Opus Gelber, comentado por Ana Wajszczuk- RED/ACCIÓN

Opus Gelber, comentado por Ana Wajszczuk

 Una iniciativa de Dircoms + INFOMEDIA

Un especialista invitado comenta un libro de no ficción y elige los seis párrafos de ese libro que más le hayan llamado la atención.

Opus Gelber, comentado por Ana Wajszczuk

Opus Gelber
Leila Guerriero
Anagrama

Uno (mi comentario)

¿Me interesa leer sobre la vida y el arte del pianista argentino Bruno Gelber? Para nada. ¿Me interesa leer sobre la vida y el arte del pianista argentino Bruno Gelber contado por Leila Guerriero? Definitivamente. A esta altura, quien se haya topado con algún libro o artículo de esta periodista tiene claro que no sabe con qué va a encontrarse cuando empiece la lectura, pero sí sabe que leerá una historia que le provocará un interés supremo así sea sobre algo o alguien - una escritora octogenaria, una serie de suicidios adolescentes, un  campeón de malambo o un pianista extravagante que vive en el piso más alto de un edificio en el barrio de Once-  que a priori nunca le hubiera interesado. Esa es la clave y el corazón de un buen texto periodístico, y en ese sentido Leila Guerriero nunca defrauda.

En Opus Gelber, pasa horas, días, meses a la sombra del genio y figura del pianista, tratando de descubrir quién es Bruno Gelber cuando no es la máscara histriónica, la serie de frases hechas o el pianista sublime. Adherida a la historia que quiere contar como un papel film transparente, estando como si no estuviera, recabando detalles con la mirada milimétrica de un depredador, Leila Guerriero crea y recrea escenas cinematográficas con la distancia y la empatía justas: uno parece estar ahí mismo, en esas meriendas pantagruélicas, en esas cenas un poco rancias, en las  historias que Gelber sólo sugiere, en las que se niega a contar. Uno puede ver los muebles, oler el vino, escuchar el “Alóo” de Gelber cada vez que la llama por teléfono, intuir lo que puede ser vivir en un cuerpo con una pierna clausurada, sentir la música sonar en conciertos donde jamás se estuvo.

Y así se avanza por un retrato zigzagueante, donde en un punto entrevistadora y entrevistado se reflejan en un mismo espejo, ambos unidos por una voluntad fenomenal, apasionada, disciplinada, solitaria, una bendición y un sino: nacer con una vocación –escribir, tocar el piano-; trabajar hora a hora y día a día para que esa vocación , ese llamado, se encarne. Los resultados –de ambos- están a la vista en cada página.

Dos (la selección)

“El rostro es la réplica perfecta del que reproducen cientos de fotos en las que tiene un aire antiguo muy elaborado: una frente amplia desde la que brota el pelo en tonos artificiales, rojizos; una nariz pequeña y respingada; mejillas llenas. Pero el centro, la esencia, la usina son los ojos: bajo las cejas circunflejas que terminan en una línea, los ojos pequeños, marrones, de párpados sombreados en degradé, son lo crudo, lo desnudo, lo invencible, y traccionan hacia el rostro una expresividad inaudita. Una máquina que irradia deleite, estupor, embeleso, curiosidad, burla, asombro, goce, perfidia. Pero nunca turbación, pero nunca duda, pero nunca –jamás-nostalgia”

Tres

“La madre, que poco después empezaría a hacer gotear sobre el niño su idea favorita: que el destino no estaba escrito. Que él, el niño íntimo, el niño interior, el niño enfermizo, debía ganarse su vocación. Despertar cada mañana, salir de su cuarto, entrar en la sala de música, sentarse frente al piano y ganársela. Durante horas. Durante decenas de cientos de miles de horas. Ganársela”

Cuatro

“Dos días después del primer encuentro, me llama. Cuando veo su nombre en la pantalla del teléfono móvil, me abalanzo. Él ejecuta su “Alóoo” y dice que podría verme el 30 de abril, que es domingo. Digo que sí, por supuesto. Suspendo todo lo que pensaba hacer ese día en un acto de bandolerismo puro. Durante los meses siguientes siempre será así. Acudiré cuando me llame. Me apuraré a responder el teléfono cada vez que vea su nombre en la pantalla: Bruno Gelber, Bruno Gelber, Bruno Gelber. Me llamará cuando yo esté en medio de una fiesta, de una cena familiar, en un hospital, en Quito, en el campo. Me llamará tarde, de noche, de madrugada, cuando yo esté dormida o a punto de dormir. Me llamará para invitarme a cenar, para pedirme que le encargue una torta, para decir que quiere verme. Me llamará, me llamará. Y yo querré que nunca deje de llamarme”

Cinco

“Franco se sienta al piano, dispone la partitura. Bruno llega con el andador y maniobra para sentarse en una silla dispuesta junto a la banqueta.

-¿Te ayudo, Bruno?

-No, no- dice, sentándose con un movimiento ágil y apoyando el pie derecho sobre una de las ruedas del andador.

El pie izquierdo no está descalzo: usa un zapato sin puntera. En el dorso de la mano derecha hay una pequeña cicatriz que no se veía en la sala. 

-Recién Juana me dice: “¿A qué hora sirvo la comida?”-susurra-. Le digo: “No sé, no estamos en el servicio militar”. Y me dice: “Parece que sí”.

Franco, quizá habituado a tomar posición por su maestro cuando hay disputas con Juana, pregunta, indignado:

-¡¿Ella le contestó eso?!

-Sí. Y yo le dije: “Ojalá estuviera usted en el servicio militar. Le haría muy bien”. Es una bestia. No puedo contar las cosas que ha hecho. ¿Qué puede haberle pasado a la platería? Virulana. Que la estropea. ¿Sabés dónde le hubiera pasado yo la virulana?

-¿Y no podés explicarle, hacer algo?

-Matarla –dice, abriendo mucho los ojos, como una máscara de comedia-. Me encanta tu collar.

-Es de una diseñadora colombiana.

-Es precioso. Bueno, vamos a hacer caso omiso de que vos estás acá y le voy a dar una clase como siempre.

-Claro, actúen como si yo no estuviera-digo, sentada en el sofá cama repleto de almohadones de cuero italiano. 

-No. No actuamos- dice, irónico. 

Franco prepara un concierto de Beethoven que dará e octubre en la Cámara de Comercio. Ya dio uno en el Museo Fernández Blanco, el mismo sitio en el que tocó Bruno cuando era chico. 

-No está grabado ese concierto, ¿no, Brunito?-pregunta.

-Oíme, cuando yo era chico no era como ahora, que apretás un botón y grabás. Había que llevar un aparato así de grande. Y, además, ¿para qué lo querés?

-Quería escucharlo.

-Bueno-dice, dando por terminado el tema-. ¿Por qué no empezás?

Franco coloca las manos sobre el teclado y Bruno lo detiene con calidez y decisión. 

-Respirá primero.

Franco cierra los ojos. Respira.”

Seis

“Toda su vida ha sido eso: desde la infancia, durante la adolescencia, en la soledad de un sótano de París, frente a Chanel, ante el mar Mediterráneo, primero con su madre, después con ella y con Scaramuzza, más tarde con Marguerite Long, y finalmente, solo: estudiar, estudiar, estudiar, hundir la música en el cuerpo hasta ser, todo él, el primero de Brahms, el cuarto de Beethoven, el tercero de Rachmáninov, insuflado de melodías brutales para terminar, una vez tras otra, bestialmente abandonado por ellas.”

Siete

“Hay algo más impresionante que observar las manos de Bruno Gelber cuando toca –esos movimientos que parecen empezar en algún sitio recóndito de su cuerpo, estar hechos de agua y tener una fluidez reñida con los cambios bestiales de velocidad y de expresión acometidos con seguridad de herrero-, y es observar su rostro. Es el rostro de alguien que contempla un cosmos de belleza inaudita o una bendición sideral o un epigrama que contiene el deslumbrante sentido del todo. El rostro de un devoto, de un raptado por el éxtasis, de un condenado, de un profundamente enloquecido”.


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