El sábado pasado en la madrugada, Reyvis Henrríquez, un venezolano de 25 años que vive en Buenos Aires y que trabaja en un call-center, iba por la calle junto a su novio, Luis, cuando fue hostigado y golpeado por una patota de pibes. “En Córdoba y Mario Bravo nos dimos cuenta de que nos seguían, todos iban encapuchados”, dice Reyvis. “Decidimos cruzar, pero el semáforo estaba en rojo y cuando volteé me lanzaron una patada. Uno de ellos saltó para pegarme esa patada”.
Su novio lo sostuvo antes de que cayera. “Salimos corriendo y nos siguieron por dos cuadras, gritándonos cosas homofóbicas”, dice Henrríquez. Los agresores se veían como “malandras o chorros de no más de 21 años”, recuerda. “Sentí que estaban drogados, con ganas de golpear”.
Al día siguiente, hizo la denuncia en la comisaría número 5 de la Policía de la Ciudad. Y el lunes pidió en la fiscalía que se registren las cámaras de la zona. Todavía no se han presentado esas imágenes, pero cuando lleguen podrá intervenir la Defensoría LGBT.
“Hay libertad en muchos aspectos para la comunidad”, dice Henrríquez, “pero todavía falta mucha educación en personas de bajos recursos. Y seguridad”.
Cerca de donde él fue golpeado, en el Mc Donald’s de Córdoba y Medrano, en noviembre de 2017 un rugbier gay fue agredido salvajemente, también por una patota, también en una madrugada. Un año más tarde, el Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional Número 16 condenó a tres años de prisión en suspenso a los siete agresores: Gastón Trotta, Alejandro Trotta, Rodrigo Cardozo, Juan Ignacio Olivieri, Facundo Curto, Juan Bautista Antolini y Jonathan Romero. El delito fue lesiones graves calificadas por haber sido cometidas con odio hacia la orientación sexual.