Los próximos meses pueden ser especialmente peligrosos. A medida que la posición política del presidente de los Estados Unidos se debilita y los obstáculos que enfrenta se incrementan, su inestabilidad representará un peligro cada vez mayor.
El drama de la presidencia de Donald Trump ha girado en torno de si un presidente extremista podría ejecutar un programa político extremista contra la voluntad de la mayoría de los estadounidenses. Hasta ahora la respuesta ha sido negativa; y el resultado de la elección intermedia lo hace mucho más improbable. Pero las crecientes frustraciones de Trump pueden llevarlo a un derrumbe psicológico, con consecuencias potencialmente angustiosas para la democracia estadounidense y para el mundo.
Trump ha buscado implementar su agenda radical de tres maneras distintas. La primera fue usar las mayorías republicanas en las dos cámaras del Congreso para tratar de aprobar leyes pese a la fuerte oposición popular. Este método funcionó una vez, con la rebaja del impuesto corporativo de 2017, porque los donantes del Partido Republicano insistieron en que se aplicara la medida; pero fracasó cuando Trump intentó derogar el Obamacare, ya que tres senadores republicanos se opusieron.
El segundo método es el uso de decretos ejecutivos para eludir al Congreso. Aquí los tribunales han intervenido reiteradas veces; la más reciente fue a días de la elección, cuando un tribunal federal de distrito suspendió los trabajos en el oleoducto Keystone XL, un proyecto al que los ambientalistas se oponen intensamente con el argumento de que el gobierno de Trump no presentó una “explicación razonada” de sus acciones. Trump ha abusado de su autoridad en forma reiterada y peligrosa, y los tribunales siguen forzándolo a retroceder.
La tercera táctica de Trump fue tratar de poner a la opinión pública de su lado. Pero a pesar de sus frecuentes mitines, o tal vez debido a ellos y a su vulgaridad incendiaria, el índice de rechazo de Trump ha superado al índice de aprobación desde los primeros días de su gobierno. En la actualidad, su índice general de rechazo es 54%, contra un 40% de aprobación (con aproximadamente un 25% de aprobación fuerte). No ha habido un cambio sostenido a favor de Trump.
En las elecciones legislativas, que Trump describió como un referendo sobre su presidencia, los candidatos demócratas para la Cámara de Representantes y el Senado superaron con creces a sus adversarios republicanos en términos absolutos. En la competencia por la Cámara, los demócratas recibieron 53.314.159 votos en el nivel nacional, contra 48.439 810 para los republicanos. En la competencia por el Senado, los demócratas superaron a los republicanos por 47.537.699 votos a 34.280.990.
Sumando los votos por partido en los últimos tres ciclos electorales (2014, 2016 y 2018), los candidatos demócratas al Senado superaron a los candidatos republicanos por unos 120 millones de votos contra 100 millones. Sin embargo, los republicanos mantienen una ligera mayoría en el Senado, donde a cada estado lo representan dos senadores sin importar el tamaño de su población, porque los republicanos tienden a ganar escaños en los estados menos poblados, mientras que los demócratas prevalecen en los grandes estados costeros y del medio oeste.
El nuevo escenario para la Casa Blanca
Sin embargo, desprovisto del control de la Cámara de Representantes, Trump ya no podrá aprobar leyes impopulares. Sólo políticas con apoyo de ambos partidos tendrán una chance de ser aprobadas en las dos cámaras.
En el frente económico, las políticas comerciales de Trump se volverán todavía menos populares en los meses venideros, cuando agotado el estímulo efímero de la rebaja del impuesto corporativo, la economía estadounidense se enfríe como consecuencia de la creciente incertidumbre sobre la política comercial global, que paraliza la inversión empresarial, y del aumento simultáneo del déficit fiscal y de los tipos de interés. Los mendaces argumentos de seguridad nacional que adujo Trump para la suba de aranceles también serán objeto de cuestionamientos políticos y quizá judiciales.
Es verdad que Trump podrá seguir nombrando jueces federales conservadores con la casi certeza de que la mayoría republicana en el Senado confirmará sus nombramientos. Y en asuntos de guerra y paz, Trump actuará con un nivel de independencia terrorífico respecto del Congreso y de la opinión pública, un problema que aflige al sistema político estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial. Lo más probable es que Trump, como sus últimos predecesores, mantenga a Estados Unidos empantanado en guerras en Medio Oriente y África, pese a la poca comprensión o apoyo de la opinión pública.
Las nuevas vulnerabilidades de Trump
Sin embargo, hay tres motivos más para creer que el poder de Trump se debilitará significativamente en los próximos meses. En primer lugar, es muy probable que el fiscal especial Robert Mueller logre documentar ilícitos graves por parte de Trump, sus familiares o sus asesores cercanos. Antes de la elección Mueller mantuvo un perfil bajo, pero es casi seguro que pronto oiremos más de él.
En segundo lugar, los miembros demócratas de la Cámara de Representantes comenzarán a indagar en los manejos impositivos y comerciales de Trump, para lo cual tienen la potestad de dictarle intimaciones legales (subpoenas). Hay fuertes indicios de que Trump cometió actos de evasión fiscal importantes (como explicó hace poco el New York Times) y que enriqueció ilegalmente a su familia siendo presidente (una demanda que obtuvo vía libre judicial lo acusa de violar la cláusula de la Constitución referida a recibir dádivas de gobiernos extranjeros). Es probable que Trump ignore o resista las intimaciones, lo que puede ser el inicio de una seria crisis política.
En tercer lugar, y más importante, Trump no es un simple político extremista, sino que padece lo que el profesor Ian Hughes denominó hace poco “una mente en desorden”, llena de odio, paranoia y narcisismo. Según dos de sus observadores cercanos, el contacto del presidente con la realidad “seguirá disminuyendo” conforme enfrente cada vez más obstáculos políticos, investigaciones de sus manejos impositivos y comerciales, los hallazgos de Mueller y una oposición política fortalecida. Es posible que ya lo estemos viendo, en la conducta errática y agresiva de Trump desde la elección.
Los próximos meses pueden ser especialmente peligrosos para Estados Unidos y para el mundo. Conforme la posición política de Trump se debilite y aumenten los obstáculos que enfrenta, su inestabilidad mental será cada vez más peligrosa. Podría explotar de furia, despedir a Mueller y acaso tratar de iniciar una guerra o reclamar poderes de emergencia para restaurar su autoridad. Todavía no hemos visto a Trump totalmente enfurecido, pero es probable que lo veamos pronto, al estrecharse todavía más su margen de maniobra. En tal caso, mucho dependerá del funcionamiento del orden constitucional estadounidense.
Traducción por Esteban Flamini
Jeffrey D. Sachs es profesor de Desarrollo Sostenible, profesor de Gestión y Política Sanitaria y director del Centro de Desarrollo Sostenible en la Universidad de Columbia. También es director de la Red de Soluciones de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas.
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