Esta semana comenzó para los miembros de la comunidad judía el año 5782. La culminación de un ciclo y el comienzo de otro, como suele suceder cada diciembre o en los cumpleaños, conduce muchas veces a reflexionar sobre el camino recorrido y las expectativas por lo que vendrá. Los años de historia que lleva el judaísmo no lo eximen ni lo diferencian de los procesos que atraviesa la población mundial: que luego de cinco años haya una nueva rabina en el país sigue siendo noticia. Ojalá algún día ya no lo sea, pero en el camino de deconstrucción y feminismos que atravesamos resulta un motivo válido para analizar cómo la lucha por la igualdad de género y la conquista de derechos se da en todos los terrenos, aún en el de religiones con raíces patriarcales.
“Yo nunca me di cuenta de que ser mujer era un problema, eso es lo que me pasó”, dice Silvina Chemen al recordar cómo fue que comenzó a recorrer un camino en el que hay muy pocas referentes mujeres. “No lo elegí pensando en que iba a hacer algo que todavía las mujeres no habían hecho. No vi que esto era una lucha o una reivindicación de un espacio tomado por varones. Siempre estuve dentro de una sinagoga, desde muy chica, haciendo lo que la sinagoga necesitaba. Y después, como estudiaba para ser morá [docente] y sabía bastante de Torá, podía predicar. Y cuando el rabino se iba de vacaciones predicaba yo”.
Chemen cuenta que es la rabina número diez de las ordenadas en el Seminario Rabínico Latinoamericano "Marshall T. Meyer", uno de los principales centros educativos judíos del mundo y el único de la región que acepta mujeres (en el que estudiaron todas las rabinas de Latinoamérica). Y que luego le siguieron solo cinco más. Quizás seis.
Para ella el camino del rabinato se dibujó de manera natural. Atravesó su adolescencia en los días de la dictadura. Que pasara mucho tiempo dentro de una sinagoga era motivo de tranquilidad para su familia: sentían que ahí estaba protegida. Como cantaba y tocaba instrumentos desde pequeña siempre fue “funcional al trabajo de la sinagoga”, cuenta. Integrante de una familia “muy matriarcal”, de mujeres fuertes y varones amorosos nunca sintió que el género era un motivo de diferencia. Hasta que comenzó a estudiar para convertirse en rabina. Lo hizo para “legalizar” su situación —dice divertida— porque las personas ya la llamaban rabina.
“Cuando mis dos hijos ya eran más autónomos, se me ocurrió. Porque yo ya casaba, ya era un personaje internacionalmente reconocido en temas de diálogo interreligioso, conocía a Juan Pablo II, a Benedicto XVI y no era rabina. Entonces pensé que era el momento, en la madurez, de cerrar ese círculo. También en homenaje a mis colegas y al estudio porque era bastante incómodo que me dijeran rabina si no lo era”, cuenta.
A Deborah Rosenberg, quien fue ordenada hace pocas semanas poniendo fin a cinco años sin nuevas rabinas, le ocurrió algo similar. “Empecé, en gran parte, para profundizar mis estudios judaicos. Hacía casi 15 años había finalizado el profesorado de hebreo y luego de culminar la carrera de Filosofía quería retomar mi formación desde otra perspectiva, más orientada a las fuentes y a la práctica rabínica, ya que la formación anterior había sido principalmente pedagógica, con fuerte preparación en hebreo y literatura. A eso se sumó la necesidad de formalizar mi rol como oficiante, que si bien siempre fue reemplazando a los rabinos de las diferentes comunidades en las que participé o en servicios infantiles, se sostuvo desde mis quince años hasta hoy”.
“Además, que yo sea rabina y no solo oficiante suma a la comunidad en general en cuanto a ponderar el rol y las ceremonias que acompaño. Es una decisión frente a otras que habrá que relegar”, agrega.
Para culminar la formación rabínica, quienes se preparan para eso deben pasar un semestre estudiando en Israel. Rosenberg viajó con su hija Eva, que entonces tenía tres años, y debió arreglárselas para estudiar, cuidar y criar.
“Es difícil conciliar la maternidad con todo tipo de formación y este también es el caso. Mi hija, que ahora tiene cinco años, fue mi gran compañera de aventuras desde el inicio de la carrera y, principalmente, en mi estadía en Israel. La distancia con mi marido fue dura, fue una decisión muy difícil en la que me apoyó a pesar de todo. Mientras estudiaba, mi hija estaba en un jardín o al cuidado de una niñera o de una compañera que es rabina y acompañaba a su marido en la preparación o de vecinos. Y tuve, principalmente, el apoyo de la familia de mi marido, que no me conocía y nos recibió como la familia que somos. Fue todo un desafío, una época obviamente inolvidable. Eva tiene una energía muy especial y le gusta viajar y conocer, yo soy todo lo contrario pero me encanta estudiar y lo disfruté enormemente, con lo cual hicimos una buena dupla”, cuenta.
Pero el desafío no terminaría ahí. El ejercicio rabínico, al igual que el estudio o el desarrollo de cualquier carrera también trae aparejado la necesidad de una organización que permita también cuidar y criar, para lo que Rosenberg y su pareja orquestan sus propios sistemas compartiendo las tareas: “La práctica comunitaria es más habitual en horario vespertino, difícil de conciliar con los horarios del hogar. En este sentido, con mi marido repartimos horarios y roles tanto de la organización de la casa como del cuidado de mi hija, además de contar con mucha ayuda de la familia y de quien acompaña a mi hija desde bebé. No todas las mujeres cuentan con esa red de contención”, reconoce la rabina.
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Si bien tanto Chemen como Rosenberg reconocen haber tenido algunos momentos y situaciones incómodas a lo largo del recorrido por el hecho de ser mujeres, ambas señalan que no fueron trascendentes y que las comunidades por las que pasaron siempre las apoyaron.
En el caso de Chemen esos episodios se acentuaron durante su formación, “pero no desde el lugar de los papeles —porque en los papeles dice que el movimiento al que pertenezco acepta mujeres— si no que en ese momento descubrí que los papeles pueden decir una cosa pero la cultura arraigada dice otra. Entonces a pesar de la igualdad en los papeles, tuve escenas de misoginia, de discriminación”. Chemen es parte del Movimiento Masortí, que si bien se traduce como conservador evoca más la idea de tradición.
“Yo ya era grande, ya sabía bastante, ya tenía otra carrera universitaria y era una persona que tenía las cosas claras y que no iba a dejar pasar que enseñaran fuentes judaicas y dijeran cosas que denostaran a la mujer sin por lo menos pronunciar que eso era una vergüenza”, cuenta.
Las críticas y situaciones incómodas eran causadas, sobre todo, por sus colegas estudiantes y sus maestros rabinos, “que tenían cierta resistencia”. “Ahí fue donde la pasé más o menos, bastante más o menos, porque descubrí que ser mujer, para ellos, era un problema. Algo que jamás me había pasado en ninguna de las comunidades que me alojaron”.
Desde antes de culminar su formación como rabina, comenzó a estar, junto al rabino Daniel Goldman, al frente de la comunidad Bet-El. Allí también vivió alguna que otra situación aislada en la que siempre fue abrazada por su comunidad: “Alguno ha tenido algún reparo o ha manifestado algo pero jamás me lo dijeron a mí y me han cuidado la espalda maravillosamente. Porque el feminismo no es de las mujeres, es de todas las personas que quieren igualdad de derechos en los géneros. Entonces en ese sentido me encontré con una comunidad muy feminista. Y con un compañero varón muy feminista que nunca me hizo sentir que yo estaba en algún problema”, dice.
Pese a esto, Chemen enfatiza en lo difícil que es, para algunas personas más que para otras, desandar mandatos arraigados a la cultura. Recuerda que una vez una persona de su congregación se le acercó y le reconoció que aunque disfrutaba mucho escucharla hablar no podía mirarla porque estaba acostumbrada a ver varones en el púlpito. “La abracé y le dije gracias por la sinceridad, porque todos fuimos formateados de una u otra manera a algunos espacios cubiertos solo por figuras masculinas. Lo único que le dije es ‘pero vos me estás trayendo a tus hijas, acá. Eso es todo lo que yo necesito, la próxima generación. Nosotros somos la transición’”, recuerda.
Rosenberg, en cambio, dice que aunque experimentó algunas situaciones menores, nunca se hicieron presentes en su lugar de formación ni en las instituciones de las que participó. “Me parece destacable incluso que muchas de las responsabilidades igualitarias y la inclusión de la mujer se hayan gestado por la iniciativa de rabinos. Así como en el resto de la sociedad, hay un camino por recorrer. Yo prefiero hacerlo señalando los avances e involucrándome. Y responder con fuentes de la tradición a cualquier objeción”, asegura.
Argentina, el único país de la región que forma rabinas
Todas las rabinas mujeres de Latinoamérica se formaron en la Argentina. “Todas”, enfatiza Chemen. “Las comunidades de nuestro movimiento en otros países de Latinoamérica que son más conservadores, en todo sentido, son más cerradas que la nuestra. Nosotros tenemos una ventaja y es que acá, en nuestro país, la igualdad se lucha desde todos los flancos, entonces eso aliviana un poco la carga de este sector. Pero hay otros lugares en los que todavía las mujeres no se sientan con los varones. En México, por ejemplo, las mujeres no leen Torá. Y hay otros rabinos, de nuestro movimiento, que no podrían aceptar tener al lado a una mujer. O sea que todavía falta”, señala Chemen.
Y Rosenberg coincide: “Considero que la Argentina, por ser una de las principales comunidades judías en el mundo, es un semillero de líderes religiosos, comunitarios y docentes. En este sentido, también tiene un rol de avanzada en cuanto a los derechos de género y diversidad sexual. Por supuesto que esto también parte de la sociedad en general y redunda en la comunidad judía”.
Ambas señalan que lo que sucede en la sociedad impacta directamente en la comunidad, porque no está desligada si no inserta en ella. Y que los cambios que sacuden viejos mandatos se replican, se enseñan y se aprenden “a fuerza de amor y formación”, dice Chemen.
“Porque estos temas se enseñan. Muchas personas no conocen las fuentes. No saben que no está prohibido en ningún lado ser mujer rabina. Entonces lo que hacés es reunirlos y estudiar. Así estudiamos temas de homosexualidad, de aborto, de patrilinealidad y matrilinelaidad. Nosotros no somos los jefes de una tribu, no decidimos por la comunidad, nosotros educamos a la comunidad y después la comunidad, soberanamente, va marcando qué rumbos tomamos. Y por supuesto que hay cambios, ¡y menos mal!”, agrega.
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Ambas rabinas explican que el hecho de que haya (y siga habiendo) tan pocas mujeres en la historia en este rol y se lo piense como un lugar reservado para los varones, aunque en ningún lugar de los textos y fuentes sacras se indique esto, tiene que ver con “una cuestión cultural que incidió en el ámbito religioso”, cuenta Rosenberg. Y profundiza: “Las mujeres están eximidas solo de algunos preceptos rituales, teniendo que cumplir por igual casi la totalidad de los preceptos. El problema fue que en algunas sociedades se interpretó que en lugar de estar eximidas les era prohibido, decisión tomada por algunas autoridades rabínicas en sociedades claramente patriarcales. En definitiva, por una cuestión social o cultural se interpretó una prohibición donde no la había. Nuestro movimiento da lugar a las mujeres que sí quieran realizar las prácticas rituales, con las mismas condiciones que conlleva para los hombres”.
La rabina más reciente está al frente de la comunidad Lamroth HaKol, que también integra el movimiento conservador que busca adaptar las normas y costumbres a la época actual sin cambiarlas, si no analizando, repensando y llenandolas de sentido para aplicarlas en nuestros días.
Chemen coincide con lo que dice su colega respecto a los motivos por los que hay tan pocas rabinas y reflexiona: “Esta situación de marginación de la mujer no estuvo desligada del lugar de la mujer en la sociedad en general. Con el Iluminismo, con la aparición del concepto de ciudadano, con la aparición del concepto de derechos, de Estado, el lugar de la mujer empieza a mutar. Y de hecho se empezó a pensar en el lugar de la mujer a fines del siglo XIX. La primera mujer que se ordenó como rabina lo hizo en 1935, en Alemania. Y fue un escándalo. Pero sucedió porque las mujeres de todos los otros colectivos también estaban al margen. ¿O las historias universales que hemos estudiado en la escuela tienen muchas mujeres dando vuelta? ¿O la historia argentina tiene muchas mujeres dando vuelta? Ahora, una vez que se habilita el lugar de la mujer este lenguaje, que es el religioso, de este movimiento, dice: ‘Y, pensémoslo’. Y volvimos a leer los textos y nos dimos cuenta de que jamás nos habían prohibido a nosotras ser rabinas”.
La vocación y el conocimiento por sobre las características de un género
Débora Rosenberg reconoce que pese a todos los avances “sigue llamando la atención una mujer en el rol rabínico” pero, asegura “para muchos o muchas es muy apreciado, un valor agregado”. “En algún momento el foco debería dejar de estar en la cuestión de género (y debería dejar de destacarse el ser mujer y rabina) para ponerse en lo que implica ser representativo del rol: haber estudiado con profundidad nuestras fuentes y ser referente en la observancia judía”.
Chemen reflexiona en el mismo sentido: “Cuándo pasamos a hablar del cuerpo, en referencia al género, en lugar de hablar de todos los años que una persona estudió”, se pregunta. “Porque cada vez que se me aborda desde mi género se marca un rasgo de mi identidad pero no es todo: estudié tres carreras, escribí 6 libros, me parece que tengo alguna otra cosa para decir”.
Ella dice que acompaña “con mucha amorosidad el cambio cultural”, pero que no está dispuesta a hacer cosas con las que no acuerda, como por ejemplo parecerse a un varón para que la acepten, como es el caso, según cuenta, de rabinas que conoció cuando estudiaba en Israel. “Quiero ser cada vez más femenina y no por eso ni débil ni sumisa. Soy representante de una comunidad y esa comunidad es diversa. Por eso nunca me vas a ver con un pañuelo verde porque respeto que haya personas que piensan una cosa y otras que piensan otra. Si me preguntan, contesto, pero no les milito porque no puedo militar una causa que es mía y arrastrar a todos. Igual en Bet El ha habido rabinos del colectivo LGTBI, un seminarista converso. Es decir, hemos dado pruebas de que nosotros apoyamos un judaísmo diverso, plural, multicolor y feliz”.
La rabina se pronunció a favor del aborto durante los debates por la ley y destaca que “los diferentes derechos que se van conquistando habiliten conversaciones dentro de las comunidades religiosas para volver a pensar ‘dónde estamos nosotros respecto a este tema’”. “Todo lo que sea ampliar derechos: bienvenido”, sentencia y desea no que haya más rabinas mujeres si no “que haya más rabinos con vocación. No importa el cuerpo que tengan”.
“Aspiro a que los que estén arriba de un púlpito sean personas (mujeres, varones, no binarios), con elecciones de amor y de goce diversas, que sepan que tienen una misión, que es encontrarle el sentido a ser judío hoy en día, y poder educar a una comunidad en ese sentido”, dice.