. Y que el trabajo con ellas lo ha llevado a aprender que “la discapacidad es una condición más de la persona, pero no podés encasillar a la persona en la discapacidad”.
Bisi refuerza la idea de hacer partícipes del proceso a las personas con discapacidad. “Si no, nos podemos equivocar y feo”, advierte. También destaca que “hay que saber entender el problema y decidir si es momento de usar una tecnología u otra”.
“Es importante escuchar al usuario, medir su satisfacción, hacer encuestas, etc. En definitiva, estar cerca y afinar cada vez más la propuesta de valor para que sea una que realmente resuelva el problema del usuario”, agrega Escobar.
Además de esto, Díaz Ferreiro considera que “es importante siempre pensar en la sustentabilidad del proyecto: he visto muchos emprendedores con ideas increíbles quedarse en el camino por no tener en cuenta la necesidad de tener una empresa rentable que permita desarrollar el producto con escala y visión global”.
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“Tener o no rentabilidad va a depender de entender bien cuál es el problema que estás tratando de solucionar y una vez que lo enfocaste, trabajar por una solución que ayude a la mayor cantidad posible de personas. Eso es lo que te va a permitir escalar”, resume Marcolongo.
En este sentido, Díaz Ferreiro aclara que hay que identificar bien al cliente, pero que este no necesariamente es el usuario: en el caso de PROCER, además de los usuarios, son clientes universidades, bibliotecas, gobiernos, empresas y obras sociales.
Es posible, entonces, aunar en un proyecto el impacto social y la rentabilidad.
“Nosotros comenzamos siendo cuatro compañeros de la universidad, sin un peso, y hoy somos un equipo de más de cuarenta personas enfocadas en el propósito de mejorar la calidad de vida de usuarios con pérdida auditiva”, ilustra Escobar.
Y aunque lo económico es importante, Bisi explica la esencia que tienen este tipo de emprendimientos: “Perseguimos el lucro, somos empresas, pero hacemos lo que hacemos porque nos motiva algo más que la plata. Nos motiva generar un cambio, la felicidad en cada familia, el abrazo que recibís al entregar un producto, la alegría del niño, de la mamá, del papá, de la persona”.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 13 de mayo de 2022.
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