Compitieron en Río 2016 y llegaron a Buenos Aires para contar su experiencia en los Juegos Olímpicos de la Juventud y ayudar a visibilizar la problemática de los refugiados en el mundo.
Cuando comenzaron los Juegos Olímpicos de la Juventud le preguntamos a nuestra comunidad qué temas querían que cubriéramos. Propusimos algunos ejes particulares que nos parecían destacables.
Uno de los temas que despertó mayor interés fue el equipo de atletas refugiados que compitió en los Juegos Olímpicos de Río 2016 y llegó a nuestro país para seguir representando su causa. Muchas personas nos dijeron en redes sociales que querían saber algunas de sus historias, y en el día del cierre de los juegos, te las contamos.
Son diez deportistas de cuatro países: Sudán del Sur (uno de los países de dónde más gente está huyendo), República Democrática del Congo, Etiopía y Siria. Los eligió el Comité Olímpico Internacional junto con la ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) de entre una preselección de 50 deportistas.
En un mundo que cuenta más de 25 millones de refugiados en el mundo (de los cuales más de la mitad son chicos y chicas y dos tercios llevan al menos cinco años viviendo en esta condición), su mensaje es fundamental. Además, si contamos los refugiados internos, es decir, los que viven en campos de refugiados dentro de sus países, el número asciende a 68,5 millones.
Popole Misenga, 26 años, República Democrática del Congo
“Estoy muy contento de que los refugiados de todos los campos del mundo puedan ver a un par suyo peleando en una competencia tan grande. Es un orgullo representarlos”, dijo Popole Misenga apenas terminó su participación como judoca en los Juegos Olímpico de Río. Perdió en octavos de final, pero llevó el mensaje a lo más alto.
Tenía nueve años cuando se fue de Kisangani, zona de la República Democrática del Congo que estaba en conflicto. Fue rescatado ocho días después, ya sin su familia, y trasladado a la capital del país, Kinshasa. Allí descubrió no una vocación, sino una disciplina: “Un niño necesita una familia que le diga lo que debe hacer, pero yo no la tenía. El judo me ayudó a tener serenidad, disciplina y compromiso. Este deporte me lo ha dado todo”, dijo.
Aunque amaba el judo, su profesor lo castigaba cada vez que perdía. Lo encerraba en una caja o lo dejaba sin comida. Finalmente, luego de una competencia en Brasil en la que participó completamente privado de alimento, decidió cambiar de vida y pidió asilo ahí mismo para no volver a su país. Obtuvo el estatuto de refugiado y comenzó a entrenar con Flavio Canto, un ex deportista olímpico ganador de bronce.
¿Su mensaje? “Quiero demostrar que los refugiados pueden hacer cosas importantes”.
Yiech Pur Biel, 23 años, Sudán del Sur
El atletismo, para Yiech Pur Biel, significó la salvación. Nació en un país en conflicto y todo juego de equipo, como todo lo que significara depender de otros, era un lastre. En el 2005 tuvo que dejar Sudán del Sur y refugiarse en Kenia. Llegó solo. Tenía apenas 10 años y su país, el más joven de África, recién estaba conformándose entre conflictos. Logró la independencia recién en el 2011. Casi desde entonces está sumido en una guerra civil. Sufre, además, una situación de hambruna. Tiene 12 millones de habitantes y una dependencia absoluta de la ayuda de la comunidad internacional.
En ese panorama, era lógico que Yiech no pensara en un juego en equipo. La supervivencia, para él, fue siempre una aventura solitaria.
“En el campamento de refugiados no hay medios ni instalaciones, ni siquiera teníamos zapatos. No hay gimnasio. Hasta el tiempo está en nuestra contra, desde muy temprano en la mañana y hasta la tarde es muy caliente y soleado”, recuerda sobre su tiempo en el campo de refugiados de Kenia.
Su vida cambió cuando lo eligieron para ser parte del primer Equipo Olímpico de Atletas Refugiados. Le dieron medios de entrenamiento adecuados y se preparó para la alta competencia.
“Lo hago por mi país, porque nosotros, la gente joven, somos los que podemos cambiarlo”, dijo en su momento. “Y lo hago por mis padres, porque necesito cambiarles la vida”. Vino al país como bandera, para que su historia inspire a los jóvenes y siga visibilizando el conflicto de los refugiados en el mundo. Compitió en los Juegos Olímpicos de Río de 2016, en la categoría 800 metros llanos. Aunque quedó último, la historia dicta que fue el primero.
Rami Anis, 27 años, Siria
Empezó a entrenar natación en Alepo. Para muchos, el nombre de la ciudad es apenas la imagen de una polvareda y noticias de constantes bombardeos. Fue un enclave fundamental en la lucha contra el ISIS, en Siria. Pasó de ser la ciudad más poblada del país a convertirse en un conjunto de escombros en recuperación. Para Rami Anis sin embargo sigue siendo el lugar en el que aprendió a nadar.
Cuando comenzaron los bombardeos, lo mandaron a Turquía a vivir con su hermano mayor. Pensó que iría por unos meses y volvería. En cambio, se quedó años. En la valija tenía apenas dos camperas, dos camisetas y dos pantalones. Siguió practicando natación, pero como era extranjero, nunca pudo competir. “Es como si alguien estudiara, estudiara y estudiara, pero luego no pudiera presentarse al examen”, dice en una entrevista con la ACNUR.
Se mudó a Gante, Bélgica, y empezó a entrenar 9 veces a la semana con la ex nadadora olímpica Carine Verbauwen. “La natación es mi vida”, dice. Compitió en Río por los 100 metros libres (terminó en el puesto 56), y por los 100 metros estilo mariposa (terminó número 40). Retrató su paso por Buenos Aires en su cuenta de Instagram, donde posó junto a su compatriota y compañera de equipo Yusra Mardini. Lo hizo, por supuesto, delante de una pileta.
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Enjoying the youth olympic games with my teammate @mardiniysra #buenosaires2018 #youtholympics
Una publicación compartida por Rami (@rami_anis) el 6 de Oct de 2018 a las 12:13 PDT
Yusra Mardini, 20 años, Siria
Llegó a Grecia nadando. Partió en una embarcación junto a 20 personas desde Damasco, capital de Siria, pero cuando se acercaban a la costa griega la balsa comenzó a llenarse de agua. Junto a su hermana se arrojaron al agua y empezaron empujarla nadando. Gracias a ella, llegaron a salvo a la isla griega de Lesbos.
Luego de marchar por varios países y pedir asilo, llegó a Alemania en septiembre de 2015. Comenzó a entrenarse en Berlín, como si su vida no fuera ya suficiente entrenamiento. Habrá nadadores más rápidos sin dudas, los hubo en los juegos olímpicos de Río, donde Yusra terminó entre los últimos puestos. ¿Pero comprenderá alguien mejor que ella lo que verdaderamente significa nadar?
“Quiero representar a todos los refugiados porque quiero demostrar a todo el mundo que, tras el dolor, tras la tormenta, llega la calma”, dice. “Quiero servirles de inspiración”.
Todas las historias de los deportistas que completan el equipo olímpico de refugiados son increíbles. Vale mencionar sus nombres: Yolande Mabika (República Democrática del Congo), Paulo Amotun Lokoro (Sudán del Sur), Rose Nathike Lokonyen (Sudán del Sur), Yonas Kinde (Etiopía), Anjelina Nadai Lohalith (Sudán del Sur) y James Nyang Chiengjiek (Sudán del Sur).
La vida de cada uno de ellos se trata de cómo en un mundo equivocado florece la resiliencia. El presidente del Comité Olímpico Internacional, el alemán Thomas Bach, dijo que este equipo no debería existir, porque no deberían existir los refugiados. Sin embargo, acaba de ser anunciado que en Tokio 2020 habrá una nueva formación de atletas que huyeron de sus países.
¿No debería existir? Los historias acá contadas demuestran lo contrario. Bien por el mundo, cuando pone en primera plana eso que lo incomoda. Bien por el mundo cuando empieza a imaginar soluciones sin bandera.