1: El nacimiento de un ícono cultural
El 8 de marzo de este año, poco antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara que el COVID-19 era una pandemia global, Florencia Tellado —una diseñadora de sombreros y vestuarista de publicidad— se sorprendió al ver a su asistente cubriéndose la boca y la nariz con un barbijo en una motorhome abarrotada de actores.
Cinco días antes, el 3 de marzo, se había confirmado el primer caso de coronavirus en la Argentina (un hombre de 43 años llegado desde Milán) y a fines de febrero ya se habían agotado los barbijos en el 70 por ciento de las farmacias de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano (cada farmacia tenía entonces un stock de entre 200 y 300 barbijos, según el Colegio Oficial de Bioquímicos y Farmacéuticos de la Capital Federal). Pero, a la vez, la gente en la calle todavía no los usaba masivamente. “Los barbijos”, dijo en esos días el secretario general del Colegio a Télam, “fueron comprados por familiares de personas que están en los países europeos y asiáticos que tienen COVID-19 para proveerlos porque en esos países no se consiguen”.
Era un tiempo extraño, de imágenes televisivas llegadas desde muy lejos donde había gente con una mirada aterrada que saltaba por arriba de sus tapabocas, un tiempo de inminencias sin certezas.
“Y pensé: yo tengo que hacer barbijos porque es algo que está buenísimo usar, así que se me ocurrió diseñar una máscara copada que se sume a mi línea de sombreros, y descubrí una parte de la cabeza fascinante”, dice Florencia Tellado. Fue la primera diseñadora argentina que vio al barbijo como algo más que una simple barrera sanitaria: lo vio como una prenda llena de posibilidades, quizás como uno de los íconos culturales que —hoy lo sabemos— definirían al año 2020.
Aunque un barbijo de tela puede no detener al coronavirus, sí atrapa las gotitas de saliva que se liberan cuando una persona (la persona que lo usa) habla, tose o estornuda. Y el virus viaja en esa saliva. Como se dijo tantas veces este año, si alguien que tiene COVID-19 usa su máscara, la probabilidad de contagiar a otro se reduce a 5%. Si el otro también está portando un barbijo, a 1,5%. Y, si además de eso, ambas personas están a un metro de distancia, o más, la chance de contagio es nula.
Tellado creó primero un barbijo blanco con lentejuelas rematado en un gran moño superior, lo fotografió y lo subió a Instagram. Hasta hoy, esa foto tiene 889 likes (una cifra que las tres publicaciones contiguas no superan). Con la cuarentena instalada, mudó su taller a su casa en Palermo. Fue justo cuando, a mediados de abril, el uso de barbijo se volvía obligatorio en casi todo el país. Desde entonces ella diseñó barbijos negros con moños dorados; barbijos con protección ocular rosa; sombreros de tweed de lana, forrados en satén, con presilla de cuero acharolado y visor de acetato desmontable; barbijos con decoración de manos de plástico; barbijos negros con turbante; y muchos otros barbijos que combinan la alta costura con la audacia del nuevo diseño pandémico.
En los meses más duros de la cuarentena, mientras la prensa local la descubría (cuando la primera dama Fabiola Yáñez usó uno de sus barbijos el 25 de mayo y cuando Natalia Oreiro usó otro en Cantando 2020) y hasta Vogue de Italia la presentaba, Tellado se levantaba a trabajar a las 5:30 de la madrugada (su marido y su hija de 2 años aún dormían) y hacía varios barbijos a la vez: “Son un montón de pasos y si quisiera hacer los barbijos de a uno, no lo terminaría ni en doce horas”, dice. Máquina de coser, molde, cortar, coser, terminar a mano, colocar la etiqueta de cuero cortada a láser. “Estaba cansada todos los días”, sigue, “y me quedaba hasta cualquier hora, impactada con la aceptación del público, que de repente dijo: ‘Wow, existía la cabeza y la podíamos vestir’”. Ya hizo más de 700 barbijos. “Empecé a delegar cosas porque si no se me iba a salir un ojo. Nunca pensé que iba a vender tanto”.
2: Máquinas, polipropileno y telas antivirales
Hoy —¿quién lo hubiera dicho hace un año?— hay barbijos descartables celestes de polipropileno; lavables de neoprene con válvula y clip nasal; hay barbijos de dos capas con bolsillo, 100 por ciento algodón; personalizados para empresas y marcas, con sus logos; de policloruro de vinilo o de PET transparente con cordón elástico. Hay barbijos que son máquinas electrónicas: en agosto, LG presentó en Seúl el suyo (nombre comercial: Puricare Wearable Air Purifier) que en realidad es un purificador de aire portátil con dos ventiladores y un sensor que detecta el ciclo y el volumen de la respiración, y ajusta la velocidad de los ventiladores para respirar mejor. Hay barbijos de silicona transparente de grado médico, que no se empañan y que, con la boca y la nariz visibles, permiten desbloquear celulares: cuestan 126 dólares.
También hay barbijos autosanitizantes producidos con nanotecnología para matar a los virus, hongos y bacterias que caen en su tela. En la Argentina, una compañía textil llamada Kovi se unió a la Universidad de Buenos Aires, la Universidad de San Martín y el CONICET para crear uno de estos barbijos. Su tela de algodón poliéster está tratada con antivirales, bactericidas y fungicidas: mata todo, incluido el SARS-CoV-2. En cinco minutos.
La historia empieza poco antes de que el aislamiento obligatorio fuera decretado: algunos químicos y físicos universitarios se enteran de que a los médicos les faltan elementos de protección personal y deciden estudiar el tema y escribir algunas ideas basadas en las posibilidades de los laboratorios y de los institutos donde trabajan. Después los contacta esa empresa textil que fabrica barbijos: quiere estudiar la posibilidad de rociar una tela de algodón con agentes antimicrobianos.
“Nos basamos en información bibliográfica”, dice Roberto Candal, doctor en Química, investigador principal del CONICET y miembro del equipo que desarrolló ese barbijo. “Hicimos una búsqueda en la literatura internacional existente sobre el tema, muy abundante después de cada pandemia; por ejemplo, la de la gripe A. En base a esa información, a los materiales con los que contábamos en ese momento, disponibles en el mercado, y a las posibilidades de la empresa y de nuestros laboratorios, desarrollamos el material para confeccionar los barbijos”.
El equipo de investigación se compone con doce personas, contando investigadores formados, juniors y becarios. En poco tiempo gritan eureka: la capa de tela interior del barbijo —la que queda junto a la boca y la nariz— tiene iones de plata y otros compuestos fungicidas y antibacterianos. La capa de tela externa es tratada con iones de cobre —que son los que dan la acción antiviral—, compuestos fungicidas, bactericidas y polímeros. Y sobre esa tela externa se aplica una tercera capa semipermeable que hace más lento el proceso de absorción de la gotitas en las que se transportan las partículas virales. Así, los iones de cobre y los componentes antimicrobianos tienen más tiempo para accionar. El barbijo se vende bajo la marca de Atom Protect. A pesar de su estampado (burocrático y sin imaginación estética) y de sus colores (aburridamente sobrios), es un éxito.
¿Qué siente Candal al ver a la gente en la calle llevando su barbijo? “Por un lado, satisfacción; y por otro la necesidad de seguir aprendiendo y trabajando en el tema”, dice. “Esto no está cerrado. Seguimos explorando alternativas desde la investigación de los materiales, y sobre el comportamiento de los aerosoles y su interacción con las telas”.
En el universo de los barbijos, que ha hecho su big-bang expansivo, además hay mascarillas N95: la “N” significa que no filtra aceites; el “95”, que filtra el 95 por ciento de las partículas aéreas de hasta 0,3 micrones (un micrón equivale a la milésima parte de un milímetro; eso no siempre es suficiente ante el tamaño de una partícula de coronavirus, que puede ser de 0,1 micrones). Estas mascarillas rígidas de cartón, que adquirieron cierto prestigio entre el personal de salud durante la pandemia, fueron inventadas en 1992 por el profesor de origen taiwanés Peter Tsai, quien ahora volvió desde su jubilación e improvisó un laboratorio en su casa en Knoxville, Tennessee (Estados Unidos), para investigar cómo esterilizar y reutilizar la N95 para la gente que en los hospitales lucha contra el coronavirus.
Tsai trabajó quince horas al día con sus mascarillas: las hirvió, las coció al vapor, las puso en un horno, las dejó al sol. Y llegó a un resultado: hay que calentarlas a 71 grados durante una hora. O hay otro método: dejar que el coronavirus muera naturalmente al dejar a la máscara intacta durante siete días, porque si el virus no encuentra un anfitrión se vuelve inactivo en la superficie de la mascarilla. Mientras tanto 3M, el fabricante de las N95 originales, duplicó (desde Estados Unidos, Asia y Europa) la producción global de N95 a 1.100 millones por año, prometió llegar a 2 mil millones en 2021 y lanzó un comunicado en medio de la crisis denunciando productos falsificados.
Por último, hay barbijos hechos en casa con retazos de tela. Sin ninguna ciencia, sin ninguna mística, sin ninguna marca. Son la gran mayoría de los que están deteniendo al virus cada día.
3: #HistoriasDeBarbijo
Es un mundo de barbijos y está repleto de #HistoriasDeBarbijo. En las redes sociales de RED/ACCIÓN y de quien escribe, la comunidad contó algunas:
- “El domingo falleció mi papá de forma inesperada. Tenía pasaje para el lunes y me daba mucha ansiedad no poder ‘comportarme’ en el avión. Volé con barbijo puesto, obvio, y apenas empecé a bajar del avión se me vino toda la angustia encima. Las lágrimas me caían sobre la tela y por debajo y sentía que los mocos dibujaban una aureola alrededor de la nariz. Alguien me vio a lo lejos y se acercó a preguntarme qué pasaba. Me puse en cuclillas a llorar pero no me animaba a pedir algo para limpiarme así que iba sacando barbijos descartables y sonándome la nariz. Pensé que no son mejores o peores para llorar en público. Una hora después ya tenía que estar en el funeral” — Victoria Fabrice.
- “Llega a casa mi novio. Nos ponemos a tomar mates y me doy cuenta de que tiene puestas ambas zapatillas pero solamente una media. Le pregunté si se había olvidado de ponérsela esa mañana. Resulta que se había ido en auto hasta la carnicería, se dio cuenta de que sin barbijo no podía entrar… y tuvo que aguantar su propio olor a pata (pegado a la nariz) hasta que salió del local” — Belén Mirallas.
- “Los primeros barbijos para mis hijos y para mí los hice con tutoriales de YouTube, cosidos a mano, con bolsillo, filtro y blablablá... Ahora usamos cualquier cosa. Y como me gusta ‘cazarpalabras’ (sacar fotos a las pintadas de la calle), me hizo muy feliz encontrar un barbijo con una inscripción…” — Mirtha Care.
- “Compré un barbijo, se veía muy lindo, pero es rígido y con una tela medio impermeable. Sigue siendo lindo pero resulta incómodo. Compré otro, muy bonito el diseño, pero tiene una tela que larga pelitos hacia adentro y me hace cosquillas. Sigo en busca del barbijo ideal” — Anahí Flores.
- … y una respuesta al mensaje anterior: “Usá los tricapa quirúrgicos, se respira súper fácil y son los que funcionan como una barrera real. Los que estás usando serán lindos o con diseño pero no sirven para nada (solo para incomodarte a vos) Ni siquiera el del CONICET sirve tanto” — Cecilia Miljiker.
4: Llega el fuego
Por extraño que parezca, algunos odian los barbijos como se puede odiar una insignia, un símbolo, una bandera enemiga. El 5 de septiembre —cuando se registraban unos 10.000 casos diarios en la Argentina—, un grupo de personas se reunió en el Obelisco para quemar barbijos en una latita. Su performance llegó a ser trending topic en Twitter. ¿Quiénes eran? Según AFP, uno de los incendiarios se llamaba Christian Osman y había publicado varios videos negando la existencia del coronavirus y la efectividad de las vacunas, y asegurando que la Tierra era plana. De los demás, se supo poco o nada.
En Estados Unidos, las quemas de barbijos son repetidas y, por lo general, los protagonistas llevan pancartas de Donald Trump: en junio se planteó en Carolina del Norte un desafío con ánimos de viralización que proponía grabar un video del fuego y subirlo a las redes; el 24 de octubre un grupo de personas se reunió a incendiar tapabocas en Palm Beach, Florida, quejándose de la “tiranía médica” y poniendo como música de fondo “We’re Not Gonna Take It”, el hit de Twisted Sister; el 21 de noviembre fue en San Clemente, California, en la playa; el 15 de diciembre la escena se repitió en Fort Lauderdale, también Florida.
Trump, que nunca quiso llevar un barbijo, recién usó uno en público en julio (a tres meses de que los Centros de Control y Prevención de Enfermedades los recomendaran); y luego tweeteó, con cinismo: “Estamos unidos en nuestro esfuerzo por derrotar al invisible virus chino, y mucha gente dice que es patriótico usar una mascarilla cuando no se puede tomar distancia social. ¡No hay nadie más patriota que yo, tu presidente favorito!”.
En octubre, cuando el presidente se contagió y aún así no se puso un barbijo, el Washington Post lo criticó: “Entre los líderes mundiales, el presidente Trump está cada vez más aislado en el tema de las máscaras faciales”. Y como el barbijo terminó por volverse un tema político, Joe Biden acaba de pedir 100 días de uso masivo para bajar las dramáticas estadísticas estadounidenses.
Otro país, historia similar: en Brasil, un juez federal ordenó al presidente Jair Bolsonaro usar un barbijo en público. Fue el 23 de junio. “El presidente tiene la obligación constitucional de observar las leyes vigentes y de promover el bien general de la población, lo cual implica adoptar las medidas necesarias para proteger los derechos sanitarios y ambientales de los ciudadanos”, se lee en el fallo. Bolsonaro no lo acató. En julio se contagió. En agosto dijo: “La efectividad del barbijo es casi nula”.
Algunos presidentes a lo largo del mundo han tomado decisiones un poco raras respecto del barbijo. No les enseñaron nada sobre tapabocas en la escuela de poder y tuvieron que improvisar. En México, Andrés Manuel López Obrador desestimó su uso, justificándose en una política antiautoritaria: “Todos son libres”, dijo. “Quien quiera usar una mascarilla y sentirse más seguro puede hacerlo”. Por su parte, el presidente chileno Sebastián Piñera deberá pagar una multa de 2.000 dólares por no llevar barbijo. Luego de haber paseado por la playa de Zapallar a cara descubierta y de haberse tomado fotos con la gente —y luego del escándalo que siguió—, Piñera terminó admitiendo su error y denunciándose a sí mismo.
En África, el presidente de Malawi, Lazarus Chakwera, visitó a su par de Tanzania y el encuentro fue a cara limpia. “La razón por la que no me lo puse”, explicó después, “fue para demostrar mi confianza en mi par [de Tanzania], el presidente [John] Magufuli. Y una de las formas de probar confianza el uno en el otro es ponerse en una situación de riesgo para demostrar que hay confianza en que el amigo protegerá”.
5: En busca de certezas
Quizás algunas de esas posiciones erráticas de los poderosos se deban a la propia incerteza que la Organización Mundial de la Salud (OMS) mostró en los primeros meses respecto a los barbijos. En un comunicado de enero se lee: “Cuando no está indicada, la utilización de mascarillas médicas da lugar a gastos innecesarios, obliga adquirir material y crea una falsa sensación de seguridad que puede hacer que se descuiden otras medidas esenciales, como la higiene de las manos. Además, si no se utiliza correctamente, la mascarilla no reduce el riesgo de transmisión”.
Pero en junio, el director general del organismo, Tedros Adhanom Ghebreyesus, recomendó a los gobiernos que “deberían alentar al público en general a usar máscaras donde hay una transmisión generalizada” y donde “es difícil el distanciamiento físico, como en el transporte público, en tiendas o en otros entornos confinados o abarrotados”.
Estos son los consejos de la OMS sobre lo que no hay que hacer:
- No usar mascarillas que quedan sueltas o están dañadas.
- No ponerse el barbijo por debajo de la nariz.
- No quitare el barbijo cuando se esté con personas a menos de un metro de distancia.
- Nunca utilizar barbijos sucios o mojados.
- No compartir barbijos con otras personas.
Y lo que sí:
- Lavarse las manos antes de tocar el barbijo.
- Comprobar que el barbijo no esté mojado, roto o sucio.
- Ajustar el barbijo a la cara de modo que no queden espacios abiertos a los costados.
- Evitar tocar el barbijo cuando se lo esté utilizando.
- Lavarse las manos antes de quitarse el barbijo.
- Quitarse el barbijo siempre por las tiras que ajustan contra las orejas.
“Lo que pasa es que una cosa es el barbijo quirúrgico y otra cosa es el tapabocas común, y al principio [cuando hubo contradicciones] lo empezábamos a conocer”, dice ahora Lautaro de Vedia, expresidente de la Sociedad Argentina de Infectología y jefe de la Unidad de cuidados intensivos respiratorios del Hospital Francisco J. Muñiz. “Tal vez [las autoridades de la OMS] no tuvieron en cuenta que si bien el tapabocas no tiene la eficacia del barbijo quirúrgico, tampoco la gente en la calle está en una exposición al virus similar a la de un médico tratando pacientes con COVID. Entonces reservamos el barbijo quirúrgico para el hospital y nos quedamos con esta alternativa intermedia, que alcanza y sobra para la calle, para ir de compras”.
Droguería del Sud es la distribuidora farmacéutica argentina más importante (abastece a 9.000 farmacias) y en la pandemia elevó su venta de barbijos en un 40.000%. “El barbijo forma parte del arsenal que nos ha quedado”, dice De Vedia, “pero no creo que después de la pandemia debamos seguir usándolo en la calle. Habrá que mejorar otras cosas, por ejemplo cómo viajamos, muy especialmente en el conurbano”.
En cambio, en el Lejano Oriente el uso del barbijo en la calle es masivo y común desde antes de la pandemia. Cubrirse la boca con papel o con hojas del árbol de sakaki para evitar que el aliento contamine rituales es común desde la antigüedad en Japón, y es una costumbre que todavía se ve en algunos santuarios shintoístas. Durante el Período Edo (1603-1868), la práctica parece haber penetrado en una parte grande de la población. Y en 1919 la propagación de la gripe española terminó por hacer masivo su uso.
“Más allá de este hecho puntual”, dice Cecilia Onaha, del Archivo Histórico de la Colectividad Japonesa en Argentina, “los japoneses son muy sensibles a temas de higiene y limpieza, por eso si alguien está con gripe, cubre su boca para no esparcir microorganismos que afecten a otras personas”. Onaha dice que No Causar Molestias (en su email a RED/ACCIÓN lo escribe con mayúsculas) es el principio que rige a las relaciones interpersonales, en particular en la vía pública. “Es un principio cultural de la sociedad japonesa”, explica.
Además de usarse durante las temporadas de gripe, los barbijos en Japón fueron adoptados por las industria de la moda, según un artículo de The Japan Times. Algunos barbijos hacen que el rostro se vea más delgado e incluso hay un término para las mujeres que se ven bien llevándolos: masuku bijin (“belleza enmascarada”). “En Japón, a veces se dice que los ojos hablan tanto como la boca”, se lee en el artículo.
6: Lo que va a quedar
Después de que la diseñadora Florencia Tellado lanzó sus barbijos fashion, algunas grandes marcas argentinas (como Kosiuko, La Dolfina y otras) hicieron lo mismo. “Veo barbijos en la calle”, dice ahora Tellado, “y me encanta pensar cómo cada persona fue a buscar el que coincide con ella, el que la representa. Tenés que dejar que el barbijo, como todo lo que vestís, hable por vos: es lo que vos sentís y usás”.
Hace poco, su ídolo desde la adolescencia, Marilyn Manson, recibió un correo de sombreros y barbijos de parte de ella. Y los usó. En un video reciente en el que se lo ve grabando en el estudio con la estrella de hip hop A$AP Ferg, Manson llega al sitio luciendo un tapabocas negro, mullido, sin moño. Es una creación de Tellado, que Manson —uno de los íconos más impactantes del espectáculo de las últimas décadas— acaba de sumar a su look con total naturalidad.
Mientras tanto, en Buenos Aires ella usa sus tapabocas con moños cada día. Lleva uno rosa, uno negro, uno estampado, uno elástico. “Tengo miles”, dice. Y cree que van a seguir en nuestras caras una vez que el virus haya sido derrotado. “Van a quedar en mucha gente obsesiva como yo. No puedo creer que con esto te protegías de un montón de otras cosas y no lo usábamos. Es un barbijo mental lo que nos va a quedar”.