Este contenido contó con la participación de lectores y lectoras de RED/ACCIÓN
El anuncio presagiaba inclusión. El cartel decía que aquel vacunatorio contaba con intérprete de Lengua de Señas Argentina (LSA). Al leerlo, el joven sordo (quien pidió resguardar su nombre) decidió sacar turno para inocularse.
Pero una vez en el lugar, se encontró que, después de todo, el lugar no era tan accesible: debía esperar a que lo llamaran por nombre a través de un altoparlante.
“Sí estaba el servicio de intérprete, de manera virtual, pero recién una vez que te atendían. Pero para llamarme no había ningún televisor que dijera mi nombre. Valoro la iniciativa, pero no fue muy prolijo. Creo que al error lo cometieron al pensar que incluir ILSA solucionaba todo y se olvidaron que había otras situaciones comunicacionales que tener en cuenta”, dice.
No es el único caso en el cual se pretende incluir, sin éxito. Matías Ferreyra, un joven con baja visión, señala algo que viven muchas personas con discapacidad visual en clases de Educación Física (aunque no fue su caso). “Muchas veces la persona ciega o con baja visión van a la clase pero hacen algo distinto al resto. Si todos juegan al vóley, esa persona hace abdominales, por ejemplo. Inclusión sería que la entrada en calor fuera igual para todos o hacer las adaptaciones para que el deporte fuera inclusivo. O practicar deportes que requieran menos adaptaciones”.
Matías Giabai, que tiene parálisis cerebral, sostiene que “algunos lugares apuntan a ser inclusivos o accesibles, pero no lo son". Menciona, por ejemplo, el caso de dos cines de Córdoba, donde vive: uno que solo cuenta con escaleras y otro que, si bien tiene salas en planta baja, tiene un baño en el cual no entra la silla de ruedas.
Los ejemplos son contundentes: no todo lo que se dice inclusivo lo es en realidad. Algo que quisimos explicar en las placas que publicamos recientemente en nuestra cuenta de Instagram, en la que señalamos la diferencia entre los conceptos de inclusión e integración.
Incluir vs. integrar
La distinción entre integración e inclusión viene del mundo educativo. En 2013 Naciones Unidas publicó un “Estudio temático sobre el derecho de las personas con discapacidad a la educación”. En ese documento, la ONU marcaba tres tipos de discriminación.
- Exclusión: No se permite a los y las estudiantes ir a la escuela alegando su discapacidad y tampoco se les brinda una alternativa.
- Segregación: No se permite a los y las estudiantes ir a la escuela común alegando su discapacidad, y se les asigna una escuela especial.
- Integración: Se permite a los y las estudiantes ir a la escuela común, pero sin hacer ningún ajuste necesario en función de lo que necesitan. “La integración se enfoca únicamente en mejorar la capacidad del estudiante para cumplir con los estándares establecidos”, dice el texto.
El texto señala que la única alternativa respetuosa de los derechos humanos es la inclusión, que en el plano educativo se da cuando los y las estudiantes pueden ir a escuelas comunes y estas hacen los ajustes necesarios para garantizar el aprendizaje. (A propósito, esta historia es un gran ejemplo de inclusión en la escuela).
“Podemos entender estos conceptos por fuera del sistema educativo, porque la escuela es una institución que un poco produce y otro poco refleja lo que sucede en la sociedad”, considera Pilar Cobeñas, doctora en Educación, investigadora, docente y activista por los derechos de las personas con discapacidad.
“La diferencia entre inclusión e integración es una disputa en el plano simbólico, político. Es mostrar dónde es necesario un cambio social. No es discutir los términos en sí, sino lo que implican los términos”, advierte Cobeñas.
"Diferenciar estas palabras nos ayuda a identificar un conjunto de prácticas. La inclusión se enmarca en lo que se denomina modelo social de la discapacidad (el cual explicamos en esta nota), un paradigma que permite a las personas con discapacidad vivir una vida digna, ser valoradas, ser interlocutoras necesarias en los procesos en lo que los incumben y en procesos valiosos para la sociedad”, explica la especialista. Y contrasta: “En cambio, la integración propone una mirada deshumanizante, porque se ve a las personas con discapacidad como destinatarias de ayudas de otros, que necesitan que otros hagan y digan por ellos”.
Claudia Sosa Prado, psicóloga, parte de la radio La Colifata y exinterna de distintos hospitales psiquiátricos, da su mirada: “Los pretendidos lugares inclusivos actúan como si tu discapacidad fuera mayor de la que es. Te dicen cosas como: ‘Diga hola’ o ¿Cuánto es 1+1?’. Buscamos que se nos trate como iguales, incluir se trata de eso”.
“La integración —sigue Cobeñas— abre un poquito la presencia de personas con discapacidad al mundo, pero desde un paradigma de ‘no te soporto, pero te tolero’. Entonces las personas con discapacidad entran en los espacios con las reglas de una sociedad que en realidad las excluye. Y entran teniendo que agradecer, sin que se los escuche y con adecuaciones o cambios mínimos según les parezca a personas sin discapacidad, profesionales, políticos. Así, estos espacios siguen sin problematizar el corazón del problema que produce inclusión. Es una suerte de inclusión en la exclusión”.
Juan Cobeñas, hermano de Pilar, es un joven con discapacidad que milita por los derechos del colectivo y cuenta cómo vivió muchas situaciones sociales de una inclusión que solo fue aparente: “Es común que nos incluyan en una reunión y no nos ‘vean’. Me sucedió con compañeros de la escuela y hasta con la familia. Se cree que cuando estamos en el lugar ya está cumplido el derecho y nos dejan ahí como postes, sin hablar. Entonces uno se va acostumbrando a dejar de participar y esto es muy nocivo para uno, para el desarrollo de la personalidad y de la autoestima”.
“También recuerdo —sigue Juan— el paso de militantes políticos por las clases de la facultad donde yo estaba como uno más. Pero a mí no me daban panfletos que les daban a todos los demás: esa actitud duele mucho. Es tan visible que nos consideran de otra especie que el hecho de estar en el mismo lugar ya no nos importa, porque somos tratados como otra cosa del mismo modo que si nos dejaran afuera”.
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Razones de quedarnos a mitad de camino
Marisol Amaya es madre de Francisco, que tiene autismo, y directora de la fundación FADETEA. Ella cuenta: "Hay familias que nos invitan a los cumpleaños de sus hijos en salones de fiestas. Pero la gran mayoría de estos lugares carecen de personal capacitado en inclusión y los juegos propuestos no son para todos: en el caso del autismo muchos niños son hipersensitivos y por ello hay texturas colores y olores que no toleran. Muchas madres se ofenden por que no llevo a mi hijo por esto, sin entender que para que mi hijo disfrute del evento las condiciones tienen que ser idóneas".
"La Convención de los Derechos de las Personas con Discapacidad es del 2006. Antes de eso, la discapacidad estaba negada, rechazada, escondida. Desde entonces estamos en un recorrido que es una revolución cultural, social, de percepción y de autopercepción de la discapacidad. Con suerte estamos a mitad del camino”, reflexiona Sergio Meresman, psicoanalista, especialista en inclusión y asesor de varios organismos internacionales, como UNICEF.
Meresman destaca que “la inclusión es un desafío muy complejo”, ya que “supone en todos los casos un ajuste”. “No solo los que se denominan ajustes razonables, que son los que debe proponer el entorno para que las personas puedan tener igualdad de oportunidades, sino también ajustes de una arquitectura interna de las personas. Tanto de las personas sin discapacidad como de las personas con discapacidad”.
Al hablar de lo que se avanzó y lo que falta en materia de inclusión, Meresman señala la importancia de situarnos dentro de un proceso: “Tenemos que saber que estamos en la prehistoria de la inclusión, del desarrollo inclusivo, de una sociedad inclusiva. Creo que los antropólogos del futuro se van a reír de lo que decimos, de las guías que hacemos, de los protocolos”. Él considera que “el desafío va a llevar como mínimo una generación para que la próxima venga con una cabeza preparada para interactuar en un contexto de diversidad y aceptar cómo funciona cada persona”.
Pilar Cobeñas agrega: “La inclusión implica reconocer que cierto espacio, cierta cultura, cierta institución está construida desde una mirada capacitista —es decir, que discrimina a las personas con discapacidad— y debe hacer las transformaciones necesarias para incluir a todas las personas, incluyendo a las personas con discapacidad”.
Cómo seguir el camino de la inclusión
“Creo que es correcto decir que muchas veces la inclusión se queda a mitad de camino, pero que hay que seguir caminando. No es que fallamos en entender qué es incluir, sino que estamos aprendiendo lo que significa incluir. Es un aprendizaje mutuo. Y las subjetividades no cambian por decreto. Hay que ser menos superyoicos, menos moralistas”, analiza Meresman.
Para el psicoanalista, “el camino hacia adelante tiene que ver con multiplicar las oportunidades de encuentro entre personas con y sin discapacidad. Es eso lo que va a romper estereotipos, barreras actitudinales, temores y formas de rechazo, que irán cediendo en la medida que vayan multiplicándose estos espacios”.
Pilar Cobeñas admite que la inclusión implica “cambios culturales, y eso es lento”. Y que esto es más difícil porque “las personas con discapacidad son un colectivo muy desvalorizado”. Para ella, es necesario replantearse una “ideología de la ‘normalidad’, que considera malo que algunas personas no cumplan con ciertas características”.
“Siempre hay que estar deconstruyéndose y escuchando”, resume.
Elizabeh Noriega, nadadora paralímpica que participó de los Juegos de Tokio 2020, hace su aporte para transitar el camino hacia la inclusión: “Desde chica buscaba contarles a mis compañeritos por qué tenía anteojos o caminaba de la manera en la que lo hago. Siempre me sentí con el deber de enseñar al otro cómo tratarme, porque muchas veces hay falta de conocimiento. Que tengamos una discapacidad no significa que siempre vamos a necesitar ayuda. A veces, sí, a veces no”. Para ella, “es una cuestión de comunicación con el otro”. Y enfatiza que “lo importante es acercarse a la persona con discapacidad, que es quien realmente te va a decir cómo podés ayudar”.
El joven sordo del que hablamos al principio de esta nota dice que la anécdota del vacunatorio no es un caso aislado en su vida.
“Obvio que la inclusión es difícil; es un desafío porque implica hacer las cosas bien para todxs, pero no es imposible —suma—. Lo que se necesita es consenso. Para no repetir esas situaciones y seguir dando las mejores herramientas, en ese caso a personas sordas, hay que trabajar con personas sordas, porque son quienes saben que cosas cambiar. Es necesario trabajar en conjunto con todas diversidades para que todos planteen sus malas experiencias, situaciones vividas y así mejorar”.
Para él, lo que se necesita “es más que una solución: es una transformación”.