Si las mujeres están presentes en las negociaciones es más probable que los conflictos se solucionen de mejor manera y que se logre una paz duradera. No es algo novedoso: luego de la Resolución N.° 1325 de las Naciones Unidas, que advierte lo necesario que es incluirlas en todos los niveles de decisión para prevenir y solucionar conflictos, se han encontrado ejemplos de sobra, desde Sri Lanka hasta la India. En América Latina el caso reciente es Colombia, donde el acuerdo de paz ha adoptado perspectiva de género y esto ha sido un logro de las mujeres.
Claudia Mejía Duque puede dar fe de ello: tiene cuatro décadas de activismo feminista, ha participado en la construcción de la Red Nacional de Mujeres colombiana, estuvo presente en las negociaciones y hoy pertenece al movimiento que vela por el cumplimiento de los acuerdos de paz. “Las alianzas tejidas entre mujeres contribuyeron de manera definitiva al acuerdo de paz en Colombia”, ha dicho anteriormente.
Pero además de las alianzas entre mujeres, en el caso colombiano hubo muchos factores que había que tomar en cuenta para lograr no solo la paz, sino una paz duradera. Y esto implicó lograr un acuerdo que representara a todas las personas involucradas y afectadas por un conflicto que se había extendido por 60 años.
Para entender la importancia de esta participación, hay que recordar que a lo largo de los años se ha relegado a las mujeres como víctimas de conflictos bélicos o conflictos armados. Aunque no figuren de forma protagónica en los documentos históricos, los grupos de mujeres se han movilizado y han construido iniciativas de diálogo entre bandos contrincantes de forma tan eficiente que ha servido para que la comunidad internacional tuviera en cuenta y promoviera su participación. Hay ejemplos internacionales en el grupo nacido en Israel Mujeres de Negro, en las mujeres de las comunidades fronterizas entre la India y Pakistán, en las de Irlanda del Norte, las de Liberia y más.
En Latinoamérica las mujeres colombianas lograron algo histórico: promover un acuerdo de paz considerado como el más avanzado en materia de equidad de género y derechos de las mujeres de la región. En el texto aclaran que el documento se compone de acuerdos “que están permeados por un mismo enfoque de derechos (...) un mismo enfoque diferencial y de género” y así busca asegurar que la implementación se haga teniendo en cuenta la diversidad de género, étnica y cultural.
No hubo una receta mágica para lograr la firma de este acuerdo pero sí aspectos tales como un movimiento de mujeres firme en sus exigencias, una comunidad internacional que lo apoyó no solo con acompañamiento sino que también recalcó las obligaciones presentes en los acuerdos internacionales, una agenda común que se sostuvo con argumentos sólidos y la voluntad de las personas involucradas.
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Más allá de que constituyen la mitad de la población y del obvio derecho a la participación política, hay aspectos del proceso de negociación en Colombia que muestran por qué su rol fue fundamental. Mejía Duque explica cuáles son esos elementos y cómo pueden ser replicables en otros procesos de construcción de paz en la región.
—¿Qué elemento diferenciador les otorga la participación de las mujeres a los procesos de negociación y solución de conflictos?
—En primer lugar, es claro que las mujeres y los hombres tenemos una experiencia y vivencia diferente frente a la violencia de la guerra, de una dictadura o de un desastre natural. Eso significa que las ideas y los aprendizajes que se tienen del mismo hecho son particulares en cada quien y esa mirada de las mujeres es necesaria en cualquier negociación porque se centra en vivencias fundamentales. Esta mirada, además, se nutre desde el feminismo, que ha sido pionero en analizar los órdenes sociales y políticos relacionados con el sexismo, el racismo, el clasismo o con la discriminación por motivo de género. La perspectiva feminista examina ese origen asimétrico del poder, la subordinación y la opresión de las mujeres por el patriarcado. Y esa misma mirada permite una comprensión de las lógicas de poder, de las dinámicas de opresión que se dan en los otros órdenes y que influyen indudablemente en los conflictos. Además, la posición que ocupamos las mujeres en las sociedades patriarcales en relación con las actividades de cuidado nos da la posibilidad de tener una mirada crítica cuando hablamos, por ejemplo, de la conservación de la vida. Las mujeres, así como tenemos capacidad para la violencia tenemos capacidad para la construcción de paz y democracia. Por último, tenemos la evidencia histórica que dice que las mujeres no buscan constituir las negociaciones como la extensión de la guerra, en la que es importante vencer al otro, sino la realización de los acuerdos y consensos: no vencer al otro es el marco de la conversación. Cuando son exitosas las negociaciones, se garantiza que todas las partes sientan que han ganado, no que haya una derrotada o dominada por otra, porque ese es el origen de muchos fracasos en negociaciones.
—Las mujeres colombianas se agruparon en la Cumbre Nacional de Mujeres y Paz para pensar su participación en este proceso. ¿Cómo lograron llegar a puntos comunes esas 500 mujeres de todos los ámbitos que participaron en el encuentro?
—Nosotras ya llevábamos muchas décadas construyendo una agenda que primero se estableció para la protección de los derechos de las mujeres en la guerra, que luego derivó en la agenda de una paz incluyente y una paz igualitaria con las mujeres. El de nuestra cumbre fue un proceso con tensiones, controversias y disputas, pero llevar tanto tiempo exigiendo una negociación para la salida al conflicto armado contribuyó a la posibilidad de que nos pudiéramos sentar todas, aún las que teníamos diferencias que parecían irreconciliables. Yo diría que ese acumulado histórico fue uno de los factores que tuvieron que ver, pero además, el hecho de que nosotras llegamos con una agenda nos permitió la rápida deliberación y concertación para tener acuerdos comunes como organizaciones y plataformas de mujeres.
—¿Diría que la participación de la comunidad internacional fue necesaria para darle un cierre a este acuerdo?
—La presencia de la comunidad internacional, el apoyo y respaldo que nos prestaron los Gobiernos que sirvieron tanto de garantes como de acompañantes, pero también todo el sistema Naciones Unidas, indiscutiblemente fue importante a la hora de lograr esta capacidad de articular y construir una agenda común con la que fuimos a hacer la negociación y hacer presión e incidencia en la mesa de conversaciones.
Cuando hay tensiones y polarizaciones al interior de las negociaciones, tensiones entre la sociedad civil y la institucionalidad, la comunidad internacional te ayuda a crear puentes y a establecer canales de comunicación. Para que se incluyeran más mujeres en la mesa de negociación y en la línea de la toma de decisiones fue fundamental, como argumento para presionar al Gobierno, el uso de las normativas internacionales. En el caso de nosotras en particular, la Resolución N.° 1325.
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—Pero los acuerdos internacionales solo son aplicables para Estados firmantes. En el caso de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), una organización por fuera del Estado, ¿cómo las convencieron de aplicar la normativa?
—Ellos sostenían que no les era exigible el cumplimiento de esas normativas porque no las habían suscrito. Nuestra argumentación fue que esos estándares son importantes porque posibilitan, garantizan y contribuyen a que haya unas mejores condiciones de realización de los derechos en cada país. Y era un argumento que se sostenía porque nosotras participamos de la construcción de esos estándares. Entonces, esta fundamentación hizo posible que, poco a poco, las FARC se apropiaran de la idea del necesario respeto y adopción, en la medida de lo posible, de las normativas internacionales y los estándares internacionales en derechos humanos.
—El trabajo de las negociaciones terminó en un acuerdo de paz que fue, por un mínimo margen, rechazado en el plebiscito que se realizó en 2016. ¿Cómo se le dio continuidad al proceso teniendo en cuenta que uno de los argumentos para el no tenía que ver con derribar la perspectiva de género del acuerdo?
—No basta con que se logren buenas leyes, buenos acuerdos, buenos pactos que incluyan el enfoque de género y los derechos de las mujeres para que se cumplan. Sabemos que si como sociedad civil no estamos empujando y presionando para que se garantice la implementación y se cumplan realmente esas disposiciones, las promesas y los compromisos, eso no sucede. Las instituciones no lo hacen de manera autónoma. Nosotras, teniendo conciencia de ello y sabiendo que lo ganado en la paz, lo ganado en materia de género es nuestra obra, decidimos hacerle seguimiento desde tres expresiones de las mujeres. La primera es la Cumbre de Mujeres y Paz. La segunda es otra plataforma que aglutina varias organizaciones llamada Género en la Paz, que surgió luego de la victoria del no, con el objetivo de fortalecer la argumentación para dejar claro que el acuerdo de paz no podía ser desechado ni podían clausurarse ni eliminarse los compromisos con las mujeres. En tercer lugar, se le hace seguimiento permanente desde una instancia que se creó en el mismo acuerdo de paz, conformada por representantes de diferentes sectores de las mujeres en el país. Desde esas tres instancias tenemos un balance que no es favorable al cumplimiento de los compromisos de género, porque no es favorable en general al cumplimiento del acuerdo.
Mejía Duque asegura que este balance negativo está enmarcado en un contexto hostil no solo al avance de los derechos de las mujeres sino también al cumplimiento general del acuerdo de paz. El Gobierno actual, sostiene, ha frenado el proceso e incluso ha buscado debilitarlo y a eso se le suma el impacto de la pandemia, que ha nivel global ha retrasado y obstaculizado todos los procesos sociales y políticos.
Sin embargo, Mejía Duque recuerda la esperanza que ha significado la salida a las calles en el marco de las protestas y el paro nacional: “Sembraron estigmatización y escepticismo contra el acuerdo de paz y las personas que participaron en él, y están cosechando los efectos de esta falta de esperanza y este descontento social de parte de la juventud”, concluye.
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Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones para América Latina, una alianza entre INFOBAE y RED/ACCIÓN, y fue publicada originalmente el 6 de agosto de 2021.
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