Después de sobrevivir, aún le faltaba algo. Después de ese accidente del 10 de enero de 2012 con un cuatriciclo en Cariló, cuando acababa de egresar del secundario, Agustín Zanoli, que nació hace 27 años en la ciudad de Córdoba, donde vive hoy, había pasado por muchas pruebas.
Primero, la supervivencia: la lesión en la médula lo dejó cuadripléjico y tuvo complicaciones pulmonares que lo dejaron tres meses en terapia intensiva. Luego, pasó el resto de aquel año en rehabilitación: con su movilidad reducida a su cabeza y cuello, tuvo que aprender nuevamente a usar la computadora, el celular, a mover su silla de ruedas, a vestirse, a bañarse…
“Después quise retomar con las actividades de mi vida y lo primero fue comenzar la facultad. Estudié Ingeniería Mecánica, solo me resta la tesis”, cuenta Agustín. Pero todavía anhelaba algo que hacía antes del accidente. “Luego del primer año en la facultad, sentía que me faltaba algo, necesitaba la parte del deporte nuevamente en mi vida”.
Agustín estaba acostumbrado a jugar “mucho” al fútbol en el colegio: participaba de intercolegiales en cancha de 11, en la que ocupaba el lugar de marcador central o lateral por izquierda.
Por aquel momento, el médico con el cual hacía la rehabilitación le habló de una oportunidad para volver a las canchas: Powerchair Football Argentina, una fundación dedicada a desarrollar el fútbol en silla de ruedas motorizadas. “Llegó en el momento justo”, recuerda Agustín.
El fútbol en sillas de ruedas motorizadas nació en Francia, en 1978, y llegó a la Argentina en 2012, de la mano de esta fundación. Primero en Buenos Aires. Luego, se fue extendiendo a otros lugares del país. Como a Córdoba, donde Agustín se contactó con otras personas con discapacidad motriz y fundaron los Titanes.
“Me puse a averiguar cómo era el deporte y me atrapó de entrada. Amo el fútbol y veía que podía volver a jugarlo, por más que fuera en una modalidad adaptada”, recuerda Agustín. La disciplina cuenta con torneos nacionales e internacionales; los partidos se juegan con cuatro jugadores por equipo, en canchas de parqué.
“La mayoría de los chicos maneja las sillas de ruedas con un jostick en la mano. Yo, que no tengo movilidad en las extremidades, aprendí a usarlo con el mentón. Aunque así no puedo mirar para atrás y pierdo precisión en los movimientos de la silla, le agarré la mano rápido”. Otra vez, el desafío de adaptarse.
“Agustín tiene una cabeza increíble, una capacidad de adaptación a los cambios que es insuperable. Algo que tuvo que hacer en su vida, por el accidente, y que hace en la cancha, cuando cambia de posición según el equipo lo requiere”, analiza Sebastián Tisera, entrenador del seleccionado argentino de la especialidad, del cual Agustín forma parte.
“El nivel competitivo es altísimo, uno nunca hubiera pensado que existe en un deporte para una persona con discapacidad, y eso me hizo muy bien”, admite Agustín.
“La competencia hace que uno mejore no solo en el deporte”, destaca Agustín. Por ejemplo, dice que los torneos lo ayudaron a enfocarse, a esforzarse para cumplir objetivos. “Al principio, con Los Titanes siempre salíamos últimos, pero cuando nos pusimos los objetivos claros, los cambios se notaron y logramos salir campeones. Aprendí que el esfuerzo tiene su recompensa y eso también me ayudó en mi carrera universitaria”.
Agustín también cuenta que aprendió sobre trabajo en equipo. Y que se inspira en varios compañeros. “Ayuda conocer a personas que atraviesan situaciones similares, a ver cómo hace cada uno para adaptarse a las dificultades y sacar ejemplos”.
“Agustín es un líder nato. Puede ser protagonista o cumplir un rol secundario, pero siempre va a ayudar a sus compañeros”, opina el entrenador Tisera.
Aunque las sillas motorizadas son costosas (con precios que van de 4.500 dólares a 10.000), los clubes suelen contar con algunas para prestar a los chicos que no cuentan con las suyas. En otras ocasiones, ayudan a los chicos financiando la compra de una.
El fútbol en silla de ruedas, dice Agustín, también lo ayudó a mejorar su autoestima, a confiar más en él (algo que también percibe entre sus compañeros). Un valor clave para el deporte y para la vida.
“Siempre que he empezado algo tuve miedos, como cuando empecé la facultad y no sabía cómo iba a hacer para tomar apuntes. Pero fui encontrando respuestas a cada situación. Otro de mis miedos era no poder encontrar una pareja. Hoy en día, gracias al fútbol, estoy de novio con la hermana de un compañero mío de Los Titanes”, dice. Y aclara: “En el fútbol podía sentirme quien era y ella vio eso”.Agustín tiene desafíos por delante. Por un lado sueña volver a representar a la Argentina en un Mundial: ya fue séptimo en Estados Unidos 2017 y quiere jugar en Australia 2021. Por el otro, quiere independizarse económicamente. Tanto en la cancha como en la vida, sabe que, con esfuerzo, puede alcanzar sus sueños.