Marcelo Benítez es docente y director de la escuela de El Progreso, un paraje misionero en el límite con Brasil. El colegio es la única institución estatal y Marcelo se ocupa de educar a 85 chicos y resolver los conflictos que surgen en una comunidad campesina de 500 familias.
Se podría decir que Marcelo Benítez pasó un tercio de su vida en la escuela y dedicado a la escuela. Tiene 48 años y desde hace 18 que vive con su familia en una casa que se hizo con un crédito Procrear a 50 metros de la primaria pública N°634 de Misiones.
Marcelo es uno de los cuatro maestros y, además, el director. También se podría decir que es como un juez o una especie de delegado gubernamental. Porque la única presencia del estado en ese paraje ubicado a 1500 metros del límite con Brasil es esa escuela de frontera.
“En El Progreso el maestro sigue siendo la máxima autoridad y lo que pasa en la escuela es central para las 500 familias campesinas que viven en un territorio de 10 kilómetros a la redonda”, dice Marcelo en un día especial, el Día del Maestro, una profesión que dice hacerlo feliz y que volvería a elegir.
En muchos casos, la armonía del paraje está en sus manos. A veces debe dirimir dónde termina un campo y empieza el del vecino. O conversa con la familia de una chica que se enamoró y quiere irse de la casa. “¿A quién recurrirían? La escuela es desde hace 18 años el centro de contención de las familias en todos sus aspectos”, asegura.
Marcelo es uno de los 363.557 maestros de escuelas primarias que tiene el país y uno de los 56.257 que trabajan en escuelas primarias rurales. Esa relación se podría establecer incluso dentro de su propia familia, de 14 hermanos, todos nacidos en Colonia Guaraní, cerca de Oberá. "Soy uno de los 10 hermanos que elegimos la docencia: 8 somos maestros de grado y dos son profesores”, cuenta.
A El Progreso llegó en 1997 y se sumó a la escuela en el año 2000, cuando los gendarmes del cuartel de la ciudad cabecera de Colonia Aurora terminaron de construir la escuela con dinero que donó la Asociación de Clubes Argentinos de Servicios, una ONG que construye, asiste y mantiene a escuelas ubicadas en zonas de frontera. Lo acompañó su mujer, Claudia, y su hija, Ayelén, que ahora tiene 20 y estudia para ser maestra del nivel inicial. Bianca, de 11, nació en El Pogreso.
A la escuela van 85 chicos de 4 a 12 años. Pasan ocho horas, de 8 a 16. Desayunan, almuerzan y meriendan. Y los cursos son plurigrados, es decir integran a chicos que están cursando distintos años. Esa es una de las características de las escuelas rurales aisladas. De lo contrario necesitarían mucho más que cuatro maestros.
La escuela tiene otra característica muy especial. La mayoría de los chicos son hijos de familias brasileñas que se asentaron en la zona para cultivar tabaco. Como los inmigrantes son tantos, Marcelo tuvo que aprender portugués para dar clases. En la práctica, es una escuela bilingüe. “También tenemos hijos de una comunidad guaraní. Digamos que la multiculturalidad es uno de los desafíos que enfrentamos al momento de dar clases”, cuenta Marcelo.
La mayoría de las familias vive de los cultivos de tabaco. Algunos plantan soja y maíz. Y casi todos tienen animales para consumo propio: vacas, gallinas y chanchos. En los últimos años, Marcelo tiene un desafío adicional: evitar los abandonos. “Estamos teniendo una deserción más alta y creemos que es por la situación económica de país”, dice.
En El Progreso muchos chicos ayudan a sus padres en la siembra y cosecha de tabaco. También hay hijos de peones que cobran por día y que sus economías son muy vulnerables. Algunos chicos comen pocos. Y varios están bajos de peso. De los que trabajan en el tabaco, varios tienen retraso madurativo. La hipótesis de Marcelo es que los afectan los pesticidas que usan en el campo.
En gran medida, el futuro de una nueva generación de vecinos de El Progreso depende de Marcelo y otros tres maestros. Así de simple y así de transcendental.
La escuela fue construida en el año 2000, pero necesita reponer los pisos, que están destruidos. Tiene agua de pozo y luz eléctrica, pero no cuenta con Internet, algo que sería importante para darle mayor utilidad a las computadoras donadas por la Asociación de Clubes Argentinos de Servicios, que lleva hechas 18 escuelas en zonas de fronteras. “También necesitaríamos algún tipo de apoyo para el comedor escolar”, pide Marcelo.
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