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La lengua nos hace humanos.
No existe sobre la Tierra un pueblo que no tenga lengua. Los hay sin sistema de escritura, pero no sin una lengua oral o de señas que permita poner nombre a todo lo que existe.
La lengua es poder. Hay lenguas hegemónicas y lenguas sometidas. Lenguas que dominan y lenguas prohibidas. Como si fueran un ser vivo, las lenguas pueden aparecer, desarrollarse y luego morir. Y con la lengua que deja de hablarse desaparece un modo de interpretar el mundo, una cosmovisión, una cultura, el encuentro entre sus hablantes.
También se lucha por las lenguas.
Un 21 de febrero de 1952, la policía reprimió a estudiantes y activistas del Movimiento por la Lengua Bengalí y mató a varios jóvenes que reclamaban el reconocimiento del bangla, su lengua materna, como lengua oficial de Pakistán, cuyo gobierno había establecido el urdú como única lengua nacional.
En recuerdo de los estudiantes asesinados, en el año 2000, la Unesco declaró el 21 de febrero Día internacional de la Lengua Materna.
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La lengua es identidad.
La lengua materna, también llamada nativa o natal, es aquella que nadie nos enseña. Es la que se adquiere en la primera infancia por el simple hecho de vivir inmerso en esa lengua.
Desde que nacemos escuchamos hablar, o vemos señar a nuestros padres o cuidadores, a la gente en la calle, en los comercios, en los medios de comunicación. Nos bombardea cada día un estímulo oral o visual que activa el área del lenguaje en nuestro cerebro. La lengua aparece y se hace propia. Adquirimos la gramática de esta lengua materna sin que nadie nos la tenga que explicar: el orden de las palabras en la oración; el modo de usar los elementos que no poseen significado propio: artículos, preposiciones, conjunciones; comprendemos las reglas de género y de número solo porque recibimos el estímulo adecuado.
La lengua será nuestro lazo con el mundo y con los otros.
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La lengua materna no siempre es exclusiva.
El cerebro no pone límites a la cantidad de lenguas que puede adquirir ni a las que puede aprender como segunda lengua.
Aquello que escucha hablar alrededor, de forma cotidiana y permanente, lo absorbe y lo desarrolla. Crecer en dos lenguas enriquece la comunicación, la información a la que tenemos acceso y las oportunidades laborales.
La página web de la neuropediatra española José María Más señala lo siguiente: "Los niños bilingües son más creativos, y plantean y resuelven mejor problemas complejos. (...) Controlar dos lenguas y tener que ir cambiando de una a otra favorece otros aprendizajes no lingüísticos al entrenar el control atencional. Facilita que el niño se centre en las tareas importantes e ignorare los estímulos irrelevantes".
La periodista y editora Lala Toutonian, quien creció acompañada por dos lenguas, cuenta así su experiencia: "Nací en Buenos Aires, hija de un padre argentino y una madre griega, ambos hijos de armenios. En casa, y en las casas del resto de la familia, se hablaban los dos idiomas por igual, cambiábamos del armenio al castellano muy ´normalmente´ pero mamá siempre destacaba que no debíamos hablar en otro idioma que alguien no entendiera delante de ellos, porque era una falta de respeto. Mis abuelos paternos vivían en la casa al lado de la nuestra, donde mi hermana y yo pasábamos mucho tiempo y allí solo se hablaba armenio. En la escuela, armenia, claro, teníamos doble jornada, mitad en un idioma, mitad en otra".
"En mi infancia y adolescencia ambas lenguas tenían su peso por igual", continúa Toutonian. "Hoy, en el entorno familiar, hablamos en armenio en menor medida, dependiendo de la privacidad del tema, quizá en reuniones de trabajo en el Diario Armenia o cuando recibimos compatriotas de Armenia o diaspóricos. También entre amigos que conservo de la infancia intercambiamos el idioma sin más".
"Vivir entre dos lenguas, ambas tan ricas como el español y el armenio me resultó una gran oportunidad de vida", concluye. "Me generó una inquietud que me llevó a estudiar más idiomas (hablo seis en total). Los cruces culturales son los que enriquecen, tiranizar trazos de cultura nos deshumaniza. Me siento afortunada".
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Las lenguas también surgen cuando no hay otra lengua.
En 1979 el gobierno de Nicaragua reunió a cientos de niños sordos que habían crecido encerrados en diversas instituciones, privados de educación, y los trasladó a un colegio especial. En poco tiempo entre ellos nació una lengua de señas que no se basaba en ninguna otra similar, con una gramática y un vocabulario absolutamente nuevos, que se convirtió en lengua materna para las siguientes generaciones.
Actriz, guionista y directora teatral, Gabriela Bianco es hija oyente de padres sordos y creció en un hogar en donde la lengua que predominaba era la de señas argentina (LSA).
"Tengo la sensación de que hasta los cuatro años no era consciente del bilingüismo al que estaba expuesta", recuerda Bianco. "En un punto, parece claro que la lengua de señas fue la primera porque era la que se usaba en casa aunque mi madre verbalizara sonidos y, por temor a que yo no ´aprendiera a hablar´, intentaba hablarme oralmente en español. Pero en verdad nuestra comunicación era señada y sobre todo, cuerpo a cuerpo. Los primeros años fueron en el territorio del apego a full. Como en esos años no había sistemas comerciales de luces para despertadores y timbres para las personas sordas, como hay ahora, debo haber estado muy cerca del cuerpo de mi madre día y noche en el primer año de vida".
"Creo que fue natural hablar lengua de señas hasta los cinco años aproximadamente", continúa Bianco, "luego las instituciones y el mundo dieron cuenta de las diferencias entre la lengua oral y la de señas, sobre todo subestimando mi lengua materna (puro desconocimiento e ignorancia emocional) y creando una situación de ´anomalía´ donde antes no existía".
"El otro punto central", explica, "es que hablar lengua de señas siendo oyente era una posibilidad enorme para mi familia, de participar en el mundo a través de mí, de mi otra lengua y de mis oídos. Y además la lengua de señas me dio una relación intensa con la vida física. El cuerpo es lenguaje y el lenguaje encarna en el cuerpo de manera explícita, no en vano me dedico al teatro. Creo que cuando oigo, miro y cuando miro, escucho".
Sobre esta lengua que se encarna en el cuerpo, Gabriela Bianco escribió la obra "Decile que soy francesa", la mirada de una niña CODA (por la sigla de Child of Deaf Adults, hijo de adultos sordos) en el mundo de las personas sordas.
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La lengua materna puede perderse.
Migrar significa muchas veces cambiar de lengua, quedar desarraigado de un modo de decir las cosas. Adaptarse a vivir en una lengua que no es la propia implica desafíos que hay que superar si se quiere ser parte de la nueva sociedad.
Lo supieron los abuelos y los bisabuelos que llegaron al castellano huyendo de las guerras del otro lado del Atlántico, y que para construir una nueva vida fueron olvidando la lengua en la que lo habían perdido todo: el ruso, el polaco, el alemán, el italiano.
Rosa Goldburd (ya fallecida), abuela de quien escribe, llegó a Argentina en 1924, con diez años y junto a su familia, huyendo de la Rusia de los progroms. Qué lengua hablaban entre ellos en esos primeros años, nunca lo contó, pero de adulto no volvió a pronunciar una palabra en su lengua materna, apenas algunos diálogos en ídish (una lengua criolla hablada por los judíos ashkenazís, de Europa oriental, que nació hace mil años de la combinación del alemán, el hebreo y las lenguas eslavas), y de esos años de la infancia le quedó, solamente, la melancolía del migrante y un modo de pronunciar la letra r.
La tecnología permite a las generaciones actuales, sin embargo, mantener un contacto mucho más estrecho con su lengua, cuando migran.
Hace poco tiempo Antonio Rosmini, junto a su pareja, ganaron el sorteo por la visa de residente permanente que realiza cada año el Gobierno de Estados Unidos, y así tocó mudanza de la provincia de Santa Fe a Houston, Texas; del castellano al inglés.
"Vivir en constante relación con una segunda lengua", cuenta Rosmini, "es un aprendizaje enorme. Más allá de leer o ver una película en inglés con subtítulos en español, mi relación con el idioma era muy escasa. Pero a mí me gusta hablar, decir lo que siento y pienso, valoro mucho una charla con otra persona, siempre pienso que hay algo que aprender, por eso al llegar a Estados Unidos mi necesidad de comunicarme fue tremenda y con ese impulso interno empecé a hablar en inglés, a sacar palabras y conjugaciones que no sabía que conocía. Hay días en los cuales sentí que este es un desafío enorme y que quizás no lo pueda realizar, y otros en los me digo dale para adelante que se puede. Pero después de tres meses viviendo en Estados Unidos puedo decir que emigrar es una de las cosas más lindas, locas y desafiantes que se me ocurrió hacer, y en cuanto al idioma será cuestión de tiempo, de relacionarme con los demás, de buscar estímulos auditivos, visuales que me ayuden a incorporar y mejorar el idioma".
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Las lenguas se entrecruzan y crean nuevas lenguas.
Cuando se reúnen personas que no tienen una lengua en común pero que necesitan comunicarse de algún modo, surge un pidgin.
Un pidgin es una lengua rudimentaria, con una pobre gramática y poco vocabulario. El portuñol es un buen ejemplo. Otro es el spanglish. A lo largo de la historia surgieron diversos pidgin, por ejemplo, entre los africanos de distintas naciones que llegaron como esclavos a América.
Cuando estos hablantes del pidgin se unen, se casan, arman comunidades, la lengua que ofrecen a sus hijos crece, se amplía el vocabulario, se incorpora riqueza gramatical y así nace una nueva lengua natural o criolla.
Y así como nacen, las lenguas también mueren.
Según datos de la UNESCO, "cada dos semanas, como promedio, una lengua desaparece, llevándose con su desaparición todo un patrimonio cultural e intelectual".
Una lengua comienza un proceso de desaparición cuando la hablan menos de mil personas.
Una noticia aparecida en los medios en 2007 convirtió en anécdota la siguiente historia: dos personas mayores, los dos últimos hablantes de la lengua "zoque", de México, hablada por los antiguos olmecas, habían discutido y dejado de relacionarse, por lo que nadie volvió a hablar esa lengua y con ella se extinguió una cultura, una tradición, un folclore, una literatura.
Se supone que en el mundo existen aproximadamente 7.000 lenguas, de las cuales casi la mitad están en peligro de desaparecer.
"Cuando se habla de lenguas y de hablantes existen relaciones de poder", explica la doctora Ana Carolina Hecht, antropóloga y lingüista, "entonces hay lenguas dominantes que son hegemónicas y las que están en peligro son las lenguas indígenas, las lenguas de la minoría. Lo que podemos hacer para ayudar a la vitalidad de esas lenguas, entonces, es que sus hablantes tengan la intención de seguir hablando su lengua, que es un rasgo identitario porque tiene que ver con su historia, con su cosmovisión. Se necesita por eso que los Estados lleven a cabo políticas educativas y lingüísticas que estimulen las distintas lenguas, como reconocerlas oficialmente, por ejemplo, que estén presentes en los medios de comunicación, en la escolaridad, en la vida cotidiana".
En uno de los tantos artículos publicados, Hecht señala que antes de la llegada de los españoles, en el territorio argentino se hablaban 35 lenguas indígenas. Hoy perduran 16 y el castellano se identifica como la única lengua del país.
La página del Ministerio de Cultura indica, por otra parte, que a nivel mundial, "el español o castellano es el segundo idioma que más se habla, solo superado por el chino mandarín y seguido por el inglés, con más de 500 millones de hablantes, de los cuales el 90% se encuentra en América. En la Argentina, además, hay más de veinte pueblos originarios que hablan al menos quince lenguas: toba, pilagá, mocoví, wichi, nivaclé, chorote, tapiete, ava-guaraní, mbya, guaraní, quechua, tehuelche, mapuche, vilela (considerada extinta en los ´60) y chaná (que permaneció oculta durante casi 200 años, según las últimas investigaciones)".
El filósofo, historiador y académico mexicano, Miguel León-Portilla, experto en la cultura náhuatl, escribió alguna vez este poema sobre las lenguas que mueren:
Cuando muere una lengua
las cosas divinas,
estrellas, sol y luna;
las cosas humanas,
pensar y sentir,
no se reflejan ya
en ese espejo.
Cuando muere una lengua
todo lo que hay en el mundo,
mares y ríos,
animales y plantas,
ni se piensan, ni pronuncian
con atisbos y sonidos
que no existen ya.
Cuando muere una lengua
entonces se cierra
a todos los pueblos del mundo
una ventana, una puerta,
un asomarse
de modo distinto
a cuanto es ser y vida en la tierra.
Cuando muere una lengua,
sus palabras de amor,
entonación de dolor y querencia,
tal vez viejos cantos,
relatos, discursos, plegarias,
nadie, cual fueron,
alcanzará a repetir.
Cuando muere una lengua,
ya muchas han muerto
y muchas pueden morir.
Espejos para siempre quebrados,
sombra de voces
para siempre acalladas:
la humanidad se empobrece.