Todo comenzó cuando el Ministerio de Educación de la Nación implementó el Programa Nacional de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles para el Bicentenario como un programa socioeducativo. “En el caso de la provincia de Mendoza, se tomaron algunos ensambles que ya funcionaban como el caso de la banda de Uspallata, pero también se crearon nuevos. Desde entonces, el programa se sostiene ininterrumpidamente en la provincia, con destacados profesores y directores que en su mayoría viajan cada semana varios kilómetros desde la ciudad de Mendoza para trabajar con las chicas y chicos”, narra Lilian Giubetich quien es violonchelista y licenciada en Psicología, referente provincial del Programa Provincial de Coros y Orquestas Juveniles en Mendoza que se creó en 2008.
Por medio de la enseñanza del canto o de un instrumento musical y del desarrollo de ese aprendizaje en actividades grupales, se potencian y desarrollan capacidades de niñas, niños y jóvenes. El Ministerio de Educación de la Nación destaca que en la actividad de estos ensambles se realizan aportes a la democratización cultural e igualación educativa. En la actualidad, en Mendoza hay doce orquestas y ocho coros distribuidos en distintos departamentos de la provincia en escuelas primarias y secundarias. La mayoría, de zonas rurales.
El asombro, la curiosidad y ese deseo que imprime conocer algo nuevo se apodera de los niños cuando tienen el primer contacto con la orquesta, con los instrumentos, con las potencialidades de la voz colectiva en el canto coral. Para muchos de ellos es la aproximación inicial a un universo que de antemano parece lejano o extraño. “La primera experiencia para los estudiantes es llegar a su escuela y ver una orquesta o coro, eso ya produce un interés. A partir de allí, el que quiera puede elegir y probar un instrumento guiado por el profesor o experimentar el canto”, dice Giubetich. “La orquesta o coro tiene en la escuela un lugar de importancia, está en los actos y en las celebraciones. Muchas veces, representa a la escuela en su comunidad, departamento y provincia”, agrega.
En la formación musical se despliegan muchas enseñanzas y valores. En principio, el de escuchar a los otros. “Eso implica escuchar al profesor, al compañero de al lado, a los que están alrededor. Y eso, con el compromiso y el trabajo comienza a trasladarse a los docentes, los amigos y los familiares”, agrega Giubetich y destaca los aprendizajes: “Coordinar los esfuerzos con los del compañero para poder hacer música juntos, adquirir la disciplina necesaria para aprender a tocar un instrumento, manejar un nuevo código de lectura e interpretar lo escrito transformándolo a través de la música, que es una de las experiencias creadoras de mayor satisfacción para un ser humano”.
La orquesta y el coro pasan a ser un lugar de pertenencia. Otra fuente de motivación, también, para ir a la escuela y compartir experiencias, dificultades y, sobre todo, escribir una historia en común con los compañeros. “Se desarrolla la tolerancia a la frustración, con una fuerte experiencia de superación y de saberse capaces de afrontar dificultades que luego será aplicada en otros aspectos de su vida. El sentido de pertenencia a la escuela que genera integrar la orquesta o coro favorece la retención escolar, que se queden hasta egresar”, describe la psicóloga y violonchelista.
—Se suele asociar la música clásica a una cultura de elite, ¿cómo se desarma esta idea y por qué este programa se considera inclusivo?
—Es un programa inclusivo desde muchos aspectos. Se tiende a relacionar rápidamente lo inclusivo a lo social, pero el programa también lo es desde lo educativo y lo musical, es un proceso de aprendizaje integral. También es inclusivo en relación a las familias y a la comunidad en general, se genera una sinergia entre todas las partes para que la orquesta o el coro se sostenga y crezca.
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La participación en las bandas y coros puede ayudar a trazar un camino hacia la adultez, como es el caso de Maxi, un niño de Uspallata ―la ciudad del departamento Las Heras surcada por el río Mendoza y los arroyos San Alberto y Uspallata― que encontró en el programa la contención que por las dificultades familiares le estaba faltando y pasó a ser una referencia para él. Gracias a su vínculo con la música, logró terminar el secundario, se graduó en el Ejército y actualmente forma parte de la banda de esa fuerza, en la Ciudad de Buenos Aires.
“Las orquestas y coros que funcionan en zonas rurales tienen realidades muy distintas a las de la ciudad. Tal es el caso de la escuela José Andrés Díaz de Lavalle, que queda en un lugar muy alejado, donde no hay transporte público y donde algunos de los chicos llegan a la escuela por un servicio especial en un horario determinado”, describe Giubetich y agrega: “Otros caminan varios kilómetros para poder llegar cada día a la escuela. No solo no hay antenas de wifi, sino que no hay señal de línea telefónica. La escuela es el lugar donde se puede aprender, pero también en el que se puede desayunar y almorzar. La orquesta suena en el patio, bajo los árboles, rodeada de plantaciones de ajo y cebolla”.
Varios de los niños trabajan en los cultivos. Para no abandonar, su vínculo y el de sus familias con la escuela deben ser fuertes. Y las orquestas y coros colaboran en fortalecer este lazo.
Angie es otra de las alumnas destacadas de estos ensambles que continuó con la carrera musical. Oriunda de Lavalle ―un territorio llano, extenso y arenoso donde llueve poco y las temperaturas son tan extremas que se conoce como “desierto mendocino”―, egresó del colegio y decidió estudiar la Licenciatura en Contrabajo en la Universidad Nacional de Cuyo. Fabián, por su parte, aprendió el chelo en la orquesta Los Álamos de Maipú y actualmente es el profesor de ese instrumento en la orquesta infantil del Programa Nuevos Talentos de Maipú. El programa deja huella y herencia.
—¿Qué cambia en los chicos esta experiencia?
—Experimentar que el sonido que emite la voz o el instrumento puede ser parte de algo más grande, profundo, que se une con la voz o el instrumento de los demás, que puede transformarse en música. Conocer los resultados del esfuerzo y dedicarle el tiempo a la relación con el canto o el instrumento, salir a un escenario y compartir con otros ese trabajo. Sobre todo, trasladar esa experiencia a otros ámbitos de la vida. Saber que, ante las dificultades, siempre estará la música.
Un enanito verde
En 1979 el músico mendocino Marciano Cantero junto a Felipe Staiti y Daniel Piccolo crearon la banda Enanitos Verdes. Varios años después realizaron distintas presentaciones en Buenos Aires, incluida una en el programa de televisión Badía & Cía., frente a 300 jóvenes. Se estaba gestando la plataforma para alcanzar una gran popularidad no solo en la Argentina sino en todo el continente. Casi cuarenta años después, a fines de 2018, el músico participó de la presentación de una de estas orquestas juveniles que tenía en su repertorio el hit de los Enanitos Verdes “Lamento boliviano” y decidió invitarlo.
“Un placer cantar con la Orquesta Sinfónica Juventud de la Escuela Milstein de Lavalle, Mendoza, muchos de esos niños son cosechadores, trabajan duro y estudian, pero sobre todo aman la música. Gracias Lilian Giubetich y gracias a Emilio Moreno”, publicó en Twitter el artista.
“Fue una experiencia inolvidable para las chicas y chicos. Decidimos invitarlo para cerrar el ciclo “La música transforma” en el Park Hyatt Hotel. Significó experimentar los resultados que puede tener realizar un trabajo serio y profesional como el que ellos vienen haciendo”, recuerda Giubetich. “También hemos tenido otros invitados de la talla de Marciano, como Fernando Ruiz Díaz y su banda Vanthra, músicos locales como Alejo y Valentín, las Guachas Negras y la Skandalosa Tripulación”, agrega.
—¿Qué es la música para usted?
—La música es una de las manifestaciones más grandes del amor y de la belleza. Mi vida no es sin la música y sin el chelo. Siento que tener acceso a procesos creativos es ser afortunada y me permite crecer como música y como mujer. Siento también el impulso de transmitir la importancia de trabajar y continuar los propios procesos creativos y compartirlos con los otros. Creo también en el poder transformador de la música, y que como mujer, docente y madre puedo transmitir esos efectos a niñas, niños y jóvenes.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 22 de noviembre de 2021.
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