Eran días de incertidumbre: cuando el 19 de marzo comenzó la cuarentena, nos hacíamos preguntas como “¿hasta cuándo?”, “¿cómo tengo que cuidarme?”, “¿qué voy a hacer todo el día dentro de casa?”. En el segundo día del aislamiento, Oscar, que en la cuarentena cumplió 81 años, y su hijo Daniel, que tiene 40, charlaban en el balcón de la casa del padre. Y se hicieron otra pregunta: ¿cómo podían usar su tiempo libre para ayudar?
Para Oscar, que vive solo desde que enviudó hace cinco años, quedarse en su casa todo el día no era habitual: estaba acostumbrado a atender el negocio de venta de maderas que tiene y que, por la pandemia, supervisa telefónicamente y poco a poco deja en manos de su hijo mayor, Gustavo.
“La idea no era solo llenar la agenda, sino dar un servicio”, rememora Daniel, que trabaja como psicólogo, sobre esa jornada en la que pensaban una tarea constructiva. Ese día surgió la idea de que, aun sin poder salir de la casa, podían hacer un aporte valioso: decidieron llamar a personas conocidas que se sintieran solas.
Mientras Daniel repasaba la agenda y le pasaba números telefónicos de familiares y amistades a su papá, Eliana Epelbaum y sus compañeros también recalculaban cómo la pandemia iba a cambiar sus planes. Ella es psicóloga, trabajadora social y coordinadora de voluntariado de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Entre los diversos programas que debieron reestructurarse, estaba Lebaker.
“Lebaker en hebreo significa visitar, estar o acompañar. Es un programa de acompañamiento de adultos mayores en situación de aislamiento, para personas que, por impedimentos físicos, no podían trasladarse”, explica Epelbaum. Claro, era realidad de unas 6 o 7 personas antes de la pandemia. Pero, desde marzo, la población a ayudar se extendió a más de 300, porque se incluyeron los adultos mayores que se acercaban a AMIA a realizar actividades culturales y recreativas, y que ahora no podían salir por ser población de riesgo.
Hubo que, cuenta Epelbaum, “reversionar” ese acompañamiento y hacerlo telefónicamente.
Paralelamente, aumentó el número de voluntarios de AMIA (de 70 a 140), muchos de los cuales decidieron hacer uso de un mayor tiempo libre en ayudar a otros. Varios de esos voluntarios fueron adultos mayores que participaban de las mismas actividades de AMIA.
Claro que para este acompañamiento telefónico se necesitaba algo más que tiempo. Son necesarias empatía, comprensión y capacidad de escuchar, características clave para generar vínculos.
Oscar, por intermedio de una amiga de Daniel relacionada con AMIA, llegó a Lebaker.
“Había personas que decían: ‘Si yo mismo la paso mal, ¿cómo hago para ayudar al otro?’ Pero en ese momento aparecieron personas como Oscar, que sintieron que podían hacer algo por sus pares”, recuerda Epelmabum.
Y reflexiona: “Lo que tiene la pandemia es que nos atravesó a todos por igual. De alguna manera, todos estamos en la misma condición de angustia, de incertidumbre. Y, en este contexto, nadie tenía ‘la palabra justa’ para darle al otro. Era simplemente el acto de acompañar”.
“Fue una compañía recíproca. Al mismo tiempo que ayudaba a personas que se sentían solas, también yo me sentí más acompañado durante todos estos meses”, reconoce Oscar.
Cuando dice “estos meses” se refiere a los del segundo semestre del 2020, cuando llamó entre dos y tres veces por semana a unos nueve de adultos mayores de entre 70 y 92 años (en su mayoría mujeres con más de 80). Aunque no llevó la cuenta, podríamos arriesgar que fueron alrededor de 500 llamadas.
Una tarea que asumió con compromiso. Que le “gratifica el alma”, según cuenta. Y que también le dejó aprendizajes y una relación aún más estrecha con su hijo Daniel, quien lo acompañó en el proceso.
‘Solitude’ y ‘loneliness’: las dos formas de la soledad en cuarentena
El arte de escuchar (y aprender)
“El hombre es un ser biopsicosocial y una persona aislada, sin un vínculo social con nadie, es mucho más difícil poder ser parte de cierta comunidad. El aislamiento generó muchos problemas psíquicos, angustia, miedo, soledad”, explica Epelbaum. En ese contexto de incertidumbre, de esperar cada dos semanas que terminara la cuarentena, las citas telefónicas resultaban una dosis de motivación.
Parte del procedimiento es que los voluntarios no solo se comprometieran a llamar dos veces a la semana (y conversar unos 15 minutos), sino hacerlo en días y horarios fijos: “Esto hacía a las personas programarse y esperar el llamado”, dice Epelbaum. En días en los que se perdía la noción del tiempo, las llamadas permitían organizar la agenda de los adultos en aislamiento.
“La idea de las llamadas también era una forma de motivar al otro a pensar en cosas diferentes”, suma la psicóloga. En otras palabras, a no enfocarse solo en los problemas del momento, sobre los cuales “rumiaban”. Fue una forma de espaciar la mente en otros temas que no fueran negativos, como conocidos en común, historias personales, recetas, hobbies. O coincidencias notables que se descubrían: como entre Edith y Juana, ambas nacidas en el Hospital Israelita un 28 de febrero.
Oscar, en su caso, destaca que muchos de sus interlocutores se explayaron contándole de sus familiares, sus nietos, sus nietas. De las relaciones con cada uno, dónde vivían (varios estaban en el exterior).
Claro que no fue fácil ganarse la confianza de algunas personas. Oscar recuerda especialmente a Lito, quien durante la pandemia falleció por COVID-19. Era un hombre “hosco”, de más de 90 años, que en las primeras charlas se mostraba reacio a los llamados y que se limitaba a quejarse de que, por la cuarentena, no podía asistir a las actividades culturales de AMIA. Sin embargo, poco a poco, Lito se soltó. Tanto que luego, él mismo cerraba cada conversación telefónica con el deseo de que se repitiera pronto: “¿Me llamás mañana?”. Algo que a Oscar llenó de satisfacción. Él mismo lo cuenta:
¿Cómo hizo Oscar para construir vínculos con las personas a las que llamaba? “No sé si puedo decir que es una ‘técnica’, pero yo partía de la base de que yo también estaba solo y de que de algún modo acompañarlos era ayudarme a mí mismo. Entonces les decía: ‘Mirá, estoy solo, en mi casa, te estoy llamando a vos, si te hace bien que te llame, te quiero decir que a mí también me hace bien”.
Sigue Oscar: “Me preguntaban qué hacía, que no hacía, si trabajaba… yo les transmitía mis experiencias, mi relación con mis hijos, con mis dos nietos. Se establecía un diálogo cada vez más fluido”
“Intercambiar con otras personas pensamientos y experiencias da la posibilidad de experiencias distintas de vida, independientemente de la edad. Hablar con el otro ayuda a modificar formas de pensar estructuradas que tenemos: uno se da cuenta de que tiene su vida, pero no es la única manera de vivirla. Y aprende del otro experiencias, palabras, recetas, programas para mirar o libros para leer”, explica Epelbaum.
La inclusión digital de personas mayores, uno de los desafíos pospandemia para la AMIA
Para Silvana, una de las voluntarias, los llamados a personas en aislamiento le quitaron un prejuicio sobre los adultos mayores. Ella misma lo cuenta: "Me producían temor y tristeza. Ahora siento un profundo respeto y curiosidad por las personas mayores. Soy una mujer muy curiosa, y participar en Lebaker me está ayudando a intentar ser YO MISMA una hija más comprensiva con mis padres”.
“Nos entrena la empatía, la habilidad emocional para ponernos en el lugar del otro; nos hace mejores personas y nos genera aprendizajes sobre el afecto y la comprensión”, resumió Nurit, otra de las voluntarias.
Vivencias parecidas tuvo Oscar. El año pasado, cuando desde AMIA le pidieron que hiciera un balance de la tarea, dijo: “La experiencia hizo que afloraran facetas de mi personalidad que descubro en cada llamada, con asombro y satisfacción. Siento que puedo ser útil, que puedo ayudar, acompañar, generando vínculos enriquecedores con quienes me escuchan”.
“Es algo muy bueno. Aprendí que dando se puede recibir mucho”, suma.
“Nos hemos dado cuenta de cuánto vale la palabra del otro, la presencia del otro, incluso virtualmente. Hay gente a la que las llamadas le cambiaron la vida”, dice Epelbaum, quien aclara que el aislamiento no solo se da en pandemia o en adultos mayores, sino que también es un problema que afecta a personas con discapacidad.
En varios de los vínculos gestados entre personas en aislamiento y voluntarios quedaron cafés pendientes: cuando la situación epidemiológica mejore, varios se conocerán personalmente.
A su vez, Oscar (al igual que otros voluntarios) resultó un nexo entre adultos mayores aislados en situación de vulnerabilidad y la ayuda (con comida, asistencia médica o psicológica) que podía tenderles AMIA.
Consejos prácticos para llamar a personas en aislamiento (o que se sientan solas)
Para la tarea de llamar a quienes están solos o solas, AMIA elaboró un protocolo para las personas voluntarias. “El ABC es primero escuchar, nunca juzgar y a la vez tener una idea y una percepción de alarma de lo que está sucediendo. Esto último era muy importante para activar ayuda profesional en caso de que la persona lo requiriera para su salud emocional”, cuenta Eliana.
Estas son algunas de las recomendaciones del protocolo, consejos para escuchar (y que pueden servirnos si queremos ayudar llamando a personas que están solas):
- Mostrar siempre respeto y afecto.
- Estar convencidos del gran valor del acompañamiento telefónico.
- Utilizar una voz clara, tranquila y paciente.
- Escuchar con empatía, no juzgando.
- Transmitir sensación de tranquilidad sobre la situación actual.
- Atender pautas de alarma. Por ejemplo, si la persona cuenta durante varias charlas consecutivas sobre aburrimiento, depresión, infelicidad.
- Cualquier asesoramiento que se haga, se debe hacer desde una fuente
confiable de información. - Destacar la importancia de mantener rutinas saludables.
- Motivar la generación de encuentros sociales de los adultos mayores incorporando el protocolo de cuidado pertinente.
- Reforzar que el aislamiento social es una medida de cuidado colectivo. No implica una reclusión o encierro en soledad.
En cuanto a los temas a hablar, el protocolo sugiere que, “sin negar la situación actual mundial, se intenta a través de estas conversaciones,
correr el foco de atención a otras temáticas que resultan entretenidas y agradables para ambos protagonistas de la comunicación”. Algunos ejemplos:
- Anécdotas familiares o cómo se compone la familia.
- Amistades (recientes y de siempre).
- Historia laboral.
- Lugares donde vive o vivió.
- Gustos musicales, literarios, juegos, deportes, programas de TV, series, cine.
- Hobbies.
- Instituciones de pertenencia o identificación
- Actividades que solían hacer en su vida cotidiana
- Aprendizajes en pandemia.
Más allá de estas ideas concretas, Oscar cree que lo importante es tomar la iniciativa. “Mi consejo es que se animen a llamar a uno y a medida que se establece un vínculo te das cuenta de que de a poquito van fluyendo las conversaciones y se hace más fácil todo. El asunto es dar el primer paso. Hace muy bien poder hacerlo. Te gratifica enormemente, te sentís que estás poniendo un granito de arena para un mundo mejor”.
En cuanto a los temas a hablar, también cree que dar el paso inicial abre el camino: “Diría que uno se abra contando sus propias vivencias y, a partir de esto, le transmite al otro la posibilidad de que otro cuente sus cosas”.
Padre e hijo, unidos en la tarea
Parte del programa Lebaker consiste en que los voluntarios hagan reportes periódicos de cómo están las personas con las que hablan. De esta manera, AMIA puede hacer un seguimiento y asistir en caso de que alguno presente problemas, tanto anímicos como de salud o económicos.
Esta fue la tarea de Daniel: Oscar anotaba las conversaciones y se lo contaba a su hijo, quien confeccionaba los mails. Se armó entonces un espacio de intercambios. Uno en el cual Oscar compartía sus experiencias, como que Lito estaba más abierto. Y Daniel no se limitaba a transcribir: ambos charlaban sobre la situación de las personas y analizaban cómo podían darle ánimo o ayudarlas. “Le hacía de coach”, grafica Daniel.
“Él se siente muy apegado a mí. Se siente orgulloso de que haga lo que estoy haciendo, me transmite muchas cosas de él”, cuenta Oscar. Y dice que, aunque tienen una relación cercana, en la cual hablan todos los días y él lo visita regularmente (“con los cuidados necesarios”), este vínculo se ha afianzado al compartir la participación en Lebaker.
Su hijo destaca: “Disfruto ver cómo se acompañan en estos tiempos tan especiales, y el aprendizaje que está siendo para él tener la responsabilidad de sostener la comunicación con este grupo de personas”. Daniel cierra con más palabras de admiración: “El 2020 fue un año de cultivar con mi viejo su capacidad de aprender, de reinventarse, de encontrarle otros valores al flujo de su vida. Entre ellos, el de llamar a quienes están en soledad”.