El Premio Nobel, que se entrega desde 1901, fue otorgado a 901 hombres, 64 mujeres y 27 organizaciones. Las cifras son claras y expresan la brecha de género a lo largo de la historia. Sin embargo, aunque hayan sido pocas las distinguidas, sus reconocimientos pisan, en especial una de las primeras, Bertha von Suttner.
Nacida el 9 de junio de 1843 en la ciudad de Praga, que en aquel entonces formaba parte del Imperio Austro Húngaro, se crió en el seno de una familia aristócrata destacada por sus servicios militares. Al ser hija del conde Franz Kinský von Wchinitz und Tettau, desde que llegó al mundo tuvo su título nobiliario de condesa Kinský. No obstante, no tuvo la oportunidad de conocer a su padre ya que murió cerca de su nacimiento.
Su madre, Sophie von Körner, era casi 50 años menor y fue quien la cuidó y educó con la ayuda de un tutor que era miembro de la corte austríaca (es decir, del ambiente noble).
Según lo recuerda un artículo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México, a temprana edad temprana contó con acceso a una buena educación en una época donde las prioridades de las mujeres estaban situadas lejos del aprendizaje. Tuvo la oportunidad de viajar, se volvió fluida en inglés, francés e italiano y llevó adelante una vida altamente caracterizada por el privilegio.
Pero la riqueza se terminó, ya que su madre no pudo sostener el nivel de vida que el ambiente exigía. Para Bertha la salida era clara: trabajar para ganarse la vida.
Fue así como en 1873, a sus 30 años, decidió trasladarse a Viena para ejercer de institutriz de las cuatro hijas del barón Karl von Suttner. Sin embargo, además de las mujeres, en la casa estaba el hijo mayor, Arthur Gundaccar von Suttner, quién era siete años menor que ella y cautivó a Bertha por completo.
Sumado a la diferencia de edad, Bertha ya no tenía un buen pasar económico, criterio fundamental para recibir la aceptación del ambiente. Luego de tres años, en 1876, el barón invitó a Bertha a dejar su cargo.
La situación, entonces, era crítica. La joven no tenía casa ni trabajo. Entre búsquedas y lecturas, Bertha encontró un anuncio de empleo en el diario para ejercer como secretaria de un hombre adinerado en París. Esa persona no era, nada más ni nada menos, que Alfred Nobel, el químico sueco que inventó la dinamita.
Aunque no fue mucho lo que trabajó para Nobel, formó una relación de amistad muy cercana, que se prolongó a lo largo de los años a través de largas cartas y extensos encuentros en diferentes momentos de sus vidas, según confirma un artículo de Mujeres en la Historia.
“Alfred Nobel y Bertha von Suttner se enviaron alrededor de 90 cartas a lo largo de veinte años, y ¿de qué hablaban en esas cartas? De la paz. Ella le dice incluso que debería dedicar su fortuna a la paz, a organizar conferencias de paz y a la reducción de los ejércitos. Ella era más idealista y Nobel era más práctico y creía en el equilibrio de poder”, explicó Anne Synnøve Simensen, escritora del libro La mujer detrás del Premio Nobel para iMotiva.
Por más lejos que se encontraba de Viena, una parte suya seguía en contacto con ese amor por el hijo del barón von Suttner. Tal es así que en ese mismo año, 1876, se casaron en secreto. Su unión llegó rápidamente a toda la alta sociedad y debido al rechazo explícito se instalaron en Mingrelia, ubicada en la región del Cáucaso, actualmente conocida como Georgia.
Si bien no terminaron allí por decisión propia, la situación terminó ayudando a Bertha a dar un primer paso para perfilarse como la referente que es hoy. Su marido había sido desheredado y para poder subsistir económicamente comenzó a escribir novelas y cuentos bajo el pseudónimo “B. Outlet”, que vendía a los medios.
Todas ellas estaban centradas en el pacifismo y los problemas sociales, una temática que le había despertado un gran interés. Vale aclarar que el contexto geopolítico en la época estaba dictado por interminables conflictos bélicos.
En 1885, el padre de su marido aprobó finalmente el matrimonio y les permitió volver a instalarse en Viena. Sumergida en la literatura, logró concretar cuatro novelas. Su línea de pensamiento estuvo influenciada por el teórico social Herbert Spencer, de Henry Thomas Buckle y del naturalista Charles Darwin.
Como interés por el pacifismo creció, decidió viajar a París junto con su marido para visitar a Nobel, con quién ya tenía extensas conversaciones sobre el tema. Así, los tres se involucraron con la Asociación Internacional por la Paz y el Arbitraje, una organización de origen londinense que velaba por establecer una Corte Internacional de Arbitraje para resolver conflictos entre naciones y evitar llegar a enfrentamientos bélicos. Con este punto de partida, Bertha se sumergió de lleno en el círculo del pacifismo.
Luego se convirtió en una de las primeras personas en denunciar los riesgos de la carrera armamentista y del nacionalismo exacerbado. Entre sus obras, logró ejecutar su gran éxito ¡Abajo las armas!, que fue publicada en 1889 y se convirtió en un símbolo del movimiento pacifista internacional. Hasta hoy se registra que la obra tuvo 37 ediciones en 12 idiomas, según informa un artículo de Buscabiografias.
En 1891 formó un grupo pacifista en Venecia y colaboró con la formación de otro, la "Sociedad de la paz de Venecia". Además, puso en marcha la Oficina de Paz de Berna y fundó la revista Abajo las armas dedicada a darle visibilidad a todas las cuestiones relacionadas con su pensamiento.
Según El País, en 1892 le prometió a Alfred Nobel que lo mantendría informado sobre el progreso del movimiento de paz y trató de convencerlo de su efectividad. En enero de 1893 recibió una carta del químico contándole su idea de un premio de la paz. De hecho, así nacen los famosos Nobel: el químico dejó establecido en su testamento que una parte importante de su fortuna iba a estar destinada a crear un fondo con el que premiara a todas aquellas personas que hubieran dedicado de manera excepcional su vida a la paz, a la ciencia y a la literatura.
En los años finales del siglo XIX, junto con su esposo, Bertha continuó trabajando para obtener apoyos para el Manifiesto del Zar, un documento que llamaba a la paz. También organizaba reuniones públicas, formaba comités, ofrecía conferencias y seguía escribiendo solo en pos de la paz.
En 1902, la muerte de su marido la descolocó e hizo que se replanteara su vida. Pero, como bien lo destaca su historia, logró superar este duelo para llegar al punto cúlmine de su carrera. En 1905, Bertha von Suttner recibió el Premio Nobel de la Paz por su trabajo por la paz mundial. Fue la primera mujer que obtuvo este premio y la segunda reconocida con un Nobel después de Marie Curie en 1903.
“Quiero alistarme en el ejército de la paz. Sus armas son la conciencia del derecho y el amor a la humanidad; quien combate estas causas, tarde o temprano triunfa”, dijo. En sus últimos años se convirtió en miembro de la “Carnegie Peace Foundation” y, aunque ya estaba enferma de cáncer de estómago, habló en la Conferencia Internacional de Paz celebrada en La Haya en 1913.
En junio de 1914, Bertha von Suttner falleció. Poco después estalló la Primera Guerra Mundial. Pareciera que la historia esperó su partida para desatar el conflicto, pero su ausencia también se convirtió en un símbolo latente de la paz.