¡Hola! Lo sé, ya hablé de este subgénero: la literatura sobre los padres, ese enigma. Hablé de La caja Topper, de Nicolás Gadano, y de Hija de revolucionarios, de Laurence Debray. Pero en estos días (disculpá la autorreferencialidad) fue el aniversario de la muerte de mi padre, y recordé estos libros sobre los progenitores que realmente son extraordinarios, duros y balsámicos.
Pero antes... Un pedido muy especial: si te gusta lo que hacemos, apoyá nuestro periodismo convirtiéndote en miembro. ¿Cómo? Enterate acá. RED/ACCIÓN nos necesita hoy más que nunca.
Compartí esta newsletter o suscribite
1
Sí, perdón, otra vez yo, tan-tan yo. La nota autorreferencial dice que en mi familia somos muchos hermanos, casi un equipo de fútbol, pero para el aniversario de la muerte de papá, esta vez no tuvimos nuestro encuentro multitudinario: una comida en el mismo restaurant que dura mil horas y donde nos reímos (muchísimo), discutimos (un poco) y lloramos (bastante).
- La diáspora pandémica nos impuso un ritual que duró, a cambio, tres días. Cuando uno se calmaba a la distancia, el otro empezaba y después el otro y después el primero que recaía. Hablamos en paralelo por Zoom, mensajes privados de todo lo que exista, grupos de WhatsApp, teléfono y algo más que me debo estar olvidando. Cada uno acomodándose a su ritmo. Y así nos dimos cuenta de que lo que nos dolía no era sólo la ausencia de papá, sino que no podíamos disfrutar lo mejor que nos dejó: ser muchos hermanos, estar tan unidos y querernos tanto.
2
Hamlet, el hijo. Sobre los padres hay una literatura infinita. Si la juntáramos toda, podría llenar una biblioteca inmensa, ¿empezando por dónde? Si quieren, el más fácil sería Hamlet, ese cuento sobre un joven atormentado por la injusta muerte de su padre, asesinado, y también atormentado por el peso de una figura tan fantasmal y tan densa, al menos para un príncipe inseguro. Para colmo, Gertudris, su madre, no se quedaba atrás con ser una máquina de traumas.
3
La lista. Hace tiempo vienen publicándose libros que recuperan el tema, pero desde un ángulo menos ficcional. De hecho, los títulos que elegí entran todos dentro la autoficción.
- Martín Sivak ya había probado de lo que era capaz con su libro sobre Evo Morales, Jefazo. En El salto de papá se mete con su historia. La mirada de un hijo que parece haber estudiado periodismo, sociología e historia para bucear todo lo posible y poder contar el suicidio de su padre, Jorge Sivak.
- "Antes de tirarse de palito por un piso dieciséis, papá se despidió de la clase obrera argentina”. Qué comienzo, eh. Se publicó en 2017, tuvo mil reimpresiones y sigue: semanas antes de la cuarentena estábamos con Sivak haciendo compras para un asado con amigos cuando el carnicero lo reconoció y le pidió que le regalara un libro firmado.
4
En el nombre del padre. Martin Amis, hijo de Kingsley, estaba obsesionado con los hijos de escritores que eran, a su vez, también escritores.Es común que abogados y médicos tengan hijos abogados y médicos y así al infinito. Pero no es tan frecuente cuando se trata de escritores.
Es el caso de Mauro, hijo de Héctor Libertella, un autor de culto en la literatura argentina (según Aira, “un espejo de escritores”). Mi libro enterrado, de Mauro, habla un poco de eso, pero sobre todo es el libro de un joven que quiere entender no sólo su legado, sino también esa desaparición: un padre que muere. Primero lo publicó la editorial Mansalva, en el año 2013, y hace poco fue reeditado por Literatura Random House. Es un libro brevísimo pero muy, muy conmovedor.
5
Una ajenidad unida. Anagrama publicó, en abril de 2018, Entre ellos, de Richard Ford. “Mis padres”, dice Ford en una parte del libro, “o sus vidas, no eran instrumentos literarios susceptibles de utilizarse para conjurar algo más grande”, como una obra. Pero, de todos modos, de esos padres sacó el material para escribir un buen libro. Son dos ensayos separados, o memorias, sobre el padre y la madre. Dos cuentos, quizás. Escribe el autor: “Los padres –por encerrados que estemos en nuestras vidas– nos conectan íntimamente con algo que no somos, y forjan una ‘ajenidad unida’ y un misterio provechoso, de tal suerte que aun estando con ellos estamos solos”.
6
El padre de todos. Según Lorrie Moore, aparentemente una admiradora de la obra chillona y lírica de Philip Roth, Patrimonio es uno de los pocos libros que hacen llorar de algo más que de risa. Y estoy de acuerdo. Es un libro tremendo y hermoso y un poco mucho de llorar. Patrimonio: una historia verdadera, como es el título entero, se publicó por primera vez en 1991 y acá lo encontramos editado por Debolsillo. Como todos los libros que enumeré, también es una memoria, en este caso de la vida, pero también de la enfermedad y finalmente de la muerte de Herman Roth, el padre de Philip. Yo lo leo una vez por año.
7
Una mamá feroz. Me doy cuenta de que todos los libros que elegí hablan del padre. El patriarcado en mi mesa de luz. Y de este libro ya hablé, pero aunque hable de la madre, tiene el poder y la capacidad de disputar el podio a todos los libros que ya mencioné. Se trata de Apegos feroces, de Vivian Gornik, ensayista, crítica literaria y feminista. Este libro, del año ¡1987!, pero revivido en 2017, es uno de los mejores. De la autora ya se consiguen dos títulos más, La mujer singular y la ciudad y Mirarse de frente: buscala.
El otro día leía ¡Felicidades! de Juanjo Becerra (Seix Barral), en donde habla pestes de Knausgard. Acá vengo a contrariarlo, La muerte del padre (Anagrama) es otra genialidad que podemos sumar a la anterior lista. Mi papá alemán de Mónica Müller (Seix Barral) es otro. Ahora sí, freno.
8
Tres preguntas a Martín Caparrós [por Javier Sinay]. El maestro de cronistas (autor de Amor y anarquía y muchos otros grandes libros) presenta Sinfín, una novela donde juega con recursos del periodismo narrativo. Y, al mismo tiempo, aprovecha la pandemia para redescubrir al poeta clásico Jorge Manrique.
- ¿En qué se parece este mundo de pandemia en el que hoy vivimos al de Sinfín?
Para empezar, en la obligación del aislamiento. En Sinfín la condición para acceder a la vida eterna después de la muerte es aceptar el aislamiento eterno; esta pandemia, más modesta, nos pide este aislamiento transitorio como condición para seguir vivos unos años. Y sobre todo se parece en esta sensación de fin de un mundo que conocemos y principio de otro que no sabemos cómo será.
- Para atravesar la pandemia, ¿mejor estar en España o en Argentina?
El momento más extremo de la pandemia, el confinamiento, anula, entre otras cosas, los países. Hace dos meses que vivimos en un mundo plano, encerrado, global, donde da igual que mi casa esté en Madrid o en Buenos Aires: todo lo que hay alrededor es una especie de entelequia, recuerdo y promesa al mismo tiempo. Ahora, cuando empiece el final, van a empezar las diferencias. Así que después te cuento.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Últimamente me quebré un pie y quise recordar cuáles eran las coplas de pie quebrado. Las busqué y, para mi vergüenza, resultó que las más clásicas son las que abren el Poema para la muerte de mi padre de Jorge Manrique: “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida…”. Lo releí dos o tres veces. Qué pena, ¿no?, que en estos 600 años todavía no hayamos escrito nada mejor...
Espero que te haya gustado el envío de hoy. Yo me retiro a seguir buscando libros. ¿Dudas? ¿Sugerencias? ¿Lecturas? Escribime, a mí o a Javier Sinay, a [email protected]
Va un fuerte abrazo,
Flor