¡Hola! Cuando apenas empezaba 2020, hice una lista imaginaria de los libros que quería leer. Pero todos lo sabemos, los planes que hicimos antes de marzo son la ilusión de una vida pasada que parece de ciencia ficción. Nadie sabía que este año había aprovechado sus primeros meses para tomar envión y llevarnos puestos.
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Por qué releer. Al final de esa columna en donde listé mis deseos lectores, escribí una addenda casi oracular. Ahí dije que era seguro que me iba a dedicar a todo lo nuevo que se publicara, pero que mi misión era releer. Y así fue: más allá de mis obligaciones laborales, este año, la verdad, es para releer. Las editoriales caminan a media máquina, y todo el universo de los libros está en una pausa virtual. Por eso, y para no olvidar ese refrán árabe que dice que siempre que las cosas vayan mal pueden ser peores, acá va mi lista de los libros favoritos del 2019. No estás leyendo la newsletter de diciembre de 2019 sino el de junio de 2020. Puto año de la marmota.
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Mi ranking aleatorio, al tuntún y nostálgico es así:
- Cometierra, de Dolores Reyes (Sigilo). Es el primer libro de la autora, está dedicado a las víctimas de femicidios y a sus sobrevivientes y empieza así: “Los muertos no ranchan donde los vivos, tenés que entender”. Me pareció un debut sorprendente: con su primera novela, Reyes logró crear una voz particular y escribir una novela breve, pero oscurísima y llena de luz.
- Una nena muy blanca, de Mariana Komiseroff (Emecé). Me recordó a Cometierra. Están hermanadas de alguna manera o mi cabeza las emparentó vaya a saber por qué. La voz de sus autoras quizás. Un mundo de tres mujeres y dos fantasmas en una novela buenísima.
- Las malas, de Camila Sosa Villada (Tusquets). Ella dice que va a copar al lenguaje para hacer lo que se le cante y es lo que hace. La releí hace poco y la encontré aún mejor que la primera vez.
3
- ¡Felicidades!, de Juan José Becerra (Seix Barral). Así me gusta entrarle a los libros de Juanjo, como su fueran edificios incendiados, de los que ya sé de antemano que nadie va a salir vivo. Infierno en la torre con sensurround.
- La montaña, de Jean-Noël Pancrazi (Editorial Empatía). Es una novela brevísima que ocurre en un pueblito. Todo diminutivo salvo la experiencia de leerla.
- Mapocho, de Nona Fernández Silanes (Eterna Cadencia). Cruda, cero condescendiente, mandada. De ese tipo de autoras que cuida a la literatura y no al lector. Te liquida pero vale la pena la herida.
4
- Bienvenida a casa, de Lucia Berlin (Alfaguara). Está lleno de fotos, de cartas y de textos de su vida real. Podría entenderse como un resumen de sus libros de ficción. Es casi un álbum para fanáticos.
- Desierto sonoro, de Valeria Luiselli (Sigilio), un megahit de 2019. Ya lo dije todo sobre esta novela en newsletters anteriores pero no puedo dejar de nombrarla.
- Ocho, de Amy Fusselman (Chai). Es narrativa pero bien se nota que su autora ama a la poesía. Habla sobre abuso y maternidad complicada y nunca baja línea, cosa que yo agradezco muchísimo.
5
- Estás muy callada hoy, de Ana Navajas (Rosa Iceberg). Otro debut. Calladita y con disimulo, su autora te mete en su mundo y cuesta salir. Pasan los días y seguís con su susurro despertándote sonrisas y angustiándote por igual.
- Mirarse de frente, de Vivian Gornick. Preferí los anteriores, porque las relaciones madre-hija y Nueva York son temas que me gustan especialmente. Pero este libro tiene genialidades y como este listado caprichoso es producto de la falta de novedades, digo que hay que entrarle a todo Gornik.
- La edad del desconsuelo, de Jane Smiley (Sexto Piso). Otra autoficción de mujer madura en crisis. Pero es muy buena. No iba a sacarla por figurita repetida porque todas tienen su encanto.
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- Mañana tendremos otros nombres, de Patricio Pron (premio Alfaguara). El rulo loco e inverso del amor tal como lo plantea. Los algoritmos, las guarangadas, lo conmovedor. Todo me gusta de esta novela. Pron es un genio.
- Los árboles caídos también son el bosque, de Alejandra Kamiya (Bajo la luna). También un debut, este libro de cuentos es precioso. Es el viaje de una identidad dividida o doble, que hace pie en distintas tradiciones, entre Japón y Argentina, que además de países, son formas de narrar (salvo en el caso de Murakami).
- Volver a comer del árbol de la ciencia, Juan Cárdenas (Tusquets). Ese árbol es el soporte de Cárdenas para irse por las ramas del ensayo, del cuento, de la autoficción. Una mezcla de géneros deforme y bella. Prefiero sus novelas, pero lo banco en el formato que quiera.
7
- Opus Gelber, Leila Guerriero (Anagrama). Me encanta Bruno Gelber. Igual, lo que más me gustó del libro es el combo con el libro anterior de Guerriero, Una historia sencilla, el paso de registro entre uno y otro, la ausencia y presencia de ella. Ese mecanismo me fascinó.
- Insomnio, de Marina Benjamin (Chai). Formo parte de este selecto grupo (que durante la cuarentena ya es pandemia: ¿quién duerme bien?). Entré en este libro como una adicta. Algo de eso explora Benjamin. Autobiografía plagada de citas y recorridos literarios. Asociaciones libres similares a las operaciones mentales que se activan cuando te pasaste de rosca y el canto de los pájaros (que odio) está cada vez más cerca.
- De dónde viene la costumbre, de Marie Gouric (Literatura Random House). No hay con qué darle: los poetas que se meten con la narrativa, hablan un idioma que me enamora. Entre lo que nombra y no, esta novela es una gloria.
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Tres preguntas a Selva Almada [por Javier Sinay]. La autora de El viento que arrasa (título que el año pasado ganó Premio al Primer Libro del Festival Internacional del Libro de Edimburgo) se prepara para lanzar su nueva novela… y jura que no la corrige más, aunque el tiempo en cuarentena se alargue.
- Los inocentes es tu debut en literarura infantil. ¿Cuál fue el mayor desafío de escribir para chicos?
Cuando era chica leía cualquier cosa, todo lo que caía en mis manos, mis padres eran permisivos en ese sentido. Como hago siempre que escribo pienso ¿me gustaría leer esto? Tal vez pensé: ¿a los doce o trece me hubiese gustado leer estos cuentos? Más que en relatos para niños pensé en relatos que tuvieran como protagonistas a niños, con voces que narraran desde la subjetiva de un niño.
- Tenés una nueva novela lista para salir (No es un río), pero en espera por la cuarentena. ¿Aprovechás este tiempo extra para seguir corrigiéndola?
Es una novela que empecé hace unos años y tuvo varias idas y venidas, paréntesis de tiempo… la retomé el año pasado y la terminé en el verano. Es un fin de semana de pesca en una isla del Paraná, entre amigos de toda la vida, el recuerdo de uno de ellos que murió ahogado, y un grupo de isleros con los que se cruzan en no muy buenos términos. No, ya no la corrijo más. La cerré y afortunadamente justo antes de empezar la cuarentena llegué a revisar las galeras, así que para mí ya está, no la toco más.
- ¿Qué fue lo mejor que leíste últimamente?
Siberia, de Daniela Alcívar Bellolio, una escritora ecuatoriana contemporánea que acaba de publicarse acá por la editorial Beatriz Viterbo. La novela es tremenda, demoledora y la escritura de Alcívar Bellolio es de una hermosura absoluta.
Espero que te haya gustado el envío de hoy. Yo me retiro a seguir buscando libros. ¿Dudas? ¿Sugerencias? ¿Lecturas? Escribime, a mí o a Javier Sinay, a [email protected]
Va un fuerte abrazo,
Flor