La pandemia de COVID-19 va a acelerar la robotización del empleo. Siempre he defendido que plantear predicciones a largo plazo en tecnología y economía es un sinsentido. Desconocemos qué pequeño o gran acontecimiento hará saltar por los aires nuestras ideas. Al mismo tiempo, conviene observar las tendencias del pasado: si tenemos en cuenta largos períodos económicos, ¿qué impactos está teniendo la robotización?
Este año uno de los grandes expertos en el estudio de este campo, Daron Acemoglu, publicó un trabajo sobre el tema. En su estudio, los investigadores usaron datos de 19 industrias y los cruzaron con estadísticas laborales de Estados Unidos.
En palabras de Acemoglu, encontraron “efectos negativos” de la robotización sobre el empleo.
A continuación, unas cifras para reflejar la realidad:
Entre los años 1947 y 1987, los robots acabaron con el 17 % de empleos humanos, pero se creó un 19 % de tipos nuevos. Sin embargo, entre los años 1987 y 2016 se desplazó al 16 % de trabajos, pero solo se creó un 10 % adicional.
Ahora vienen los números que asustan un poco más. En una planta en la que se introduzca un robot, los investigadores estiman que destruye las tareas que realizan 6,6 empleados. Sin embargo, ese robot tiende a crear otros puestos en las plantas alrededor de esa empresa. Si tenemos en cuenta esa compensación, la conclusión es que en Estados Unidos se destruyen 3,3 empleos por cada robot incorporado.
El trabajo destruido y las oportunidades creadas no están equilibrados. Mientras que entre 1960 y 1980 la creación de empleo favoreció a los empleos de cualificación media y baja, hoy se les aparta, sobre todo a los primeros. Las nuevas oportunidades surgen para los profesionales altamente formados y para el personal especializado en el manejo de estas máquinas.
De momento, el 70 % de los robots se encuentran en el sector productivo de la economía de EE. UU.: automoción, electrónica, plásticos, industria química y metalurgia. Pero aún existe mucho recorrido en otros sectores, como el alimentario y el textil. Tal y como refleja el mencionado estudio, entre 1993 y 2007, el país norteamericano introdujo en su economía un robot por cada 1 000 trabajadores, mientras que Europa incorporó 1,6 de estas máquinas.
¿Y qué pasa en Europa?
Veamos otro reciente informe sobre el proceso de robotización a largo plazo en Europa, concretamente en Francia, que contempla el período entre 1994 y 2015.
Las conclusiones son parecidas a las del estudio estadounidense: las empresas robotizadas están ganando en productividad y aumentan sus beneficios económicos. Sin embargo, del estudio se deduce algo muy relevante: la exposición internacional de cada planta es esencial.
Cuando la exposición del negocio al exterior es alta, existe una correlación positiva entre los siguientes factores: el aumento de beneficios, la creación de empleos de alta cualificación (y destrucción de los de baja cualificación), la reducción de precios para los consumidores y la mayor productividad.
Por lo tanto, ambos informes permiten concluir que la robotización es imparable y está llegando. Robotizar no es sencillo, y no ocurre de manera lineal. Más bien funciona por impulsos y explosiones económicas, difícilmente predecibles.
El miedo a la robotización ha vuelto. Miles de ciudadanos que han perdido su empleo durante la pandemia no volverán a recuperarlo. Según dicen, la economía es cíclica, y este fenómeno de destrucción de empleos durante las crisis lleva ocurriendo en las últimas décadas.
Si acudimos a las cifras, el 88 % de la destrucción de empleos de tareas rutinarias se destruye en los siguientes 12 meses tras una crisis económica. Eso lleva ocurriendo 30 años, lo que hace que el mercado se polarice cada vez más: se crea la famosa U del mercado laboral, donde en un extremo están los profesionales de alta cualificación, y en el extremo, los de baja.
Los profesionales a medio camino entre ellas van desapareciendo.
Varios países industrializados han comenzado estrategias de reciclaje y formación para sus ciudadanos en ese riesgo. Entre ellos destacan Suecia, Singapur, Dinamarca y Reino Unido, que han implementado planes nacionales destinados a este colectivo.
El panorama que se presenta no es desalentador, pero invita a la reflexión y a la actuación sobre el modelo industrial. Quizás el mundo laboral dentro de diez años no se parezca en nada al actual. Robotizar no es fácil, pero puede que a largo plazo sea peor no hacerlo.
Julián Estévez Sanz, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
© The Conversation. Republicado con permiso.