El inicio del siglo XXI ha visto la eclosión de nuevos productos de entretenimiento con una diversidad y cantidad nunca vista anteriormente. Las propuestas digitales dominan nuestros pasatiempos con videojuegos, canales de streaming o podcasts. Pero entre tanta pantalla, resulta casi sorprendente que un producto analógico cuyas raíces alcanzan el origen de nuestra civilización resurja con fuerza: el juego de mesa.
Los juegos de mesa llevan siglos siendo populares. Productos creados en el siglo XX como Risk, Trivial Pursuit o Monopoly son probablemente los más conocidos.
Más allá de los mencionados clásicos, ¿qué entendemos por un juego de mesa moderno? La respuesta viene de Europa. Los juegos de mesa modernos proceden del viejo continente y específicamente de Alemania; son los conocidos como eurogames o juegos de estilo europeo, con Catán de 1995 como su primer gran éxito.
Desde entonces, el fenómeno eurogame ha transformado el medio hasta el punto que podemos encontrar características típicas de este género en cualquier juego de mesa moderno. Los juegos de estilo europeo plantean escenarios donde los jugadores deben combinar diversas mecánicas para conseguir el éxito, que puede proceder de diversas vías. Por otro lado, las condiciones para ganar están diseñadas para que ningún jugador se quede fuera de la partida o sin opciones de vencer. Finalmente, las mecánicas de los juegos modernos tienden a minimizar o eliminar el impacto del azar, y aspiran a que el jugador que ha tomado mejores decisiones sea el vencedor.
El ‘homo ludens’ y el aprendizaje
Más allá del entretenimiento, los juegos tocan una parte muy importante de nuestro cerebro en tanto que Homo ludens, como sostenía el filósofo Johan Huizinga: lo que define la existencia humana es el interés por el juego, y toda cultura desciende de dicho interés.
Podemos complementar esta idea con una reflexión evolutiva, y es que el aprendizaje es lo que define a la especie humana, y la manera más efectiva de aprender es jugando. Cualquier juego puede considerarse una máquina de aprendizaje en potencia, ya que para ganar una partida debemos aprender las mecánicas que rigen dicho juego, los objetivos que debemos alcanzar para ganar, y aplicar de manera crítica esta conocimiento para informar nuestra decisiones y estrategia.
‘Monopoly’, capitalismo, Estado y propiedad privada
Cabe preguntarnos qué es exactamente lo que aprendemos jugando cuando el tema del juego es tan importante y potencialmente aplicable a nuestra vida cotidiana como la economía, una temática popular en juegos de mesa clásicos como el Monopoly, y también modernos como el mismo Catán.
Para responder a esta pregunta debemos reflexionar sobre qué simulan las mecánicas de cada juego, y por qué motivo.
La versión del Monopoly que conocemos, publicada por Parker Brothers en los años 30, estaba fuertemente inspirada, por decirlo suavemente, en el juego The Landlord’s Game, diseñado por la escritora feminista Elizabeth Magie a principios de siglo XX.
La intención de Magie era principalmente educativa: el juego era una herramienta para comprender el grave problema causado por la concentración de la propiedad en unas pocas manos, por lo que era necesaria una intervención del estado para regular el mercado inmobiliario.
Cualquier que haya jugado al Monopoly habrá comprobado cómo el juego transforma este concepto en un producto de entretenimiento en el que los jugadores aspiran a hacerse ricos especulando con la propiedad, y en el que el azar, más que la habilidad económica, define al vencedor.
‘Catán’: recursos, geografía, oferta y demanda
Al otro lado del ring tenemos a Catán, un juego que como buen eurogame combina diversas mecánicas que interactúan entre ellas. En primer lugar tenemos la importancia de la geografía, ya que las posiciones de partida definirán qué recursos serán abundantes y qué jugadores tendrán acceso directo a ellos.
Seguidamente, nadie tendrá todos los recursos, por lo que se creará un mercado libre en el que los jugadores deberán comprar los recursos que les faltan. La abundancia de recursos irá oscilando en base a la oferta (controlada por la geografía y el azar) y la demanda (definida por las necesidades de los jugadores).
La capacidad negociadora y la planificación serán esenciales, porque al inicio todo el mundo necesitará madera y ladrillos para construir carreteras y poblados, mientras que a medida que avanza la partida y los jugadores tratan de transformar poblados en ciudades subirá el precio del mineral y el trigo.
Finalmente, la diversidad de estrategias posibles para alcanzar la victoria hará que algunos jugadores se centren en desarrollar el máximo de ciudades posibles, mientras que otros comprarán cartas de desarrollo y hasta alguien que vaya por detrás en el marcador intentará hacer la carretera más larga y acceder a puertos que le faciliten el comercio.
Reflejo de su época
Monopoly y Catán son juegos de épocas distintas, y es evidente que el segundo responde a un nivel de madurez del medio mucho mayor gracias a la experiencia acumulada por numerosas innovaciones mecánicas durante las décadas que los separan.
Como cualquier producto cultural, estos juegos reflejan la sociedad que los vio nacer, y cada uno a su manera nos enseña qué estrategias conducen al éxito, como mínimo dentro del juego.
No son los únicos; cada año se publican miles de juegos de mesa nuevos, cuya diversidad de temas y enfoques ha crecido de manera exponencial desde que Catán vio la luz, hace más de 25 años. Así, podremos recrear la revolución industrial del siglo XIX en Brass: Birmingham, crear una nueva economía verde en otro planeta en Terraforming Mars, o hasta liderar una revolución obrera en pleno siglo XXI en Hegemony.
Jugar para encontrar soluciones
Para concluir, podemos hacernos la pregunta obvia: ¿hasta qué punto jugar nos puede ayudar a superar los retos actuales como la especulación inmobiliaria, la desigualdad social o la emergencia climática?
La respuesta es compleja. Los juegos tienen capacidad para transformar nuestra visión del mundo, pero no todos ellos enseñan cosas igual de útiles o validas. Para que los juegos sean herramientas de aprendizaje útiles necesitaremos, sobre todo, capacidad crítica para extrapolar la experiencia de la partida hacia soluciones viables en el mundo real.
En la vida, las reglas y objetivos son mucho más difusos que en el tablero, y a veces nos toca jugar partidas aún sabiendo que los dados están cargados en nuestra contra. Alea iacta est.
Xavier Rubio-Campillo, Investigador Ramón y Cajal en Humanidades Digitales y Didácticas Aplicadas, Universitat de Barcelona
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.