Luisa: de estar encerrada en neuropsiquiátricos a vivir en libertad, recuperar derechos y escribir libros- RED/ACCIÓN

Luisa: de estar encerrada en neuropsiquiátricos a vivir en libertad, recuperar derechos y escribir libros

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Durante 26 años fue internada en contra de su voluntad en el Moyano y otras clínicas. Y su familia la privó de sus bienes. Pero una jueza y dos defensores públicos de la ciudad de Buenos Aires la ayudaron a cumplir sus sueños.

Luisa, de frente a la cámara, en un collage con sus libros a un costado.

Intervención: Julieta de la Cal.

“¿Cómo puede ser que un ser humano tenga que sufrir tan injustamente, aunque no sea el causante de los problemas?”. La pregunta que Luisa Rodal se hacía en su juventud fue la que la llevó luego a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires. Pero no fueron solo las lecturas de grandes pensadores aquello que guio su mente a reflexionar sobre el dolor de las personas. A lo largo de su vida, y ya desde pequeña, Luisa supo de tristezas.

Luisa nació hace 70 años en la ciudad de Buenos Aires. “Desde chica no tuve una familia unida. Aunque mi padre, un hombre inteligente y de mucho dinero que trabajó para Naciones Unidas, me dio mucho amor, se peleaba mucho con mi madre”, recuerda hoy mientras pasea a su perra una tarde de domingo cerca de su casa, en la zona de Las Cañitas, de la ciudad de Buenos Aires. Cuenta Luisa que, ante la situación en su hogar, decidió refugiarse en la escuela. Y luego en la universidad, en Filosofía, esa carrera que le permitía “cuestionar la vida”.

Tras recibirse a los 24 años, Luisa comenzó pronto a enseñar en universidades. Pero la dictadura gobernaba al país y ella tenía un matrimonio conflictivo (que finalmente se disolvió). Consiguió una beca y se fue a estudiar un doctorado a la Universidad de Siracusa, cerca de Nueva York. Solo le restaba entregar su tesis cuando fue víctima de violencia de género: un cura católico ingresó a su domicilio cuando no había nadie en el edificio y abusó de ella. “Era la década de 1980 y yo era una latinoamericana. Pensaba que si denunciaba me iba a escrachar”. Luisa, entonces, decidió regresar. 

“Me volví al caos del que había salido”, rememora. Y ese caos seguía latente en su círculo familiar. También en Argentina fue víctima de violencia de género: el novio de su hermana la golpeaba. Luisa hizo la denuncia, pero no contó con el apoyo de su familia. Su madre, que consideraba a aquel varón un candidato excelente para su hija, se reunió con la pareja y con la madre y el padre de él, y tramaron un plan. Un psiquiatra amigo, que nunca había visto a Luisa, elaboró un informe en el cual decía que las golpizas eran mentira y que ella era paranoica y deliraba persecución.

 “Un día, al salir para ir al kiosco, la policía me detuvo. y de pronto aparecí en el Moyano”, dice sobre cómo llegó por primera vez al hospital neuropsiquiátrico porteño abocado solo a mujeres. Aquella fue la primera de varias internaciones psiquiátricas en distintos hospitales y clínicas a las que Luisa fue sometida en contra de su voluntad a lo largo de 26 años. “Pedí un abogado y se me dijo que no tenía ningún derecho, sin darme explicaciones. Mi padre presentó escritos y denuncias policiales por abusos y maltratos de mi madre, pero aquel psiquiatra continuó su tratamiento, dándome drogas fuertes que me dejaban tarada, hasta su muerte”, agrega.

El derecho a disponer del propio dinero

Según el Área de Capacidad Jurídica del Equipo Jurídico de la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones del Ministerio de Salud de la Nación, la institucionalización de personas es la principal causa que impulsa a familiares a iniciar juicios de restricción de la capacidad jurídica (en el 23,76% de los casos). Se trata de instancias judiciales en las cuales se restringen derechos de las personas con alguna discapacidad. A Luisa le restringieron sus derechos: una familiar se encargaba de administrar sus bienes sin tener en cuenta sus preferencias.

“No tenía de qué vivir. Una familiar mía —prefiere no especificar de quién se trataba— era la curadora y no me daba dinero, tuve que ir a comer de contenedores de la basura. O a pedir a mis amigas para comprar comida”, rememora Luisa.

Como contamos en esta nota, los procesos de restricción a la capacidad jurídica, antes conocidos como régimen de curatela, consideraban a la persona desde una lógica binaria: o era capaz o era incapaz. Y, en el segundo caso, se designaba a un curador para que ejerciera sus derechos (como el de disponer de su patrimonio o casarse, por ejemplo). 

Desde la sanción del Código Civil y Comercial de 2016, y con base en la Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas (que Argentina aprobó por ley en 2008), el régimen contempla la designación de apoyos que ayuden a las personas con discapacidad a ejercer sus derechos según su voluntad. En caso de personas sin familiares que sean apoyo, el rol lo toman abogados denominados “defensores públicos curadores”.

“Con el modelo social de la discapacidad hay un cambio de paradigma. Hoy se escucha a la persona, ella participa del proceso, puede tomar sus propias decisiones, puede elegir un apoyo”, explica Nicolás Pantarotto, quien le cambió la vida a Luisa.

Nicolás y Luisa en la Defensoría Curaduría, con uno de los libros de Luisa.

Luisa es escuchada

Nicolás es abogado y trabaja como prosecretario en la Defensoría Pública Curaduría Número 2 de la ciudad de Buenos Aires, a cargo de Damián Lembergier, quien se constituyó formalmente en el apoyo de la protagonista de esta historia. En 2017, el Juzgado Nacional de primera instancia en lo Civil Número 84 a cargo de Mónica Fernández, revisó el caso de Luisa, luego de lo cual removió a su curadora. “La nueva jueza, a diferencia de la anterior, quiso conocerme, saber de mi caso. A ella y a los abogados de la curaduría les llamaba la atención cómo, si supuestamente era paranoica declarada hace tanto tiempo, hoy me veía bien”.

“La primera vez que vi su departamento noté que estaba conservado, pero le faltaba amor, le faltaban arreglos. Ella vivía con la ropa sucia, o siempre con la misma ropa”, recuerda Nicolás. “Lo primero que hice fue escucharla, que me contara sus problemas. Ella estaba prisionera”. Luego, cuenta el abogado, fue comprarle un termotanque.

En la nota citada contábamos también que es clave que exista un vínculo de confianza entre la persona con una restricción a su capacidad jurídica y su apoyo. Algo que no siempre ocurre: hay pocos curadores oficiales para muchas personas que los demandan. Pero este sí fue el caso para Luisa.

“El Doctor Pantarotto me decía que había gente que se mejoraba si tomaba la medicación y hablaba. Y eso fue lo que me ocurrió”, sintetiza ella. No lo llama por su nombre: le dice, con respeto, “Doctor Pantarotto”.

“Mi vida ha cambiado diametralmente. Antes estaba bajo el poder de los psiquiatras, que determinaban si tenía que salir o no, si pasear o no, si tener o no un novio”. Hoy solo realiza un tratamiento ambulatorio: visita una vez al mes al psiquiatra, quien le redujo la medicación. “Ahora puedo hacer lo que quiero. Con el Doctor Pantarotto siempre tuve libertad para expresarme”.

Durante los años en los que estuvo internada frecuentemente en neuropsiquiátricos (entraba y salía a los pocos meses), Luisa no pudo sostener trabajos estables y vivió de lo poco que le daba su curadora, quien le administraba una pensión del padre y el dinero de la venta de un departamento. “En los psiquiatricos trataba de conseguir los diarios o el libro que fuese y si había patio o jardín, pasaba el día afuera del edificio. Escribía lo que la mente me permitía, porque sentía el efecto de las drogas”.

Hoy no tiene problemas en contarle a Nicolás qué uso quiere darle a su dinero: cada cumpleaños, por ejemplo, le dice que quiere un jean. O que en vacaciones le gustaría irse a Uruguay. O que quiere comprar tal o cual libro o tomar clases de violín.

El abogado la escucha y administra su patrimonio según estos intereses (y rinde las cuentas ante la jueza). “El año pasado le compré la heladera, celular nuevo, computadora”, dice él. A pedido de ella, claro.

Nicolás, de 39 años, admite que el cambio de paradigma en relación con la discapacidad, que es un desafío para la sociedad, debe ser abrazado en el ámbito judicial. “Todos tenemos que cambiar la cabeza al modelo social, empleados, jueces. El año pasado se sancionó la ley de capacitación en la provincia de Buenos Aires. No te podés quedar en ‘tiene discapacidad, quédese encerrada, señora’”.

La historia de Luisa ilustra también que el rol de un apoyo es ayudar a la persona con una capacidad jurídica restringida y no privarla de su libertad. Porque, de hecho, el psiquiatra consideró que ella estaba capacitada para administrar su patrimonio, pero ella decidió voluntariamente que fuera la Defensoría Pública Curaduría Número 2 la que lo hiciera. 

“Hoy estoy tranquila, duermo en paz. Sé que mi dinero está bien administrado. Con todo lo que sufrí, tener que administrarlo yo hubiera sido un problema”.

Los cuatro libros que hasta ahora lleva publicados Luisa.

El sueño de los libros

“Desde chica me gustó leer, mi padre me traía literatura inglesa. Cuando estaba en el psiquiátrico me iba a la biblioteca del hospital o le pedía al psiquiatra que me consiguiera libros. Eso me mantuvo”, recuerda Luisa. Cuando no estaba internada y tenía dinero, dice, compraba obras de filósofos alemanes o ingleses. Dentro del psiquiátrico, se conformaba con lo que allí hubiera de interesante. 

La primera vez que Luisa le habló a Nicolás acerca de sus estudios en los Estados Unidos y de aquella tesis inconclusa, el abogado pensó que se trataba de una de las tantas ideas extravagantes que tienen las personas con antecedentes de problemas mentales. Pero cuando Luisa le compartió los mails que intercambiaba con sus excompañeros y docentes (en inglés), el abogado entendió que aquella historia era verdadera. 

“Quisiera escribir mi tesis y publicarla”, le dijo Luisa, que es investigadora de la Biblioteca Nacional. Y él puso manos a la obra: comenzó a buscar editoriales hasta dar con Autores de la Argentina. Y, con esa plataforma, Luisa comenzó a volcar en papel años de estudios y de reflexiones.

Luisa y Nicolás, en la Feria del Libro de Buenos Aires durante la presentación de su primer libro.

Desde 2018 hasta 2021 publicó un libro por año, todos ensayos académicos. En 2018 publicó Tiempo e iconoclasma, a cuya presentación en la Feria del Libro asistieron tanto los abogados de la Curaduría Número 2 como la Doctora Fernández, la jueza del Juzgado 84. Luego siguió Amor: Eros (2019) y Paz y trabajo (2020). Su cuarto libro, del año pasado, debe su nombre a una sugerencia de Nicolás: se llama Ser libre. Y aunque se trata de un ensayo académico sobre la libertad, su título resultó oportuno en plena pandemia. Y, acaso, también refleja la vida actual de Luisa. En la dedicatoria aparece el nombre de Nicolás.

“La idea central de toda la obra es que el ser humano es libre al desprenderse de los ídolos (ideas, personajes o relatos) y desplegar sus utopías (sin atarse a dogmas o ideologías)”, resume la autora.

Ahora trabaja en un quinto libro, sobre el lenguaje.

Una vida en libertad

“Hoy llevo una vida equilibrada: me dedico a las tareas hogareñas, las amistades, a los paseos y también a la investigación”, comenta Luisa.

Su rutina comienza a las 5 de la mañana. Luego de desayunar y pasar una media hora con su perro, limpia su casa. A las 7 saca a pasear al perro y dedica la mañana a hacer compras o visitar amigas. De 13 a 15, cada día, es su momento para escribir. “Siempre fui metódica. Para (René) Descartes y (Emanuel) Kant lo importante era tener un método. Si no tenés un método, estás frito”, dice.

Pasear a su perro es una de las tareas diarias de Luisa.

También aprovecha la tecnología para interactuar. Dice que Facebook fue su “salvación” en pandemia, porque le permitió entablar contacto con muchas personas, hacer nuevas amistades e incluso conocer a su actual novio, un estadounidense que vive en Dallas.

“Quisiera seguir editando un libro por año, aunque me gustaría ir a plantar tomates a Uruguay”, cuenta sobre sus planes. “O a Dallas”. 

Luisa piensa y planea sobre su futuro como no lo hizo durante gran parte de su vida. Como no lo hizo hasta apenas cinco años atrás. “Es como si hubiera aparecido en otra galaxia, me mudé de mundo”. 

Y, por ello, tiene una enorme gratitud a Nicolás y a los abogados que fueron su apoyo: “Gracias a ellos tuve paz, tranquilidad, estimulo, comprensión, afecto, cariño. No me coartaron en ningún sentido. Fueron manos abiertas para que fuera quien soy”.