En pleno siglo XXI estamos viviendo múltiples guerras en el mundo que percibimos como lejanas, y nos emerge menos que la reciente invasión de Ucrania. Esta última, a las puertas de Europa, nos ha provocado un sentimiento de injusticia, amenaza y empatía sin precedentes. Tal situación nos retrotrae al siglo XX y pensamos que un conflicto más generalizado es posible, cosa que veíamos como impensable desde la guerra de los Balcanes.
Ante esta situación, observamos reacciones por parte de las personas adultas de ayuda, de acogimiento, de apoyo, etc. Las redes se inundan de manifiestos en contra de la invasión, se toman medidas contra intereses económicos rusos, las empresas toman decisiones sobre su geolocalización … Todos hacemos algo para mostrar nuestra repulsa ante esto. Sin embargo, en esta situación no debemos olvidarnos de los más vulnerables: la población infantil.
¿Cómo afecta a la población infantil una guerra?
De repente, se ha roto su mundo, su familia. Esta situación rompe con lo cotidiano y constituye un potente estresor al que enfrentarse. La reacción de los niños y niñas tendrá mucho que ver con cómo su entorno se adapta y responde a la realidad.
Por este motivo, en esta situación es fundamental explicarles lo que ocurre. Pero no sólo es importante que los menores que están afectando la invasión reciban una información adecuada. También debemos preguntarnos: ¿qué sienten y piensan nuestros niños y niñas en un entorno seguro, pero con múltiple información sobre una invasión en la que ven a otros niños y niñas como ellos? ¿y cómo explicarles y tratar a los niños y niñas que están viniendo a nuestro país como adoptados temporales?
En los tres casos, niños en el entorno de la invasión, niños desplazados o adoptados temporales y niños en casas, seguros, pero viviendo la situación a través de los medios de comunicación, reaccionarán de forma distinta. Unos no expresarán lo que sienten, otros sí.
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El impacto de una guerra en la infancia
Un factor fundamental será el propio entorno, es decir, la reacción de los adultos y cómo hablén de ello, así como el afrontamiento que hagan. De esta forma, en cada individuo la resolución será distinta.
En todos los casos se trata de una situación de crisis en la que se observa violencia y, por ello, la intervención debe ser psicosocial. Aunque los menores tienen una mayor capacidad de aprendizaje y adaptación que puede ser un amortiguador de la situación de crisis, también son más vulnerables.
Por ello, un trabajo reciente, de 2021, señala que las estrategias de afrontamiento de los mayores, sus padres, el apoyo de la comunidad y el mantenimiento lo más posible de la cotidianidad (como el juego, el colegio, las rutinas) será lo que les permitirá reducir el trauma y tendrán un efecto significativo en su ajuste psicosocial posterior.
Sin embargo, no solo los niños y niñas en la zona de conflicto son vulnerables. También lo son los desplazados, y los que observan lo que ocurre aún desde otro país.
Observar una guerra desde lejos
Nuestros menores están expuestos a los medios de comunicación al mismo tiempo que nosotros. Y se enteran de todo. Aunque son los menores de cinco años los más vulnerables, en todos los casos esta situación va a repercutir y van a estar atentos a las emociones y acciones de los adultos que les rodean.
Por eso, debe ser la familia más cercana la que le explique lo que sucede, con tranquilidad y, sobre todo, ofreciendo seguridad. Una revisión sistemática publicada en 2020 sobre las investigaciones centradas en menores señala que los niños más pequeños se ven más afectados por las noticias con señales visuales. Por su parte, a los niños mayores les angustia más el hecho de oír historias sobre amenazas reales.
Y esto es inevitable cuando se trata de un tema de tanta preocupación en nuestro entorno. La clave está en permitirles expresarse, a cada uno según su edad. Podemos hacerlo, por ejemplo, mediante dibujos o hablando, que pregunten y les respondamos con sinceridad, tranquilidad y dando seguridad sobre el presente.
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Cómo explicar la situación cuando están desplazados
Sin duda, es un trauma añadido abandonar su casa, sus juguetes, sus amigos… Esto genera un estrés superior en todas las personas que se desplazan como refugiados. De hecho, la investigación muestra que los padres en estas situaciones se muestran menos eficaces en la reducción del impacto negativo en sus hijos e hijas. Su propio estrés podría llevarles a niveles elevados de dureza, algo que está demostrado que es perjudicial para los niños y niñas .
En estos casos, la intervención psicosocial de emergencia es clave. El apoyo social que permita a los padres aumentar su calidez, disponibilidad y apoyo a sus hijos e hijas, así como reducir la hostilidad puede ser particularmente útil para las familias afectadas por la guerra que se encuentran desplazadas o acogidas en otros países.
En esa línea, observamos en nuestro país que familias que acogieron a niños de Chernóbil, acogen ahora de nuevo a estos niños y familiares. El mero hecho de hacer este acto de altruismo y generosidad ya sirve como amortiguador del dolor para estos niños y sus familias.
Pero también en esta situación tendrán que ser amables, pacientes y ofrecer seguridad a estos niños que seguramente sufrirán pesadillas, llanto, ira por no entender lo que ocurre. Esto implica que han de pasar por fases de dolor, de duelo, que solo expresarán emociones y ofrecerán respuestas, apoyo y atención reducirán su impacto futuro.
Permitirles expresar las emociones y ofrecer apoyo
En resumen, si queremos amortiguar el dolor de los niños y niñas expuestos a la guerra, tanto en directo como a través de los medios de comunicación, en todos los casos, la comunicación, permitir que expresen lo que sintieron, escucharles y explicarles con paciencia , sinceridad y seguridad en el presente, amortiguará el daño que inevitablemente causa esta situación, si bien en distinto nivel según los casos, en función de su entorno, su edad, madurez cognitiva…
Y a nivel social tenemos la responsabilidad de acoger, ofrecer apoyo social, comunitario, que permita disminuir el sufrimiento psicológico, prevenir secuelas a corto y medio plazo, atender a su aprendizaje, relaciones y afrontamiento, y muy importante, reincorporar a la cotidianidad.
De esta forma, aunque no se borre las imágenes y la realidad, se permitirá amortiguar el daño psicológico y psicosocial, y pensar en un futuro distinto del pasado. Sin duda, la comunidad internacional está dando muestras de apoyo. Ahora hay que concretar más la atención a los más vulnerables: la población infantil.
*Esther Lopez-Zafra recibe fondos del Ministerio de Ciencia e Investigación y la Universidad de Jaén con fines de investigación científica.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.