23 de febrero, 14:35 - Puente Simón Bolívar - Cúcuta, Colombia
Son las dos y media de la tarde en el lado colombiano de la frontera. Dos oficiales de la Guardia Nacional Bolivariana se acercan desde la parte venezolana al exacto límite fronterizo. Caminan sobre el puente Simón Bolívar con sus fusiles en alto. Justo delante de ellos, de su lado de la frontera, un cordón de la Policía Nacional de Venezuela con sus escudos alzados impide el paso de cualquiera que pretenda atravesar ese puente.
Es 23 de febrero de 2019 y el mundo mira el intento de ingreso de ayuda humanitaria a Venezuela. Los oficiales avanzan hasta el cordón y se forman junto a los policías en la primera línea. Del otro lado, cientos de manifestantes, miles, les piden a sus compatriotas policías que dejen las armas y cambien de bando. Son venezolanos que el día anterior cruzaron la frontera para asistir en suelo colombiano al concierto Venezuela Aid Live. Los policías no responden, pero en sus caras se puede percibir el miedo: no hay odio ni ganas de pelear.
Entonces aparecen los dos oficiales de la Guardia con las armas en alto apuntando hacia la gente y se detienen junto a los policías. La gente los mira con susto: si comienza una balacera, nadie tiene dónde protegerse en ese puente. En el momento más crítico, dan un salto repentino hacia delante, hacia Colombia, entregan sus fusiles y levantan las manos.
Los policías del cordón los miran sorprendidos. Se reagrupan y cierran nuevamente la fila. No hacen más que eso. Los manifestantes en cambio estallan en un grito de alegría. Gritos, “¡Valientes!”, aplausos y más gritos. Un voluntario venezolano toma las armas y la multitud lleva a los dos oficiales, como si fueran héroes, a través del puente.
–¿Tuvo miedo? –le pregunto minutos después a uno de ellos.
–Negativo.
–¿Por qué decidió hacerlo?
–Sangre del Libertador corre por mis venas.
La imagen de policías o soldados atravesando el puente se repite durante todo el día. También van por los pasos ilegales que hay debajo de ese puente: senderos rocosos, por momentos surcados por hilos de agua, cubiertos con arbustos salvajes. A toda esa zona aquí le dicen “trochas”. Sólo en esta frontera hay más de 30 deserciones. A lo largo del día son más de 60. Pero eso no fue lo más resonante de la jornada.
Desde que Juan Guaidó se proclamó Presidente Encargado de la República de Venezuela, el 23 de enero de 2019, las cosas en el país de Nicolás Maduro se pusieron extrañas. Ahora hay dos presidentes (Nicolás Maduro, el oficial; y Guaidó, el presidente de la Asamblea Nacional y, luego, el Presidente de la Nación) y dos asambleas (la Nacional, constituida por voto popular y con mayoría de la oposición; y la Asamblea Nacional Constituyente, formada por Maduro luego de que fuera declarada en desacato la otra Asamblea).
En las últimas semanas se anunció que ingresaría ayuda humanitaria: camiones con medicinas y alimentos. En cuanto hubo una fecha establecida (el sábado 23 de febrero), Nicolás Maduro dijo que no se prestaría a ese “circo”, y anunció que nadie cruzaría la frontera sin su permiso. Marco Rubio, senador de los Estados Unidos, aseguró lo contrario: la ayuda entraría o entraría. Juan Guaidó, igual.
Yo estaba a punto de llegar a Caracas cuando anunciaron que el 23 de febrero ocurriría todo esto. Después de recorrer la capital, fui hacia el estado de Táchira, fronterizo con Colombia. El viernes 22 crucé el paso fronterizo hacia Colombia y desde ahí me preparé para lo que ocurriría.
7:20. La frontera caliente
Llegué hace quince minutos. Hay un sol que pesa y mucha gente. Durante trece horas voy a estar yendo y viniendo por la frontera, por el puente, por las trochas, escuchando el estruendo de las bombas de gas lacrimógeno, echándome al suelo cuando llega la humareda de ese gas, poniéndome vinagre en la nariz, viendo gente llorar, viendo gente sangrar, viendo gente caer. Y también gente tirando piedras y armando bombas molotov; o subiéndose a un camión y obligando a su conductor a avanzar, no importa qué.
Todo eso durante las trece horas en las que miles de venezolanos se desesperaron por “recuperar el país”.
8:07. Un plan sencillo
Hay varias carpas montadas a unos 300 metros del puente, organizadas por voluntarios. En la de la Fundación Manitas Amarillas hay médicos y provisiones, y camisetas que piden por la paz en Venezuela. Manuel Gómez es uno de los líderes de la Fundación. Fue militar en el ejército venezolano, se dio de baja hace años y hoy es uno de los encargados de la logística.
“Estamos esperando que nuestros hermanos que están allá, en Venezuela, logren romper las barreras de fuerza y atraviesen el puente de allá para acá. Cuando eso suceda, nosotros atravesaremos de acá para allá y nos encontraremos con ellos para empezar a pasar la ayuda”, me explica.
Los camiones con la ayuda humanitaria esperan estacionados a metros del puente, esperando un señal. Es un plan sencillo. En apariencia.
9:45. “Del lado correcto de la historia”
Desde la mitad del puente se escuchan disparos y estallidos. Allí donde termina el puente del lado de Venezuela se ve un camión atravesado y algo de gente. De ahí vienen los ruidos: se están enfrentando las fuerzas de Maduro contra los antichavistas que quieren avanzar hacia nuestra posición.
A mi lado, un joven de camisa amarilla le pide a los policías del cordón que lo dejen pasar, que se pongan “del lado correcto de la historia”. Veo en la cara de muchos de ellos que lo piensan. Se los pregunto, pero sólo responden con su silencio y su gesto serio. Los venezolanos de este lado les piden una y otra vez que se corran. No sucede.
10:20. Bajan los escudos
Un grupo de voluntarios se acerca hasta el puente con un saco lleno de bolsitas de agua (en lugar de botellas, el agua es envasada en bolsas plásticas). Los voluntarios se las ofrecen a los policías, pero estos se mantienen inmóviles. Un hombre les dice que confíen, que son todos hermanos, que saben que ellos solo están haciendo su trabajo.
Desde el puente de Ureña, otro de los pasos, llegan noticias de enfrentamientos y destrozos. Aquí todavía reina el diálogo. Un hombre de camiseta gris y anteojos de sol insiste en decirles a los oficiales que confíen. Lo mismo hace Manuel Gómez, que está allí: “Bajen los escudos, descansen”. Y uno lo hace: baja su escudo y descansa. Estalla otro grito de alegría. Manuel Gómez le pide a sus compañeros que les den aire, que les dejen espacio. Y ahí, en un momento de absoluta emoción, toda la línea de policías baja los escudos. Todos aplauden, y empiezan a pasarles agua.
11:16. Manuel Gómez insiste
Hace pocos minutos apareció un superior en el puente y los policías volvieron a levantar los escudos. Manuel Gómez está hace diez minutos tratando de persuadir a los oficiales para que se cambien de bando. “La hora de ruta está programada. El momento es ahora. Luego llegan los arrepentimientos. Su oportunidad es ahora: los vamos a recibir y está todo planeado para ustedes, no sean obtusos”, les dice.
Los policías no responden.
11:34. El primer intento por cruzar
Se acabaron las conversaciones. Los venezolanos en masa comienzan a caminar de Colombia hacia Venezuela por el puente. Hay gente de a pie, voluntarios y funcionarios del equipo de Juan Guaidó.
Hablo con uno de ellos, Lawrence Castro, que me dice que está decidido a pasar como sea. La gente lleva banderas de Venezuela y está emocionada, pero en un rato, cuando llega hasta el cordón y quiere avanzar más, suena la primera bomba y empezará a venir el gas. En bandada empezamos a correr por el puente, de regreso. Se descontrola todo.
Lo primero que siento es el olor, como si alguien estuviera cocinando algo alrededor. Solo después me doy cuenta de lo que pasa: empieza por los ojos, que arden, y luego ya se siente el gas en la boca y en la garganta. Si estás muy cerca de la humareda, se vuelve casi imposible respirar. Intento en vano todo tipo de cosas: despejarme el gas con las manos, cubrirme con la remera, tirarme agua (y eso solo empeora los síntomas).
Lo único que sirve es alejarse del lugar. Para eso lo tiran.
12:10. Segundo intento
Después de abandonar el puente, los más afectados se acercan a los puntos de auxilio a atenderse. Los que salieron indemnes, que no tienen más de 20 años, vuelven a encarar el puente y corren hacia la policía.
Como en la guerra.
Así responden del lado colombiano al ataque con gases: regresan a la mitad del puente para defender el ingreso de la ayuda humanitaria. #venezuela #23f pic.twitter.com/PDKg0RIAjK
— RED/ACCIÓN (@redaccioncomar) 23 de febrero de 2019
13:02. Un “desertor”, un “patriota”
Un oficial venezolano de las FAES (Fuerzas Armadas Especiales) se cambia de bando. Lo veo llegar, traído por la multitud emocionada, y un arengador lo recibe a través de los altoparlantes.
14:29. Piedras en las trochas
Dos periodistas venezolanos corren desesperados hacia las trochas. Aquí, mis colegas están demasiado acostumbrados a cubrir conflictos armados. Todos tienen casco y chaleco antibalas, y cuando la marea de gente corre hacia atrás, a menudo ellos van hacia adelante para registrar lo que pasa. Pero yo nunca estuve en una situación como esta.
La gente pasa corriendo a mi lado con piedras en las manos, gritando consignas patrióticas, insultando a Maduro. Las mujeres tienen botellas de vinagre rojo y bañan las remeras de los chicos para reducir el efecto del gas pimienta. Un colega se pierde en la maleza camino a Venezuela. Escucho los estruendos y veo caer desde el puente, allá lejos, una manta de humo. Es el gas, otra vez. Y entonces llegan otros sonidos: son las balas, me dice un reportero. “Son balas de goma: el sonido es más seco y no tiene eco”. Avanzo un poco por las trochas, debajo del puente. Veo a los más combativos refugiándose detrás de las columnas que lo sostienen, como si estuvieran en una trinchera. Mientras tanto, proveen de piedras para continuar el ataque a la policía.
15:10. Periodistas sitiados en San Antonio de Táchira
Desde el lado venezolano, un periodista me cuenta por Whatsapp que todos están sitiados, que los “colectivos” tomaron la ciudad y que no se puede trabajar, que roban las cámaras y amedrentan a cualquiera que sale a la calle.
Los colectivos son las fuerzas informales del gobierno. Según los rumores que escucho desde que entré a Venezuela, el gobierno podría haber mandado presos uniformados a la frontera. No hay ninguna prueba que lo valide, y a mí me suena a cuento, pero los venezolanos se ríen de mi incredulidad y me dicen que no conozco a Maduro. En eso tienen razón. El colega en San Antonio de Táchira me dice que está escondido en una casa. Que tuve suerte de que no me dejaran pasar para el lado venezolano.
16:33. Nacho aparece en escena
Hay un movimiento militar debajo del puente: por las trochas, recorriendo la zona, va Nacho. Nacho es uno de los artistas más populares de Venezuela. Tenía un dúo de reggaeton llamado Chino y Nacho, pero se peleó con Chino y ahora es puro Nacho. Su militancia anti-Maduro es histórica. Desde hace años viene luchando contra el chavismo y es, de algún modo, un embajador de la oposición. Fue, de hecho, quien dio el show de cierre en el Venezuela Aid Live.
¿Qué hace caminando por las trochas? De pronto le pide a la gente que lo acompañe, y ya en una zona segura se sube a un camión y le habla a la multitud. Ya está por hoy, dice, hemos hecho todo lo posible. Nadie quiere lamentar más heridos, sigue, vuelvan a sus casas. Pero no sabe que muchos de los que están acá no tienen casa, o la tienen del lado venezolano. De todas formas la gente se emociona y Nacho canta con ellos una canción emblemática para Venezuela: “Entre tus playas quedó mi niñez tendida al viento y al sol/ y esa nostalgia que sube a mi voz/ sin querer se hizo canción”.
17:01. ¿El espía, el infiltrado?
Más corridas: una multitud atraviesa todo a su paso. Las vallas caen al piso y la gente sale asustada. Esta corrida es distinta porque sucede lejos del puente. Me acerco y veo que la multitud está corriendo a un joven de camisa blanca y pantalón azul, que lleva un pequeño estuche en la mano. En su huida, me pasa por al lado y de pronto se lanza de cabeza contra una valla alta, que logra atravesar. Una vez allí, lo protege la policía. “¡Es chavista!”, gritan. “¡Es espía de Maduro!”, gritan. “¡Que borre lo que filmó!”, gritan.
La policía lo requisa. Qué hace acá, le preguntan. Nada, dice. Le abren el estuche: solo tiene un micrófono de esos que usan los movileros de televisión, pero este es raro, como un grabador de baja calidad. El cubo con el logo de su medio está cubierto con cinta. Los policías, que me reconocen periodista, me preguntan si ese micrófono es normal. Les digo que no tengo idea. Le sacan la cinta al micrófono y se revela la marca de un medio de comunicación chavista. El joven dice que tiene el micrófono porque le gusta nomás. Niega ser periodista. Niega ser espía. Más tarde, cuando lo llevan a una oficina para protegerlo de los manifestantes –que no paran de insultarlo– un policía me dice que así se ven los espías venezolanos. Que ya lo tenían visto y que seguro es uno de ellos.
18:40. Nuevos desertores
Por las trochas, debajo del puente, aparecen cada vez más militares venezolanos que dejan la fuerza. A todos ellos los reciben con celebraciones. En esta caso, se trata de tres mujeres de la Guardia Nacional Bolivariana.
Otras 3 mujeres abandonaron las Fuerzas Armadas venezolanas atravesaron por las trochas hasta territorio colombiano para pedir asilo en #Colombia. #venezuela pic.twitter.com/XtomxIuqli
— RED/ACCIÓN (@redaccioncomar) 23 de febrero de 2019
19:07. Más violencia
Pero sobre el puente siguen los enfrentamientos de los civiles contra la Guardia Nacional y la Policía. Cada tanto, caen algunos heridos graves. En un momento atrapan a un miembro de los colectivos y la policía colombiana lo rescata para que no lo linchen. En todos parece haber mucho convencimiento y mucho salvajismo. Luego un joven intenta robar un celular, y un grupo de personas intenta atraparlo. También lo tiene que rescatar la policía colombiana, que solo intercede en momentos de conflicto interno. Respecto al puente, sólo lo observa: el patio trasero de su casa se llena de humo y de piedras.
20:38. El final
Estoy rumbo al hotel. Ya retiraron del puente los camiones con la ayuda humanitaria. Durante todo el día hubo personas subidas a uno de esos camiones y todos creíamos que iban a poder pasar. No pudieron.
Mientras me voy, en el puente y abajo todavía hay algunos enfrentamientos. Aunque la multitud ya no estaba ahí, varios –muchos– siguen juntando piedras y yendo a pelear. Ya en el taxi sigo escuchando el ruido de las bombas de gas.
22:43. No
Comparto un pollo con papas y tajada (banana frita) con Cristian, un periodista venezolano que ha quedado de este lado de la frontera. Noto que acepta la jornada con cierta naturalidad, como miles de venezolanos acostumbrados a las multitudes enfrentadas.
Pero yo me digo que no. Que las bombas y las corridas no son la normalidad, que nadie debe acostumbrarse a tener que mojar una remera en vinagre para atenuar el impacto de los gases. Que esto no puede, no debe continuar mucho tiempo más.
Saludo a Cristian, mi colega, y apuro el último trago de cerveza con la certeza de que me espera una noche de insomnio.