María López, una médica venezolana de 32 años que migró a la Argentina en febrero de 2017, se presentó en la Universidad Nacional de Córdoba tres veces, en julio y agosto de este año, para rendir tres exámenes. Al aprobarlos logró revadilar su título de Medicina. “Estaba tan nerviosa al momento de presentarme: ¡había bajado siete kilos en dos meses!”, dice. “Era mucho tiempo y mucho dinero invertido”. Eso, sumado a los trámites que hizo en los ministerios de Educación y de Relaciones Exteriores de Venezuela para apostillar su diploma. how does ivermectin work inside of chickens if applied outside
En diciembre ya había rendido otros tres exámenes: todo le costó 11.000 pesos y ahora debe pagar el equivalente al 70% del sueldo de un profesor universitario (aunque ella todavía no sabe cuánto dinero es) para completar el trámite y obtener su título argentino de Medicina.
Especializada en Ginecología y Obstetricia, desde que llegó a la Argentina ha trabajado en un kiosco y también cocinando arepas. Vive en Quilmes junto a toda su familia, que migró siguiéndola a ella y a su hermano Ángel, un abogado que aquí está empleado en un call center y estudia en la Universidad Nacional de Quilmes. El otro hermano, Ramón, es un ingeniero petrolero que programa apps. El padre, también llamado Ramón, es un licenciado en Administración de empresas que trabaja como encargado de una funeraria. Y la madre, Gloria, cocina junto a su hija, la joven médica que ahora, luego de aprobar los exámenes, tiene en trámite un título provisional que le permitirá obtener una matrícula provincial con la que podrá empezar a trabajar en Córdoba. Después buscará una matrícula nacional.
En la Argentina, las organizaciones de venezolanos calculan que hay cerca de 70.000 inmigrantes llegados de Venezuela. Vincenzo Pensa, el presidente de la Asociación de Venezolanos en la República Argentina (ASOVEN), dice que “el 70% son profesionales jóvenes”. Uno de los asuntos más importantes para ellos es la revalidación del diploma. “Muchos consiguen trabajo, no lo podemos negar, pero es precarizado o está fuera de su área: hay ingenieros químicos lavando autos”, explica Pensa.
Esos migrantes también conducen autos de Uber, atienden bares, venden ropa, hablan en call centers y limpian pisos. Toman cualquier trabajo y envían parte del dinero que ganan a Venezuela para ayudar a mantener a la familia que ha quedado allá.
En febrero de este año, la Dirección Nacional de Migraciones de la Argentina otorgó radicaciones temporarias y permanentes a unos 4.000 venezolanos: un 53% más que en febrero de 2017, cuando el número fue de 2.600. Por la crisis económica que perjudica a Venezuela, los ciudadanos están abandonando masivamente su país: una encuesta de Datos Group mostró en marzo que el 40% de los venezolanos quiere migrar y se calcula que 5 millones lo han hecho en los últimos años, lo que representa más del 16% de la población. Entre 2016 y 2017, unos 44.000 recibieron radicaciones temporarias y permanentes en la Argentina. Esto es un 10% del total de radicaciones concedidas oficialmente a todas las personas que las han solicitado. Aunque ya Venezuela no forma parte del Mercosur, el gobierno argentino les exige la misma documentación que la que deben presentar los ciudadanos de un país de esa alianza.
“La Argentina es un país de puertas abiertas”, dice el psicólogo venezolano Aquiles Rafael Pérez Delgado. “Completamente. Lo certifico”. Él llegó al país junto a su esposa, una ingeniera química que fue trasladada a la filial local de una compañía transnacional, y decidió hacer dos posgrados al mismo tiempo para relacionarse con sus colegas locales. Tres años después hizo la revadilación de su título en la Universidad de Buenos Aires: lo obtuvo sin rendir ninguna materia nueva; dice que tuvo suerte. “El argentino valora mucho la recomendación directa”, explica. En el colegio secundario en el que trabaja como tutor de alumnos ya ha recomendado a dos personas y fueron contratadas.
Según los datos oficiales, de los 31.167 inmigrantes que llegaron en 2017 desde Venezuela, 15.680 eran universitarios. Entre ellos había 4.136 ingenieros, 1.599 administradores de empresas, 1.143 técnicos, 856 abogados, 615 periodistas, 245 chefs y 250 arquitectos.
Para la mayoría, el problema de confirmar su diploma tiene dos causas: es caro (la Universidad de Buenos Aires cobra alrededor de 20.000 pesos por la revisión y revalidación) y lleva tiempo (entre 10 meses y un año).
Mientras tanto, para muchos el secreto es mantener en alto el ánimo. can i shower after taking ivermectin “Hay que hacer bien el trabajo porque nos honra, sea lo que sea”, dice Gerlis Márquez. Tiene 45 años, es licenciada en Educación especial y Psicopedagogía, y llegó en febrero de este año.
Su vida había cambiado completamente entre 2012 y 2017: antes era la directora y la dueña de una escuela preescolar en Caracas, tenía una casa en un barrio residencial llamado Los Rosales y un buen auto. “Vivíamos muy bien”, dice. En apenas cinco años tuvo que cerrar la escuela, perdió el dinero para pagar un seguro de medicina para sus dos hijas y para sí misma, y se quedó incluso sin servicio de agua. Finalmente, vendió todo y migró con sus dos niñas y con su padre, que la siguió poco después.
En Buenos Aires, adonde vivió al principio compartió un monoambiente con otras cuatro personas (entre las que estaban sus dos hijas), la recibieron una amiga y también el hijo mayor de su ex pareja. Ahora vive en Beccar y trabaja cuidando a un anciano de 93 años. “Hay mucho trabajo aquí”, dice. “Cerca de donde vivo, de cada cinco trabajadores en los negocios, vendedores o meseros, dos son venezolanos. Sí, muchos son profesionales, pero igual están felices”.
La semana pasada, Márquez obtuvo su DNI. Ahora, con el documento en la mano, va a pedir un turno para convalidar su diploma. Sueña con trabajar como psicopedagoga o acompañante pedagógica. “Tengo muchas ganas de empezar de nuevo”, dice. Es pura esperanza.